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El Compás | 20/09/2019

Por qué no ir a una entrevista con María Galindo

Fernando Molina
Fernando Molina
María Galindo no es propiamente una periodista, sino una activista paceña que usa la radio, la prensa y las artes contemporáneas para lograr sus propósitos, que pueden ser colectivos y sociales, como también estrictamente personales. Uno de los mecanismos mediáticos que emplea son sus heterodoxas “entrevistas”, que realiza en los programas que dirige en el medio de su propiedad, radio Deseo.
En muchos casos, estas “entrevistas” degeneran en verdaderas peleas campales cuando el “entrevistado” no teme enfrentar a Galindo en sus términos; otras acaban en una suerte de vapuleo unidireccional, cuando el “entrevistado” (en realidad, la víctima del ejercicio mediático) no se atreve o no es capaz de entrar en el intercambio de vulgaridades, presunciones, prejuicios e incluso insultos que es necesario desarrollar para que se cumpla la posibilidad anterior, es decir, la de la pelea campal. Aguantar exabruptos tales como “las ciencias políticas no sirven para nada” no es para todos los estómagos.

Como Galindo tiene una verdad ya decidida previamente sobre cada tema y tiene una opinión ya formada sobre cada interlocutor, sus “entrevistas” no son diálogos sino monólogos y escenificaciones para lograr dos cosas: a) ilustrar su punto de vista, por ejemplo hablando con mujeres que han sufrido violencia o con defensoras de ideas similares a las suyas –en cuyo caso pueden ser apacibles, pero también maternalistas–, y b) sancionar, avergonzar, inferiorizar, atacar y reírse de algún personaje, masculino o femenino, que la entrevistadora considere, por alguna razón arbitraria, un ser maligno, tonto, aburrido, vendido, conservador, etc. 

Este último tipo de “entrevistas” se subdivide, a su vez, como ya vimos, en peleas campales y pateaduras en el piso. Aunque, para ser exhaustivo, habría que incluir también otra clase, la que agrupa a las que se dan entre María Galindo y un par de intelectuales a quienes ella respeta y que, por tanto, incluso llega a escuchar. Estas “entrevistas”, sin embargo, no cambian la caracterización de la posición que ocupa la dueña de radio Deseo, que es una posición de abuso. Como se sabe, hasta los “bullies” (matones) tienen un par de amigos, a los que respetan por conveniencia.

Lo que estoy diciendo quizá escandalice, pero no porque sea una novedad, ya que todo el mundo opina igual. Otra cosa es que los críticos se atrevan a exponerlo públicamente. Es que, se comprende, temen ser mirados por la “bully” y entonces convertirse en objeto de su venganza.

Una cuestión más complicada es por qué las instituciones periodísticas y los medios de comunicación toleran en silencio los ejercicios de autoafirmación de Galindo a costa del prójimo, pese a que transgreden formas de convivencia que consideramos valiosas y principios éticos que deberían regir la actividad comunicacional.

La primera respuesta es que esto ocurre porque no hay mucho medios que sí respeten tales principios, con lo que Galindo no es más que un caso algo excéntrico dentro de una tendencia general. No extraña, entonces, que algunos medios que se consideran “serios”, lejos de combatirla, la respeten e incluso la halaguen.

Galindo es columnista de Página Siete desde la fundación de este periódico, el cual le ha permitido faltar abiertamente su código de ética en varias ocasiones (al escribir del supuesto aborto de una dirigente política). Si Pagina Siete actuara como dicen sus normas, debería haber cortado su vinculación con Galindo hace rato, pero no lo ha hecho, a medias por temor a su reacción y a la de sus lectores y a medias por el atractivo de la columna que publica Galindo en ese periódico, pues esta es una hábil escritora sensacionalista.

Por otro lado, las asociaciones y las escuelas de periodistas no solamente que no se problematizan sobre el uso de radio Deseo como tribunal y patíbulo (por ejemplo de los varones que no pagan pensiones familiares), ni sobre las “entrevistas” en las que, como ocurrió hace poco, se sospecha si el “entrevistado” (en este caso, Diego Ayo) es agente de la CIA y, en caso de que éste proteste, Galindo convierte su protesta en señal de que algo hay de verdad en tal sospecha, ya que el “entrevistado” se ha puesto “agresivo” frente a ella (como si alguien pudiera quedar impertérrito ante tremenda alusión). Incluso, los periodistas profesionales, las instituciones universitarias, los medios, premian a Galindo y la invitan a foros y reuniones.

Parece que, entre nosotros, muy pocos valoran la honra de los demás e incluso la propia. Lo demuestra la cantidad de gente inteligente que acepta la invitación a ser “entrevistada” por Galindo o que la defiende en las redes sociales, por ejemplo cuando se desfoga contra tal o cual proyecto feminista o de apoyo a las mujeres, los cuales constituyen su particular “bestia negra”.

El justificativo común: Pese a todo, la agrupación de Galindo, Mujeres Creando, “es necesaria” como revulsivo moral en una sociedad como la boliviana, conservadora pero, al mismo tiempo, timorata. Una sociedad que, entonces, si no evoluciona por progresiva toma de conciencia, puede hacerlo, al menos, por miedo –como en efecto ha ocurrido con la ley contra el racismo–.

Esto por supuesto es posible, aunque no sé cuál sea el precio que demanda. Hasta cierto punto, aterrorizar con palabras es una actividad incluible dentro de nuestro estilo democrático de vida y que las leyes no prohíben. Sin embargo, supongo que deberíamos ser capaces de diferenciar entre el terrorismo verbal contra ciertas categorías sociales como los machistas, los racistas, incluso los políticos, y el que se ejerce contra personas individuales inocentes, muchas de ellas mujeres, culpables tan solo de, por ejemplo, ser politóloga, o de militar en partidos contrarios o de escribir libros para mujeres. Si no hacemos esta diferenciación es por cobardía y por connivencia con los males y las distorsiones de nuestra sociedad, no porque queramos darle pábulo a la lucha feminista y lesbiana.

Creo que, así como Galindo fue un “detente” para ciertas perversiones sociales, Galindo misma necesita hoy un “detente” a fin de que deje de practicar “bullying” en su radio.

Fernando Molina es periodista y escritor.



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