Uno de los grandes peligros del nacionalismo es creerse el centro del universo. Sentirse, como dirían los mexicanos, “la neta del planeta”. Desde el gran impulso de creación de los Estados-nación europeos, el nacionalismo se ha constituido como una fuerza colectivizante que genera y promueve vínculos de solidaridad muy potentes. Al menos, en su faceta más “positive”.
Sin embargo, el nacionalismo también produce sentimientos y políticas de exclusión. De ahí que surja una creciente literatura que advierte sobre el “nativismo” como amenaza a la democracia. Esta idea de que solo la nación –entendida como una única forma legítima de solidaridad– merece protección, con frecuencia se convierte en la justificación para rechazar a las personas migrantes o extranjeras. El nacionalismo, como proyecto político –o también como práctica cotidiana como nos recuerda el sociólogo Bart Bonikowski– tiene luces, pero también muchas sombras.
En Bolivia (y quizás como en muchos otros países), el nacionalismo es clave, pero tiene ciertas peculiaridades. Se parece a un padre tóxico: celebra con entusiasmo los logros de sus hijos, pero los deshereda en sus fallas. Cuando la selección gana, el nacionalismo abraza a la nación como lo mejor del mundo. “¿Ves? Siempre podemos. ¿Ves? Siempre lo logramos”. Pero cuando pierde, aparece el juicio despiadado: “Bolivia no sirve para nada”, “es una vergüenza ser boliviano”. Nos sentimos orgullosos de danzas como la morenada o la kullawada, y las elevamos como símbolos nacionales. Pero luego, las mismas expresiones culturales son desdeñadas con comentarios racistas, como si fueran signo de atraso.
Con el riesgo de alimentar a este padre tóxico llamado nacionalismo, hoy les traigo un chisme que viene circulando entre creadores de contenido digital: el presunto origen boliviano del picante, específicamente del capsicum.
Los latinoamericanos somos conocidos por nuestro amor al picante. Particularmente los mexicanos, con sus deliciosos platos que “enchilan” –sí, hay un verbo para describir ese momento en que se te incendia la boca–. Pero no son los únicos. También hay gran afición al picante en países como Guatemala, Perú y Bolivia. De hecho, el aguante al picante se usa muchas veces como marca de masculinidad… y por qué no decirlo, como una forma más de nacionalismo.
Ahora bien, la literatura científica ofrece indicios bastante sólidos de que una de las especies más conocidas de ají –el Capsicum baccatum– fue domesticada en lo que hoy es territorio boliviano.
Según un artículo de McLeod y otros (incluyendo a William Hardy) publicado en 1982, existe una hipótesis sobre el origen del Capsicum baccatum –lo que aquí conocemos como locoto– en una zona “nuclear” entre Aiquile, Comarapa y Villa Montes. Eso sí: los autores son cuidadosos al presentar esto como una hipótesis respaldada por evidencia parcial, que requiere más investigación.
https://link.springer.com/article/10.1007/BF02862689
Un estudio más reciente, publicado en 2018 por Scaldaferro y otros, identifica un centro de domesticación del Capsicum baccatum en la “Amazonía boliviana y los valles interandinos”. Sin embargo, al revisar el artículo completo, se aclara que los “valles interandinos” a los que se refieren están en Perú. Aun así, también proponen que un área de cultivo más antigua pudo haberse ubicado entre Bolivia y Argentina.
https://academic.oup.com/biolinnean/article/124/3/466/5002140
Es decir: si uno se queda solo con el artículo de 1982, sin atender que se trata de una hipótesis, o si no se lee con atención el texto de 2018, podría concluir que el chile es exclusivamente boliviano. Y eso sería una lectura forzada.
La ciencia, como sabemos, a veces se usa para alimentar egos nacionalistas o disfrazar posiciones políticas. No es muy difícil hacerlo. Basta con empezar una frase diciendo: “La ciencia ya comprobó que…”. Pero la ciencia, en realidad, es un campo de constantes refutaciones, no de verdades absolutas. Investigaciones de muchos años pueden tambalear con nueva evidencia o por vacíos metodológicos. Y eso no es un defecto, sino parte del juego. Los filtros académicos –revisión por pares, arbitraje, comités editoriales– dan rigurosidad a los trabajos, pero no los blindan contra el error. La ciencia debe practicarse con humildad, y también nuestras aspiraciones nacionalistas.
Sí, hay buena evidencia para argumentar que el Capsicum baccatum fue domesticado en lo que hoy es Bolivia. Pero eso no significa que debamos domesticarnos nosotros al nacionalismo ni convertir la ciencia en fanatismo.
Somos “la neta”, pero a veces solo de la banqueta, no siempre del planeta. Y eso está bien.
Daniel Mollericona estudia un doctorado en Yale.