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Política | 18/08/2025   02:30

|ESPECIAL BICENTENARIO| Adiós al integrismo diplomático|Gonzalo Mendieta|

En conmemoración a los 200 años de la fundación de Bolivia, Brújula Digital presenta su Especial Bicentenario que propone un recorrido plural por las múltiples capas que configuran la historia, la identidad y el porvenir del país. Son 17 ensayos que son publicados en este espacio.

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Brújula Digital|18|08|25|

Gonzalo Mendieta Romero

En uno de sus libros[i], el embajador y excanciller boliviano Luis Fernando Guachalla repudiaba a los “doctores en límites” bolivianos y paraguayos. Lo molestaba su integrismo, que “restaba flexibilidad a toda negociación”. A Guachalla también le debemos esa síntesis del destino geopolítico de la nación: “Bolivia, tierra de contactos, no de antagonismos”.

No sin sufrir, Bolivia ha seguido de amortiguador de las rutinarias disputas geopolíticas del vecindario. Las vimos el 2019, cuando los brasileños prefirieron el resultado de la crisis de noviembre, mientras Argentina, con Alberto Fernández, hizo todo para restaurar al MAS en el poder.

No en vano los venezolanos influyeron aquí y no solo en la independencia. Por ejemplo, el presidente Carlos Andrés Pérez en los años 70 y después, en la gestión de Jaime Paz. Para no volver a la relativamente reciente incidencia de Hugo Chávez y su receta constituyente de la revolución. Es la situación boliviana que hizo escribir a Edmundo Pérez Yoma[ii], cónsul en Bolivia a inicios de los años 2000 y relevante político chileno, que en La Paz el embajador peruano juega de local.

Nos ha sido difícil lidiar con los intereses de los vecinos. A inicios del siglo XX Bolivia trajo a la compañía neoyorquina The Bolivian Syndicate para la administración fiscal de los territorios del Noroeste[iii], el Acre. A Brasil no le hacía gracia un enclave norteamericano en su área de influencia. 

Félix Avelino Aramayo, minero acaudalado, y sobre todo un hombre de negocios londinense, creyó que la mejor forma de “contrarrestar la presión brasilera era oponerle intereses de naciones extranjeras suficientemente poderosas para ser respetadas”[iv]. El papel de Aramayo en la negociación del Tratado de 1904 fue también inspirado en el practicismo de darle soberanía aduanera y ferrocarril al país, a cambio de consolidar la cesión territorial a Chile. Conrado Ríos Gallardo, el diplomático chileno, cita a Daniel Sánchez Bustamante a propósito de Aramayo: “Su larga residencia en la gran metrópoli británica le enseñó a ver la vida sin las ilusiones de los doctores enclaustrados en Charcas… ¡Benditas ilusiones!”.[v]

Saltando en el tiempo, siguiendo a Walter Auad, sorprende ese Banzer que retruca a los periodistas: “quienes critican el gasoducto al Brasil no se oponen a este sino a mi gobierno”. O ese embajador argentino, reaccionando ágil a la pregunta de qué nos daría la Argentina si no le vendiéramos gas al Brasil: “lo que ustedes pidan”. 

En sus memorias, Antonio Araníbar alega que Sánchez de Lozada trajo a la controversial petrolera Enron en los años 90 para negociar con Petrobras (“un gigante engreído”, según Araníbar). Esta no les daba pelota a los negociadores bolivianos hasta que se anotició de la llegada de los cowboys de Enron. Félix Avelino Aramayo reencarnaba en otro minero, Goni, 90 años después.

Para equilibrar el reflejo de la tutela vecinal, en Bolivia se buscó tener presencia propia en los centros de poder mundial. Adolfo Costa Du Rels, otro diplomático de aquella camada, fue presidente de la de la Sociedad de Naciones en 1940. Y aunque el coloso Tío Sam nos pisó varias veces los callos, es mejor dialogar con él que a través del filtro de los intereses de los vecinos, elegantemente vestidos en el lenguaje de la “patria grande”.

El resultado de la expulsión del embajador norteamericano en 2008 ha sido la supeditación de nuestra política exterior ya no a Washington, sino a La Habana, Buenos Aires o Brasilia, según toque, cuando no a Moscú, como entre 2017 y 2018, cuando tuvimos un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU y todas las votaciones de la delegación de Bolivia coincidieron con las posturas rusas.

Alberto Ostria Gutiérrez fue otro representante de esa generación, criada en el ocaso liberal de hace cien años, reclutada y enviada joven a misiones diplomáticas por el presidente Hernando Siles Reyes en la segunda mitad de los años 20. El mantra de esos jóvenes fue que la tradición de los títulos y argumentos jurídicos en las disputas con otros países está reñida con el interés nacional.

