Desde su renuncia, el expresidente Evo Morales
ha dicho muchas cosas sobre lo que pasó y lo condujo a ella, y sobre lo que
espera que pase en el futuro, concretamente en las elecciones. Al mismo tiempo,
ha guardado silencio o ha sido muy elusivo sobre algunos puntos dentro de estos
dos órdenes de cosas. Lo mismo ha hecho el Movimiento al Socialismo (MAS) en
sus resoluciones partidarias últimas. Estas ausencias dicen mucho sobre Morales
y su partido y por eso nos interesa señalarlas aquí.
La primera –y muy importante– cuestión que ha estado ausente es la mención de los errores de Morales que causaron su caída. Una y otra vez, en las entrevistas que ha dado el expresidente, cuando los periodistas le preguntaron si se arrepentía por haber intentado reelegirse en contra de la voluntad mayoritaria de la población, Morales evitó responder con claridad o, en otros casos, dijo que no se arrepentía. Intentó compararse con la canciller alemana Ángela Merkel, la cual ya está más tiempo en el poder que el que llegó a estar él. Una comparación, por supuesto, totalmente fuera de lugar.
La posición de Morales resulta verdaderamente expresiva de una personalidad política muy boliviana, por un lado, ya que es costumbre inveterada de los políticos bolivianos eludir la autocrítica, y también, por otro lado, de Morales mismo, el único de nuestros políticos que puede ensimismarse hasta un punto colindante con el delirio.
Aunque no cabe duda de que una de las causas por las que muchos se le opusieron y lo odian es su condición de “indio” real y simbólico, como él mismo dice, también es cierto que esta oposición y este odio no hubieran sido capaces de vencerlo de no mediar sus propios defectos, el principal de los cuales es un egocentrismo tan agudo que lo lleva a cometer injusticias, que limita su visión política y que lo saca de la realidad.
Hoy este egocentrismo, impulsándolo a echarle la culpa de su desgracia exclusivamente a los otros, le impide aprender con humildad la lección que le ofreció la mala fortuna y, por tanto, mejorar como ser humano y como líder (si esto no ha ocurrido en estas circunstancias, tan terribles, depongamos la esperanza de que ocurra alguna otra vez).
Un segundo silencio muy “decidor”, tanto de Morales como del MAS, es la ausencia de referencias específicas a la situación de los demás dirigentes de este partido, además de Evo, que se encuentran exiliados, perseguidos, detenidos en prisiones y en la Embajada de México en La Paz. Característicamente, los tuits del expresidente solo se quejan de lo que le ocurre a él, a su “proceso” y a sus compañeros de base. Por otra parte, el MAS ni siquiera se ha propuesto hacer una campaña para denunciar las acciones contra sus dirigentes, hoy acusados de una amplia variedad de cargos. En el “decálogo” que acaba de aprobar en Argentina, el MAS solo dedica un punto al tema de la persecución, y en él promete realizar su propia persecución contra la presidenta Jeanine Añez. Mal congénito de la clase política boliviana, que todo quiere resolverlo con juicios y abogados...
La mayoría de los puntos del “decálogo” están dedicados a la que parece la única preocupación de Morales en este momento: las elecciones. Más importantes son los candidatos que se elegirán que los militantes que están padeciendo por su condición de tales. ¿Qué dice esto de ese partido y de la personalidad de su líder?
El MAS y Evo aparecen como limitadamente electoralistas y, por tanto, inútiles para hacer transformaciones sociales perdurables, que requieran de la actividad colaborativa y del compromiso de los mejores bolivianos (que no necesariamente son los más educados). Pero, ¿pueden militar los mejores bolivianos en el MAS, de aquí en adelante?, ¿quién de ellos se arriesgaría por este partido, si piensa que, de ocurrir un revés, este no sería capaz siquiera de nombrarlo, y mucho menos de defenderlo, por los celos de su jefe o por miedo a un efecto electoral adverso?
Fernando Molina es periodista y escritor.