Aún no sé cómo sentirme respecto a la invitación que recibí a Bolivia 360.
Primero, no sabía que se trataba del Bolivia 360. No fue Marcelo Claure quien me contactó, sino un graduado de Harvard, quien me habló de una conferencia “tipo Bolivia Harvard Day”. Como ya tenía otro compromiso académico previsto desde hace meses, rechacé la invitación inmediatamente, agradeciendo su gentileza. Cuando me di cuenta, sentí cierto orgullo por haber sido considerado para participar en tan selecto evento. Más aún, cuando el mismo Claure lo defendió frente a quienes lo criticaron: “No fueron invitados porque su opinión no influye en nada”. Quiero creer que mi opinión sí influye al menos un poco, y que mi presencia no habría sido solo para añadir un matiz de “diversidad”.
Sin embargo, también me siento un poco incómodo por haber sido invitado a un evento que, según dijo Claure, tenía como principal objetivo “unir a la oposición para derrotar al MAS”. Aunque mantengo una postura crítica frente al MAS y creo que la alternancia es saludable para la democracia, estoy convencido de que el objetivo principal de un evento de este tipo no puede ser la derrota de un partido, sino la construcción de un nuevo proyecto, una verdadera alternativa. Ya he escrito antes sobre la simpleza de las premisas bolibertarias, que muchas veces se reducen a ser solo una “antítesis de”. La oposición boliviana, hasta ahora, no ha demostrado que pueden generar un proyecto común, alejado de sus propios intereses. Eso me deja pesimista; apoyar a la oposición solo por derrotar al MAS me suena a cambiar de capitán sin rumbo: el timón gira, pero el barco sigue a la deriva.
Tal vez por eso, es comprensible que muchas de las críticas –provenientes de personas de sectores no invitados al evento– señalen la falta de diversidad y la secrecía como síntomas antidemocráticos de la reunión en Cambridge. Es cierto, se trató de un evento privado, en una universidad privada, organizado y financiado por un empresario privado. Técnicamente no está obligado a rendir cuentas. Pero no podemos tapar el sol con un dedo: hablar sobre el destino de un país y sobre la democracia encerrados en cuatro paredes privadas difícilmente puede considerarse un acto democrático.
Pero no nos detengamos demasiado en mis reflexiones. Hablemos de los paralelismos históricos. ¿Sabían que las reformas estructurales de los años 80 en Bolivia también surgieron a partir de un seminario en Harvard hace 40 años? Esta historia está registrada por Jeffrey Sachs en el capítulo cinco de su libro The End of Poverty (2005). A mí me la contó por primera vez un querido profesor cochabambino cuando estudiaba en México.
Básicamente, Jeffrey
Sachs cuenta cómo a partir de un evento académico, “un seminario en el campus
organizado por un grupo de bolivianos de visita” (p. 91) al que asistieron solo
dos profesores de Harvard, Sachs, terminó asesorando el plan de estabilización
de la hiperinflación en Bolivia en 1985 (lo que nosotros mejor conocemos como
las reformas del 21060). Detrás de la invitación al seminario, David Blanco, exministro
de la dictadura de Banzer, Ronald Mclean, futuro alcalde de La Paz y Carlos
Iturralde, futuro canciller de Bolivia.
Varios otros articulistas han escrito sobre este tema, como Amparo Ballivián, Roberto Laserna, Raúl Peñaranda y Juan José Toro.
El seminario de Harvard de 1985 fue el inicio de una historia con victorias y errores. No es una epopeya del vencedor, sino también una narración de desaciertos y cambios. Para resumir: el partido ADN, en el que militaba MacLean et al, ganó las elecciones y convocó a Sachs como asesor económico. Con un pequeño equipo, Sachs fue a Bolivia, revisó datos, discutió y elaboró recomendaciones de un plan de estabilización. Sin embargo, al final, el Congreso eligió como presidente a Víctor Paz Estenssoro, del MNR. Sachs cuenta que el equipo del “Mono”, con el liderazgo de Sánchez de Lozada, recibió una copia del plan. Sachs entonces colaboró como asesor del MNR, apoyó la renegociación de la deuda externa en 1987, gestionó apoyo del Banco Mundial e incluso impulsó la erradicación de la coca.
Sachs afirma que logró sus objetivos de estabilización, aunque reconoce que el desarrollo económico posterior fue “lento e incierto” (slow and uncertain, p. 105). Él mismo ironiza: “Gracias a Dios, la teoría monetaria aún funciona a 4.000 metros sobre el nivel del mar” (p. 105). Sachs es honesto desde el inicio de su narración, era un profesor joven que antes había escrito solo artículos teóricos sobre la deuda y mecanismos para resolverla. “No sabía que yo sería el primero en aplicar esos mecanismos en los años 80” (p. 90), cuenta.
Entre el 23 y 24 de mayo de 2025, se celebró en Harvard, en la Kennedy School, este nuevo “seminario” sobre Bolivia en un contexto de alta inflación. Sin embargo, ya no era un joven académico quien lideraba, sino Ricardo Hausmann, economista senior, exministro de Planificación de Venezuela y exfuncionario del Banco Interamericano de Desarrollo. Actualmente dirige el Growth Lab en la Kennedy School, cuya misión es “buscar la prosperidad inclusiva y una calidad de vida que sabemos que es alcanzable para todos”.
Clauremente, el contexto es distinto. No es 1985, sino 2025. No está Sachs, sino Hausmann. Pero esta historia no ha terminado. Las elecciones aún no están cantadas. Quién sabe, quizá, como en 1985, las propuestas o recomendaciones formuladas en el Growth Lab no sean adoptadas por quienes las promovieron originalmente, sino por sus contendientes. En los 80, fue el gobierno de Paz Estenssoro el que aplicó las recomendaciones tratadas por el ADN. ¿Pasará algo similar ahora? ¿Será Evo o Andrónico quienes desmantelen el modelo que ellos mismos instauraron, como hizo Paz Estenssoro? ¿Trabajará Hausmann con quien gane, aunque no hayan asistido al evento? ¿Leeremos en unos años en un libro de Hausmann sobre el “modelo 360” como hoy estudiamos a Sachs y el 21060? ¿Es el 60 del 3-60 y 210-60 casualidad? ¿Tendremos que decir también, como Sachs, que el desarrollo posterior fue otra vez “lento e incierto”?
Quizá dentro de 40 años sepa cómo sentirme respecto a la invitación. Quizá entienda si el verdadero lugar para discutir el futuro del país está en Harvard… o en Bolivia. O tal vez en ambos. O en ninguno… tal vez en Yale.
Daniel Mollericona estudia un doctorado en la Universidad de Yale.