La reforma electoral de los años 90 logró un sistema
electoral bastante bueno, sobre el que se estructuró la “democracia pactada”.
La prueba de que era bueno es que le sirvió al “antisistémico” Evo Morales para
ganar las elecciones de 2005.
Los anglosajones tienen un dicho: “Sí algo funciona, no lo arregles”. Pero nosotros no somos anglosajones, sino latinos. Tenemos otro dicho: “De nada sirve que funcione en la práctica si no funciona en la teoría”. Queremos prever y regular el comportamiento de las personas, en lugar de confiar en ellas. Así que vinieron las reformas electorales de 2010 y de 2018.
Obviamente, se aprovecharon para hacer difíciles las cosas. Tenemos otro dicho: “no dejes algo simple si puedes complicarlo” (ya que creemos que así adquirirá más prestigio).
Aprendices de mago
El MAS pensó que la ley laberíntica que estaba aprobando le serviría en contra de sus rivales. Al final también terminó siendo víctima de ella, como todo el que quiere manejar el porvenir con una tecnología cualquiera, en este caso, jurídica. Aprendices de mago. Y siguen queriendo conjurar las fuerzas incontrolables. Los oficialistas no aprenden de su propia experiencia y siguen respaldando la ley.
Por otra parte, en la oposición no se ha planteado la contrarreforma electoral como una cuestión principista. Protestan por las restricciones existentes cuando se usan contra ellos, pero a la más mínima oportunidad tratan de usarlas ellos mismos en contra de los demás.
Campañas negativas
En 2002 Manfred Reyes Villa no llegó al poder gracias a la campaña electoral del MNR. El MNR pudo hacer esa campaña por la libertad electoral que imperaba entonces. Había un sistema que confiaba en la sociedad. Posteriormente, el MAS prohibió las “campañas negativas”, por la ya señalada intención latina de planificar legalmente el porvenir y la conducta. Con ello trasladó la objeción al rival del campo político al campo judicial. Ahora las campañas negativas se realizan en los tribunales. Con el cambio ha perdido la democracia y también el propio MAS, que no ha podido hacer campañas negativas en la TV contra Carlos Mesa (y ahora tampoco contra Manfred, Iván Arias, etc.)
No se puede reglamentar la conducta humana en democracia. Eso simplemente arruina la democracia, sin sustituirla por un sistema autoritario eficaz.
Desoír la tradición
Una de las características del reformismo electoral nacional ha sido desoír la tradición, las lecciones de la historia, tanto en tiempos neoliberales como ahora.
-Se amplió el mandato presidencial de cuatro a cinco años, solo por la codicia de los políticos, rompiendo una costumbre centenaria.
-Se introdujo la reelección (¡qué manera de conjurar los demonios!), echando al tacho las experiencias de Siles y Paz Estenssoro.
-Se impidió que los candidatos a la presidencia y vicepresidencia sean al mismo tiempo candidatos a parlamentarios (¿por qué?). Esto bajó el nivel del Parlamento.
-Se introdujo la obligación de la residencia del candidato en el lugar en el que postula, pasando de largo tantas gestas políticas del pasado en que importantes políticos candidatearon desde el exilio. Primera víctima: Evo Morales. (Ahora quieren arreglar con el codo del Tribunal de Justicia lo que hicieron con la mano de la Constitución).
Somos buenos para innovar, en parte porque no conocemos la historia de las innovaciones previas.
Encuestas
Aterrorizados por las encuestas, es decir, por la voz de la gente, los políticos las han cargado de múltiples cadenas y candados. La medida de anular a un partido entero porque cualquier candidato del mismo haya difundido encuestas propias, muestra el tamaño de la enajenación de los autores de la reforma electoral de 2010. Implica volver a las sanciones “draconianas” de la antigüedad, sin respetar una elemental garantía: el carácter personalísimo del delito.
El MAS fue el más entusiasta beneficiario de estas restricciones, pero también la oposición las trató de usar contra Luis Arce. Victimario se convirtió en víctima, una vez más. Arce tuvo que denunciar las cortapisas que lo amenazaban como inconstitucionales y, en efecto, seguramente lo son. Increíblemente esto no ha impedido que estén en marcha nuevas iniciativas de sobrerregular las encuestas.
Ya lo sabía Carlos Medinaceli: no somos empíricos. Lo contrario de empírico o científico es “huayralevas”.
Fernando Molina es periodista.