Cuentan que, en una reunión en Cracovia en 2011, Wislawa Szymborska les dijo a sus amigos que estaba escribiendo su último poemario. Poco después ella falleció. Sus 13 poemas póstumos están reunidos en el libro “Hasta aquí” (2014), traducido al castellano por Abel Murcia y Gerardo Beltrán.
Entre esos poemas hay uno que me parece profundamente revelador. Se titula “Alguien a quien observo desde hace un tiempo” y cierra con estos versos:
“Una vez encontró en los arbustos una jaula
de palomas.
Se la llevó
y para eso la tiene,
para que siga vacía”.
La jaula vacía como símbolo de libertad: no la libertad de tener, de dominar, sino la libertad que elige no encerrar. Una imagen sutil, pero poderosa, de lo que significa respetar la autonomía del otro.
Dudo mucho que los bolibertarios, los bolivianos libertarios, hayan leído a Szymborska. No lo digo por despreciar su gusto por la poesía ni por poner en duda sus capacidades intelectuales. Todo lo contrario: parece ser que muchos de ellos provienen de sectores bolivianos con alto acceso a capital cultural. Su rechazo, de esta forma, no sería por ignorancia, sino por ideología. Sospecho que si llegaran a leer el poema de la jaula vacía lo reducirían con desdén: dirían simplemente que Szymborska era, y efectivamente fue, comunista.
Y no importaría que haya ganado el Nobel de Literatura o que haya escrito uno de los poemas más conmovedores sobre el duelo como “Un gato en un piso vacío”. No. La sospecha ideológica lo contaminaría todo. Los bolibertarios no construyen su discurso a partir de ideas afirmativas de libertad, sino desde la reacción visceral al masismo. No son como los libertarios argentinos, que encontraron en la “casta” peronista su gran enemigo simbólico. En Bolivia, el enemigo tiene nombre propio: el MAS, al que responsabilizan de absolutamente todo lo que perciben como decadencia nacional.
Según ellos, la estructura de desigualdad en Bolivia no viene de siglos de colonialismo ni de décadas de neoliberalismo, sino de los últimos 20 años de masismo. En su visión, el MAS habría inventado el racismo y logrado dividir a los bolivianos como nunca antes. Es el origen de todos los males: la lepra estatalista, el cáncer del populismo, el obstáculo absoluto a su idea de nación.
Pero esta forma de oposición absoluta no suena a pensamiento político o económico, sino a resentimiento ideológico. Los bolibertarios parecen estar atrapados en la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo: se miran en el espejo del masismo y, al hacerlo, se construyen solo como su negación. Gritan “libertad!” pero lo hacen con los dientes apretados.
¿Qué clase de libertad es la que los bolibertarios nos quieren vender para las nuevas elecciones?
En sus discursos abundan las palabras, pero escasea la sustancia. Su libertad parece más bien la licencia para dejar hacer por dejar hacer, incluso dejar odiar, para gritar desde una rabia incontenida.
Jaime Sabines escribió un poema bellísimo titulado “Julito (2)”. En él, el hijo le pide a su padre una mariposa. El padre está por clavarle un alfiler para entregársela. Pero Julito, al ver que la matará, dice: “No la quiero, papá, no la quiero”. Esa es una forma de libertad: la que renuncia a poseer si poseer implica destruir. También está “Suelta de palomas” de Mario Benedetti, que nos habla de soltar, de dejar ir, de entender que la libertad no es propiedad sino vuelo ajeno. Ambas imágenes –la mariposa que se deja viva, las palomas que se sueltan– contrastan profundamente con la forma posesiva y reactiva con que los bolibertarios entienden la libertad.
La jaula vacía de Szymborska, la mariposa que Julito rehúsa, las palomas de Benedetti: todas hablan de una libertad que respeta al otro. Una que se construye desde la generosidad, no desde el berrinche.
Lo que pienso, y ojalá me equivoque, por el bien de Bolivia, es que los bolibertarios están perdidos. Que no tienen un verdadero proyecto de país. Solo actúan reactivamente. No ofrecen una idea de futuro, sino una reacción infantil al pasado reciente. Su idea de libertad no se sostiene en principios, sino en pataletas. Como el niño que grita en la calle porque su padre no le compra el helado que quiere. En su mejor versión, hablan de agencia individual; en la práctica, construyen trincheras emocionales contra todo lo que huele a Estado, a redistribución, a memoria.
Pero ninguna noción seria de libertad puede ser un berrinche. La libertad no es romper todo porque se odia a quien estuvo antes. La libertad no es una jaula llena de palomas propias, ni una mariposa muerta clavada en la pared. La libertad, si ha de tener sentido en Bolivia, tiene que significar algo más en las próximas elecciones.
Daniel Mollericona estudia un doctorado en la Universidad de Yale.