Ostria se veía como un continuador del practicismo de liberales como José Carrasco y el conservador Aniceto Arce. Al primero no duda en llamarlo estadista, y al segundo, el hombre de las grandes anticipaciones. La labor de Ostria en los acuerdos con Brasil y los ferrocarriles al oriente boliviano no puede entenderse sin esa inspiración.[vi] 

No obstante, como objetivo de la crítica indirecta de Ostria a la generación que lo precedió, la liberal del Tratado de 1904 y de la demanda contra Chile en la Sociedad de Naciones, están también las ideas de José Carrasco. Por un tiempo al menos, y dado el bienintencionado wilsonianismo que reinaba en el mundo, la paz perpetua parecía estar a la mano, con la idea liberal de un órgano rector mundial: la Sociedad de Naciones.

Carrasco fue mentor de Ostria cuando el primero era embajador en Brasil. Carrasco fue un político liberal que defendió el Tratado de 1904. Más tarde, secundó la presentación de la demanda boliviana contra el Tratado de 1904 ante la Sociedad de Naciones. El fracaso boliviano en esos intentos (fueron dos) en el gobierno de Bautista Saavedra, tal vez aleccionó a los noveles diplomáticos, como a nosotros la sentencia de La Haya en 2018.

La revolución de 1920 tuvo como uno de sus motivos el “odio a Chile”. Los liberales aducían que los republicanos revolucionarios eran financiados por Perú; estos respondían acusando el prochilenismo de los liberales. Los ecos de 1920 se escucharon aún en 2003. Y después no admitimos lo que la historia tiene de cíclica.

En su libro[vii] publicado bajo el seudónimo de Brissot, Carrasco hace un recuento histórico y, sobre todo, jurídico de los derechos bolivianos al Pacífico. Por ejemplo, forcejea con autores chilenos si el cronista Cieza de León o Garcilaso de la Vega “consideraron el desierto de Atacama a Chile”, como aseguró el “señor Alejandro Fierro, ministro de RREE de Chile en 1879”, quien “no cita una sola cedula real ni título explícito de ningún género[viii]”. Esta muestra evoca las disquisiciones del mismo corte en las que nos zambullimos en la década pasada.

Bolivia estuvo siempre atrapada en sus relaciones en el Pacífico por la competencia entre Callao y Valparaíso. Carrasco apunta que ya en 1872 en Chile se sostenía que “si Bolivia ambiciona rectificar sus fronteras, debe ser nuestro aliado y no aliado del Perú[ix]”. El presidente Adolfo Ballivián, pese a que no lo acercaba nada al Perú (su padre derrotó a Agustín Gamarra en Ingavi y mantuvo ocupado territorio peruano), alegaba que Bolivia “…no podía vivir sola; tenía que inclinarse al Perú o a Chile”[x].

La moraleja es que, en una relación de tres, hay que por lo menos formar parte de dos. Peruanos y chilenos lo aprendieron y lo cultivan. Pese a sus resentimientos, abonan una relación estratégica que pasa frente a nuestras narices, mientras nosotros rumiamos derrotas, anhelos y resentimientos.

Es aún válida la sentencia, a propósito de la Bolivia después del Chaco que vio Ostria Gutiérrez: “(se) puso en evidencia la inexistencia de aliados de Bolivia, lo que era reflejo de años de negligencia sobre la necesidad de establecer una política de alianzas favorable a sus intereses…”.[xi]

La tradición de la diplomacia boliviana fue enterrada en el siglo XIX por la iracundia de Augusto Céspedes. En uno de sus libros[xii], el Chueco acusa a ocho “diplodocus” (una especie jurásica, quería decir) de carrera de trabar un pacto de caballeros para turnarse los cargos diplomáticos. Entre esos “diplodocus” estaban Ostria Gutiérrez, Guachalla y Costa Du Rels.

Pero la historia partisana de Céspedes no pudo borrar el legado de esos diplomáticos, por elitistas que fueran. Algunos de sus discípulos fueron luego cancilleres, como Gustavo Medeiros. Y Barrientos reclutó a jóvenes que luego formaron un equipo parecido. 

A Ostria y Guachalla les debemos la misión Bohan, cuyo plan entregado en 1942 bajo la presidencia de Enrique Peñaranda sirvió para que el país dejara de “comer estaño” y se extendiera al oriente a producir alimentos y explotar hidrocarburos. Obviamente que en el “debe” podemos poner el precio del estaño en la Segunda Guerra Mundial, con rebaja para los aliados. Pero solemos subestimar las restricciones materiales de nuestra diplomacia. Comparamos sus acciones con el ideal de nuestras mentes y no con la realidad.

Una forma de aprender es revisar cómo nos ven los ajenos, que no participan de nuestras fobias o filias, o se sirven instrumentalmente de ellas. David Greenlee, exembajador de Estados Unidos en La Paz, en una entrevista de 2007, apunta que, en los años 2000, Perú no quería que Bolivia acordara la salida de gas por Chile. En el mejor de los casos, Lima buscaba hacer a Bolivia un socio de su propio proyecto de gas, “pero, más cínicamente, para asegurarse de que Bolivia no emergiera como un competidor de gas. 

