El dilema del prisionero busca explicar
racionalmente el comportamiento irracional. Por ejemplo, ilumina la actual
batalla entre dirigentes del MAS, que resulta evidentemente contraproducente
para sus protagonistas y, sobre todo, para el partido en su conjunto y sus
proyecciones futuras. Evistas y arcistas actúan de forma irracional, ¿por qué?
¿Qué puede decirnos el dilema del prisionero sobre su conducta?
Una versión simplificada del dilema del prisionero es esta: La Policía detiene en celdas separadas a dos criminales que sabe son culpables, pero contra los que tiene muy pocas pruebas. Si ambos se resistieran a confesar, saldrían libres, y ambos lo saben. Pero, como no pueden comunicarse entre sí, no pueden coordinar una posición conjunta. Las autoridades les plantean a ambos la siguiente oferta: si uno de ellos delata a su compañero, este recibirá 30 años y el delator solo 15. Por tanto, si alguno de los prisioneros se mantiene callado, pero es delatado por el otro, corre el riesgo de ser condenado a la máxima pena. Como resultado, ambos deciden delatar a su compañero y ambos obtienen 15 años, aunque podían haber salido libres. Su “error” consiste en anticiparse negativamente al comportamiento ajeno.
Lo mismo ha pasado con Evo Morales y Luis Arce. Cada uno creyó que el otro actuaría mal. Evo sospechó que el ministro Del Castillo y la DEA lo involucrarían en narcotráfico (el “plan negro” no es más que la formalización ulterior de esta sospecha inicial), así que se estrelló públicamente contra él. Arce creyó que Evo quería el cambio de Del Castillo para copar su gobierno e impedirle volar con alas propias, y por eso mantuvo a su ministro, con lo que alentó la paranoia de Morales.
Ambos creyeron que estaban actuando racionalmente, cuando, en conjunto, su comportamiento era irracional.
Por supuesto, la conducta irracional cumple un papel importante en la política y la sociedad. Un mundo basado exclusivamente en la decisión racional, en el que se reduzca a cero el dilema del prisionero, resulta imposible. Esto no impide que ese mundo sea el objetivo del neoliberalismo y otras corrientes ideológicas similares. Solo que es un objetivo utópico.
Dicho de otra manera. Se puede suponer que los seres humanos tratarán siempre de maximizar sus retornos, pero no puede perderse de vista que lo harán desconociendo gran parte de las respuestas que sus acciones tendrán, lo que les llevará a realizar cálculos errados. En otras palabras, la complejidad social y la opacidad del mundo tornan imposible que una buena parte del comportamiento humano quede libre de la irracionalidad.
Cuando los expertos en marketing electoral señalan que los votantes eligen en función de sus emociones, se refieren sin darse cuenta a esto. La imposibilidad de saber qué hará realmente un candidato cuando gane y lo que será finalmente un gobierno suyo, llevan a los electores a anticiparse mediante la intuición. Pero el ciudadano no vota por el más simpático y agradable, como simplifican los “gurús” (en su mayoría unos idiotas), sino por aquellos que, paradójicamente, pueden ser considerados una buena decisión racional por medio del dilema del prisionero, es decir, de la intuición. Esta contradicción está inscrita en la base misma de la socialización humana y de la política.
Por esto, que no es otra cosa que el carácter ontológico de la incertidumbre, no podemos saber qué ocurrirá con el conflicto del MAS, a dónde llegará. Podemos estudiar las probabilidades, pero hacer anticipaciones directas constituiría un acto de fe, no una previsión lógica.
Fernando Molina es periodista y escritor.