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03/11/2023
Sociología espontánea

El “hate” a las polleras

Daniel Mollericona
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El uso de la pollera tiene buena aceptación en la actualidad. En los últimos años hemos visto cómo muchas figuras públicas bolivianas utilizan polleras en público, generando narrativas positivas de su uso. En ese sentido, las polleras lograron conquistar cierto cariño nacionalista que coadyuvó al boom de la chola fashion. Si bien era en los eventos festivo-religiosos más grandes de Bolivia como el Gran Poder, Carnaval de Oruro, etc., en los que se exaltaba la vestimenta de chola, ahora también ha saltado de este espacio al mundo político o la estética comunicativa (programas de televisión).

En décadas previas, muchas mujeres que usaban la pollera, por las connotaciones negativas atribuidas por su cercanía con el mundo indígena, cambiaron al “vestido”. Esto pasó especialmente con las más jóvenes que decidieron, o les obligaron, a pasar de “cholitas” a “señoritas” en una estrategia clara de hacer frente a las consecuencias negativas del racismo que cargaba la pollera.

Ahora muchas de esas jóvenes (o sus hijas) visten con orgullo de nuevo la pollera. El caso emblemático que inició ese cambio fue Remedios Loza como la primera mujer que utilizaba la pollera públicamente en un curul de la entonces Cámara de diputados. Carlos Palenque dijo en uno de sus grandes discursos: “A la mujer de pollera antes le decían ‘hija, buenas tardes, qué quieres, volvéte mañana… estas media thujsa (maloliente)’. Y ahora tendrán que decirle ellos mismos: ‘honorable comadre Remedios, buenas tardes’”.

Tal vez no en el día a día, pero en la fiesta o en algún momento de orgullo público es más común ver a mujeres bolivianas vestidas con una pollera: tal el caso de una graduada de Harvard o una joven ganadora de las prestigiosas becas Chevening. Si bien hay mucho apoyo en redes sociales, siempre existen personas que echan cizaña de por qué, si estas jovencitas no usan una pollera todos los días, lo hacen para la foto (tiran hate –odio– como dirían los jóvenes). Un comentario de redes sociales ejemplifica lo siguiente: “no entiendo por qué te vistes de pollera, para identificarte no siempre necesitas la pollera, hay otras formas”.

El conflicto detrás de cuál es el uso correcto de las polleras, más allá de verdades históricas o certezas atemporales, en mi opinión, tiene de fondo la cuestión irresuelta de nuestra identidad nacional (y nuestras identidades regionales) que abraza la animadversión de mirarnos en el espejo indígena en que nacimos. Los debates en ciencias sociales sobre lo cholo, lo indio, lo indígena, lo mestizo, etc., tienen ese trasfondo también.

El cuestionamiento sobre cómo usar la pollera también se relaciona con una preocupación destacada en un informe del Banco Mundial, que señala que este fenómeno no se limita solo a Bolivia, sino se extiende a la región. Ahora hay un escrutinio peligroso al señalar quiénes no son lo “suficientemente” indígenas o afrodescendientes. Con el incremento de la relevancia del debate de identidades etnorraciales hay cierta forma de exclusión de grupos o individuos por no ser claramente “como deberían ser”, por ejemplo, los indígenas. Si bien antes la pollera podía ser un indicador para excluir a las mujeres de origen indígena, incluso ahora se corre el riesgo de excluir o desacreditar a mujeres por no usarla “como debería ser”.

Las preguntas son ¿quién decide cómo ejercer nuestras identidades relacionadas con el uso de la pollera? ¿Quiénes son las únicas personas que pueden/deben usar pollera? ¿En qué contextos es correcto usarla? ¿Qué representa la pollera para ti?

Responder estas respuestas, más allá de un manual de etiqueta de cómo vestirnos de pollera, nos llevará a entender nuestros imaginarios de exclusión/inclusión en la Bolivia contemporánea. Una tarea pendiente que tenemos como país. 



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