En el bicentenario de Bolivia, los datos del censo muestran que somos poco más de 11 millones y que, por ejemplo, la autoidentificación con una nación indígena se mantiene muy cerca del 40 %. Una segunda vuelta inminente ha desplazado a la derecha más radical para dar paso a una derecha populista de discurso nacionalista.
Estamos en un nuevo ciclo del país, para bien y para mal. La justicia se ha volcado y va absolviendo a actores políticos que ahora aparecen libres de culpas, mientras intenta cerrar heridas de decretos supremos catalogados por instituciones como “masacre”. Hemos recorrido 20 años de neoliberalismo y otros 20 de plurinacionalidad, y ahora nos encontramos en la antesala de otro ciclo, marcado por un inminente cambio político y económico. El escenario es incierto: parece que cualquier cosa puede pasar.
En este contexto, se multiplican las declaratorias de esperanza y, al mismo tiempo, de caos total. Para algunos, este país “se va al infierno”; para otros, este país “se va al cielo”. En mi versión, estamos aún a 200 años de ser y no ser Bolivia[1]. Pero de aquí, ¿a dónde vamos?
Seguramente en octubre habrá una respuesta en el plano político después de la segunda vuelta, que mostrará algo de claridad en el rumbo nacional. Pero un país es más que estabilidad política. La pregunta que vuelve una y otra vez es: ¿qué somos?, ¿qué es Bolivia?, ¿a dónde vamos como bolivianos al futuro?
Pensando en esto, en estos días me encontré con el lanzamiento de la canción Estoy Solito Remix ElBonny, que se mantuvo número uno en Bolivia un días después de presentarse. Una canción de “chicha” que logró rescatar el gusto boliviano por este género, aunque a través de un productor más conocido por su estilo urbano, desafiando los prejuicios que implica en Bolivia escuchar chicha: la música de pueblo, de campo, de “cholitos”, o, en última, de “indios”.
Bonny Lovy, en sus palabras, dice: “es un género que siempre me ha gustado, siempre me ha llamado la atención, porque es muy divertido y además tiene un gran mercado” . Incluso recuerda su canción previa Pica Pica , otro remix de cumbia chicha que, según él, se mantuvo 10 días en tendencia en YouTube Bolivia. Este estilo lo llamó incluso Chicha Premium : un género antes desdeñado desde el nacionalismo puro o la música de élite, que ahora reaparece revisada y “limpio” por Bonny Lovy.
Los comentarios en redes sociales son reveladores:
“Este y el Pica Pica no paro de escucharlos; generalmente no escucho nada de este género, pero el Bonny otro nivel, gracias por estos temazos, sigue así.”
“A mí ni me gusta este tipo de canción, pero hoy sí que me hicieron bailar”.
Estos testimonios muestran cómo los límites del gusto se transforman. En los últimos años hemos visto cómo estilos antes relegados resurgen con fuerza, como pasó con Maroyu[2]. Pero ahora se hacen desde un nivel más profesionalizado. Bonny Lovy ha encontrado, entre el mercado y el pragmatismo del gusto popular, una veta que representa gran parte de la efervescencia musical de Bolivia y hasta una posible unidad cultural.
Mauricio Sánchez propone un tripartito —folclore, rock y tropical (con la cumbia a la cabeza)— que refleja identidades fragmentadas bolivianas, como lo muestra en su ya clásica Ópera Chola . Y, como señalaba Bigenho, a los bolivianos siempre les ha gustado la cumbia. Aquí, en mi opinión, hay una hipótesis de una posible identidad nacional a futuro: la cumbia chicha tiene algo que marca hitos de unión, aunque a veces contestada. Hay en ella un sentido de solidaridad que puede convertirse en estructura cultural de una identidad nacional. Ya nos tocará a los científicos sociales entender qué valor nacional tiene la chicha en el futuro.
Estos días no estamos solitos. El repechaje al Mundial nos devuelve por un instante la sensación de ser un país unido, aunque sea bajo una camiseta verde. Pero cuando pase el grito de gol, volveremos a esa soledad colectiva de preguntarnos qué es Bolivia. Quizás lo seamos en las canciones: en la chicha que se baila en los pueblos y ahora también en las discotecas, en el eco de una letra simple que nos recuerda que incluso en la soledad hay compañía. Tal vez ese sea el destino de Bolivia: estar solitos, pero nunca solos. Siempre esperando un nuevo arrebato nacionalista, como quien espera a su amor y canta: “Fin de semana, te quiero ver, cariñito…” .