Hace algunos días, la agrupación Maroyu de
Nestor Yucra lanzó la innovación de las “lindas cholitas”, un grupo de jóvenes
y sensuales bailarinas con la vestimenta de chola paceña. Esto luego del éxito
del grupo de bailarinas llamadas “lindas chiquillas” y el grupo de bailarines,
los “lindos chiquillos”, caracterizados por vestimentas y bailes sensuales al
son de la bailable cumbia. Así se las presentaba:
“Aparecen muchas copias, compadre. Ya no hay cabeza (…) hay mujeres que con mostrar el cuerpo llaman la atención, pero otras con una simple sonrisa no salen de su mente. Es por eso que quiero presentarles por primera vez, por primera vez, las lindas cholitas de agrupación Maroyu (…)”.
Maruyo tuvo un éxito importante en los 90 junto a grupos como Ronisch y Climax, en el auge económico de ciertas regiones Cochabamba. Luego, La Paz se convirtió en el lugar donde se cimentó su ascenso: primero con la apuesta e impulso de Discos Condor y luego con la importancia de programas como Sábado Gigante que ayudaron a consagrar a Maroyu como uno de los grupos de la época. El nombre de la agrupación surgió por las primeras sílabas del nombre de Marcelo Rodolfo Yucra en Uncía, Potosí. Marcelo, el mayor de los hermanos Yucra, fundó el grupo en 1973 y luego se sumaron los demás hermanos Raúl, Wilfredo y Néstor.
El éxito, claro está, era focalizado. El nuevo sujeto urbano que llegaba del campo o las comunidades indígenas, en esa efervescencia de la migración a las ciudades andinas, apreció la cumbia sureña o cumbia-saya “maroyunizada” y la apropió como suya. Sin embargo, aún se veía este género con ojos de desconfianza por otros grupos sociales de clase media y alta que la veían despectivamente como “chicheros”, es decir, con estereotipos negativos de origen rural-campesino, o indio. Si bien su éxito continuó en las décadas posteriores al inicio del nuevo siglo en espacios festivos populares, es recién en los últimos años que Maroyu volvió a tomar un protagonismo en el debate público boliviano.
La música tropical, particularmente cumbia, tiene un éxito innegable en el paladar nacional como nos dice el sociólogo Mauricio Sánchez en el poderoso ensayo La Ópera Chola… y Maroyu lo está aprovechando. Esto se debe no sólo a su música sino a las nuevas innovaciones estéticas como las bailarinas y bailarines que complejizan las narrativas antes estigmatizadas como “chicheras” o “indias”. Ahora, Maroyu, viene con un combo interesante a nivel estético: los bailarines vienen de otras regiones del país, como Santa Cruz, y no se limitan de una estética indígena o andina necesariamente. Así, rompen estéticamente con la barrera occidente-oriente y conquistan a un público más amplio en las clases medias-altas antes reticente a la música chicha.
Con la versión “cholita” de las bailarinas, esto se vuelve a complejizar. Si bien hay voces críticas frente al uso “incorrecto” de la vestimenta de la chola, hay también halagos y cumplidos a esta innovación. Es temprano aún para saber lo que resulte de esta nueva apuesta, pero me animo a decir que la cumbia en general, y la cumbia de Maroyu en particular, tantas veces desdeñada por nacionalismos y conservadurismos musicales, se catapulta como una oportunidad de abrir puentes entre regiones y entre clases sociales.
Siguiendo a la antropóloga Michelle Bigenho, pienso que la cumbia representa la autenticidad musical “vivida” de los bolivianos, “lo que ellos quieren bailar”.
En contra de esa autenticidad “representada” de ciertos grupos intelectuales que ven, de forma paternalista y estática, como auténtico solo a lo indígena de museo. Maroyu, con la incorporación de las “lindas cholitas”, coloca a la sensualidad del espectáculo mundial una pollera de la chola bailando al ritmo de una cumbia tradicionalmente india.
¿Qué nos dice sobre nuestra identidad nacional las innovaciones estético-musicales del fenómeno Maroyu? Ojalá que jóvenes investigadores nos ayuden con la respuesta.
@brjula.digital.bo