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El Compás | 05/01/2023

Arce elige disputar por el corazón de la izquierda

Fernando Molina
Fernando Molina

En mis últimos escritos he insistido en la siguiente intuición/idea: el personaje político que parece perfilarse como el nuevo caudillo de la sociedad boliviana (una sociedad que normalmente funciona por medio de acuerdos caudillistas) no es otro que Luis Arce. Pese a que no cuenta con talento natural para ello, Arce se beneficia de la posición que ha llegado a ocupar en el campo político, la cual está cargada de más valor que cualesquiera otras y, es más, que absorbe (o es capaz de absorber) el valor desprendido por otras posiciones.

Arce tenía, dije, posibilidades de erigirse por encima de la fragmentación partidaria emergente de la división del MAS y la falta de unificación opositora, y convertirse en la figura más fuerte de la política boliviana, resolviendo los problemas de su gestión sin inconvenientes, con la única condición de que no se le presentaran serios baches económicos.

Este pronóstico fue inicialmente desafiado por la resistencia del MAS-Evo a aprobar el presupuesto 2023, que parecía abonar la tesis de otros analistas sobre el debilitamiento de Arce como consecuencia de su decisión de encarar antes de tiempo la escisión de su grupo del MAS de Evo Morales. Sin embargo, se vio respalda por la rápida resolución de ese impasse parlamentario. Si bien Arce carece de uno de los factores fundamentales de la gobernabilidad como para que mi tesis sea del todo evidente (la mayoría parlamentaria), su control de otro factor, un gobierno más o menos solvente, con muchos empleos a su disposición, tiene peso decisivo en unas condiciones de desideologización de la Asamblea Legislativa y también de dudas entre los parlamentarios masistas sobre la adopción de cuál bando sea más conveniente.

Tras la aprobación del presupuesto y, se supone, con la promesa de que se aprobarán también los créditos externos contratados últimamente por el gobierno, se abría ante Arce un panorama llano, solamente amenazado por las nubes más o menos ennegrecidas del deterioro de la situación económica mundial y del pobre desempeño de las empresas públicas extractivas, que se han mostrado incapaces de hacer nuevos descubrimientos, así como de explotar con éxito los recursos no renovables que tiene el país.

También mencioné en mi análisis que si bien Arce tenía las mejores condiciones para enseñorearse de Bolivia hasta 2025, muy distinta era la perspectiva de su reelección ese año, la que, como era obvio, se vería afectada por la competencia de Evo Morales, quien le quitaría el voto rural y más duro del MAS.

Respecto a este último asunto, tenía en mente —aunque no lo escribí— que la opción más natural para un político en la situación de Arce era, por supuesto, avanzar hacia el centro, quedándose así con la parte del león de la votación del MAS en 2020 (que no había sido una votación solamente por Arce, pero que este interpelaba antes que el propio Morales, ya que sus atributos y sus negativos electorales eran mejores que los de este, como señalaban reiteradamente las encuestas).

Creí que así estaba sucediendo, que Arce marchaba al centro, cuando leí que el Ministro de Gobierno estaba ocupándose con mayor seriedad de contener a los avasalladores de tierra en Santa Cruz. En ese momento me pareció que, conforme fuera pasando el tiempo que nos separa de 2025, las posibilidades de la oposición y de Evo irían menguando respecto a Arce, aunque, claro, estaba por verse lo que estos harían también.

Pero me equivocaba al creer que Arce solo tenía ese camino delante suyo para lograr su reelección en 2025 (y también, está implícito, para conseguir el éxito de su gestión); en realidad, simultáneamente, había otro camino paralelo a ese que yo había diseñado en mi mente (quizá porque, por inclinación intelectual y carácter, normalmente prefiero las “soluciones de centro”).

El encarcelamiento de Camacho ha mostrado, mientras Arce ya lo tomaba, la existencia de este camino alternativo para la proyección del presidente más allá de 2025.

El primer camino previsto, ya lo sabemos, consistía en que Arce bordeara a Evo por la derecha, por decirlo así, haciéndose más aceptable para la clase media, oponiéndose como la figura razonable y técnica a los extremistas del Comité Cívico Pro Santa Cruz y de las Seis Federaciones del Chapare, proyectando un imagen de burócrata bonachón, calmado y tranquilo, que hace lo que el país necesita por encima de las presiones polarizadas.

El otro camino, marcado por el affaire Camacho, consiste nada menos que en disputar con Evo la fuerza de la izquierda boliviana; ganarse el corazón de un movimiento que parece estar indisolublemente asociado a la figura del líder indígena; apropiarse del núcleo de irradiación de la influencia electoral del MAS en los últimos 20 años. Se trata de un camino más directo a la reproducción del poder pero también, me parece, más difícil de transitar.

Que nadie piense que ambos caminos son compatibles entre sí, que se puede tomar ambos simultáneamente. La detención de Camacho ha alejado fundamentalmente a Arce de Santa Cruz y lo ha colocado en la primera línea de choque contra el antimasismo, lo que dificultará seriamente cualquier crecimiento suyo entre las clases medias antimasistas del país. Habiendo dado este paso, a Arce solo le queda encarar la más difícil de las batallas. Es decir, superar a un guerrero curtido, ambicioso, implacable y hábil, con muchas muescas en su escudo en señal de los muertos políticos que ya ha despachado al Hades, y adornado con el llamativo penacho de los logros del pasado, Evo “Diomedes” Morales. Después de la detención de Camacho, solo batiendo a Morales Arce podrá trascender su gestión de cinco años y convertirse en el caudillo sustituto.

Ya he dicho que yo, de estar en los zapatos de Arce, jamás hubiera preferido ese camino. Me parece que el presidente se equivocó, pero no porque no vaya a lograr consolidar el encarcelamiento del gobernador de Santa Cruz (la filistea declaración de los empresarios cruceños sobre su necesidad de trabajar antes que de luchar por la liberación de este indica que la situación actual de este sí se consolidará), sino porque, de las dos que tenía enfrente, ha escogido la ruta más azarosa y dolorosa: la guerra caníbal contra los evistas para ver quién se queda, finalmente, con las banderas de la izquierda nacional y el apoyo apasionado de los más pobres y los plebeyos.

Fernando Molina es periodista y escritor.



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