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05/08/2019
El Tejo

La fecha que resiste embates

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

Más allá de las razones y sinrazones por las que festejamos los 6 de agosto la fecha de nuestra fundación como país, ésta se ha mantenido en nuestros ya 194 años de vida, compitiendo con intentos facciosos que pretendieron convertir el “día de gloria” que dieron a la patria por algún golpe exitoso, en una fecha fundacional.

Es más. No están lejanos el 18 de diciembre de 2005, día en que el actual binomio inconstitucional ganó las elecciones generales; el 22 de enero de 2006, día en que éste asumió por primera vez las riendas del gobierno; o el 7 de febrero de 2009, cuando se promulgó la nueva Constitución Política del Estado (CPE).

A pocos, pero machaconamente remarcados, 14, 13 y 11 años de esos sucesos, la gran mayoría de la gente no recuerda qué pasó esos días (salvo, probablemente el 22 de enero, porque ha sido declarado feriado nacional). En cambio, el 6 de agosto se mantiene profundamente arraigado en la gran mayoría (creo que incluso en quienes celebran los tres días mencionados) de los ciudadanos del país y basta señalar esa fecha para que recordemos que es la fiesta de Bolivia.

Dura decepción para el primer mandatario que, al promulgar la nueva CPE, dijo, muy seguro de sí, que es “impresionante lo que estamos haciendo: de la rebelión de nuestros antepasados a la revolución democrática y cultural, a la refundación de Bolivia y a la reconciliación entre originarios milenarios y originarios contemporáneos".

En esta línea de refundación, desde 2006 los actos oficiales de conmemoración del 6 de agosto han sido opacos e itinerantes (por ejemplo, los actos oficiales se celebrarán este año, que podría ser el último que los presida el actual mandatario, en Trinidad). De hecho, el informe anual que el Presidente del Estado debe presentar a la nación como obligación constitucional es leído el 22 de enero que, casualmente, siempre se rememora en la sede de gobierno y, salvo este año, ha sido precedido o culminado con una escapada a Tiahuanaco. En cambio, los informes presentados ante la Asamblea Legislativa los 6 de agosto son escuetos y claramente protocolares (para beneplácito de periodistas).

La perseverancia en valorar la “fiesta patria” muestra que la fecha está en las entrañas de la ciudadanía, lo que puede explicarse, por un lado, porque ayuda a identificarnos entre todos, hombres y mujeres, que buscamos un destino común, percepción crucial frente al hecho de que la propuesta o imposición de otras fechas responde a visiones de una fracción de la sociedad, no a toda.

Por otro lado, puede también responder a que el país es la expresión de una voluntad política y no una consecuencia geográfica o histórica. Somos bolivianos porque la dirigencia que nos creó en los duros años de la guerra por la independencia, que en sí misma fue una confrontación civil, decidió hacerlo incluso en contra de los intereses del Libertador Bolívar y de los gobiernos de las Provincias Unidas, el Bajo Perú y Brasil, que ambicionaban anexar los territorios del Alto Perú a sus dominios. Conviene recordar, además, que esta resistencia resultó exitosa sin más armas que el discurso consistente y un lisonjeo adecuado.

Y tan no se trataba de visiones de corto alcance o meras ambiciones de poder de nuestros creadores que existimos desde hace 194 años en un espacio regional plagado de conflictos en el que hemos logrado sentar presencia.

Valga, entonces, señalar en este 6 de agosto que, pese a los avatares, la voluntad de hacer de Bolivia un país se mantiene más allá de las facciones que se han sucedido en la conducción del Estado. Voluntad que debe convertirse en un acicate para que veamos nuestra historia con una actitud más reflexiva que idílica sobre las malas y las buenas cosas que nos han sucedido desde hace 194 años.

Juan Cristóbal Soruco es periodista.



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