Perú también estaba detrás del mercado mexicano y estadounidense. Los peruanos lo vestían como ‘solidaridad’ con Bolivia, una palabra por la cual los bolivianos sienten debilidad. Goni (Sánchez de Lozada) no era ingenuo sobre esto, pero los bolivianos en general lo eran y lo son. No piensan geopolíticamente, aunque sus vecinos sí lo hacen”.[xiii]

El desafío boliviano en la arena internacional es el de siempre: ampliar nuestra autonomía, navegar entre las potencias y los vecinos con nuestra voz y perseguir nuestros inaudibles intereses entre las fisuras que dejan los más poderosos. Nuestros vecinos miran ya al Asia, donde tienen misiones diplomáticas hace tiempo. Nosotros nos movemos aún como ultramontanos. Sin embargo, poco a poco hemos honrado el brillo de los diplomáticos que, pese al revés de la guerra del Chaco, preservaron en la negociación de la paz una salida al río Paraguay y de ahí al Atlántico, pese al clamor interno en contra. La salida al Pacífico quizá no tome la forma que anhelamos, pero hay que orientarse a lograrla, incluso si eso significa gradualismo y ganar control y presencia. Hasta personalidades chilenas como Edmundo Pérez Yoma observaron un tiempo que “cultivar el statu quo no tenía futuro. O que el futuro que tenía era negro”.

Ser un país de contactos significa no sucumbir a los cantos de sirena de los conflictos del globo. Nos fue mal cuando no tuvimos más remedio que alinearnos. En los años 40 proveímos estaño seguro y barato a Occidente. Y a inicios de los años 50 fuimos a suplicar a Estados Unidos que no dejara de comprarnos el metal del diablo. La generación de Ostria Gutiérrez no calculó que, una vez se liberase el estaño de Malasia, Estados Unidos e Inglaterra ya no necesitarían el boliviano. De ahí su estupefacción durante las negociaciones del gobierno de Urriolagoitia con Estados Unidos[xiv].

Veamos a los vecinos. Milei se alineó con Ucrania hasta que su amigo Trump volvió a la Casa Blanca. Y ahora no sabe dónde meter sus proclamas. Mientras, Brasil, factor de la estabilidad del continente, se permite estar en los BRICS, hablar con Moscú, Beijing y mantener interlocución con Washington.

Talvez la época que nos toca, de nacionalismo de las potencias, no nos dé el margen de maniobra de Brasilia. Pero habrá que resistir alineamientos y echar mano de la diplomacia para ganar, aunque sea en el margen, posiciones. El integrismo de nuestros deseos y emotividad nos mueve a esperar que los demás los satisfagan. Aprendamos, pues, de las limitaciones de la diplomacia de los doctores.

Ignacio Prudencia Bustillo, nieto del diplomático del siglo XIX, Rafael Bustillo, en su libro sobre la misión de su abuelo en Chile, repara en la necesidad del sentido común, “que los ingleses aprecian como la primera cualidad espiritual de su raza y nosotros, los latinos, estimamos la última de las prendas intelectuales”. Bustillo, decía su nieto, “conocía todos los vericuetos de la diplomacia chilena” con su “espíritu sutil y observador”.[xv] 

Aunque las explosiones de ánimo de Rafael Bustillo fueron proverbiales, más que la ambición inmediata de una gran diplomacia profesional, un buen inicio sería abonar el sentido común, dar espacio a nuestros negociadores, observar la experiencia histórica y conocer mejor a nuestras contrapartes.

 Gonzalo Mendieta Romero es abogado, especialista en relaciones internacionales.

[i] Misión en el Paraguay Mayo, 1930 – julio, 1931. Luis Fernando Guachalla. S/ed. La Paz,1 971.

[ii] Una misión. Las trampas de la relación chileno-boliviana. Edmundo Pérez Yoma. Random House Mondadori S.A. Santiago, 2004.

[iii] Ley de 21 de diciembre de 1901, dictada bajo la presidencia de José Manuel Pando.

[iv] Alfonso Crespo, citado por Walter Auad Sotomayor en Relaciones Brasil - Bolivia. La definición de fronteras. Editorial Plural. La Paz, 2013.

[v] Diplomacia Chilena - Una perspectiva histórica. Carlos Bustos. RIL Editores. Santiago, 2018.

[vi] Una Obra y un Destino: Alberto Ostria Gutiérrez. Editorial Ayacucho. Buenos Aires, 1946.

[vii] Bolivia ante la Liga de Naciones. José Carrasco. La Paz, 1919. Lit Marinoni.

[viii] Ídem.

[ix] Ídem.

[x] Ídem.

[xi] Relaciones Brasil-Bolivia. La construcción de vínculos. Walter Auad Sotomayor. Editorial Plural. La Paz, 2021.

[xii] El dictador suicida. Augusto Céspedes. Tercera edición. Editorial Juventud. La Paz, 1979. 

[xiii] The Association for Diplomatic Studies and Training Foreign Affairs Oral History Project. Ambassador David N. Greenlee. Interviewed by: Stuart Kennedy. Initial interview date: January 19, 2007. Copyright 2009 ADST.

[xiv] The Truman Administration and Bolivia. Glenn J. Dorn. Penn State Press. Estados Unidos, 2011.

[xv] La misión Bustillo (Más antecedentes de la Guerra del Pacífico). Ignacio Prudencio Bustillo. S/ed. Sucre-Bolivia, 1919.

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