Varias veces me pregunto quiénes nos están gobernando y si persiguen algo más que mantenerse a como dé lugar en el poder.
Lamentablemente no encuentro una respuesta clara, porque tal es la confusión de actores, es "tanta la mentira organizada" como lo es la ignorancia histórica y el cinismo, que es difícil armar este rompecabezas circunstancial.
Sin embargo, ahí está. Y los ciudadanos tenemos que observar diariamente cómo desde el poder se trata de sembrar nabos en nuestras espaldas, en un escenario de creciente autoritarismo unido a una revalorización del sentimiento atávico de la venganza de todo lo que no exprese lo que ellos son o intentan ser: una nueva élite, que se está creado a imagen de la que creen estar destruyendo. Es decir, cumplir parcialmente aquello que en los setenta se cantaba en son de protesta: que se vuelque la tortilla, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda.
Hoy, esta letanía ha sido convertida en acción de gobierno, con la “pequeña” diferencia de que los pobres siguen comiendo mierda, mierda, porque del grueso de los ingresos formales e informales se beneficia directamente esta nueva casta gobernante y los ricos de verdad están, dentro o fuera del país, molestos, pero esperando que, como ya ha sucedido muchas veces, nuevamente la tortilla se vuelque.
Además, se trata de una casta en la que no es posible confiar porque la lealtad es un concepto que sus integrantes parecen no conocer como se concluye luego de seguir las obscenas peleas dentro del MAS o la saña con que persiguen, acosan e intentan anular a sus propios disidentes y a quienes no piensan como ellos. Es tal la avidez de sentar la mano que incluso ponen en riesgo su propia legitimidad, como ha sucedido en la Asamblea Legislativa Plurinacional al devolver legajos del Tribunal Supremo de Justicia para evitar que la ex presidenta Jeanine Áñez sea procesada conforme establece la Constitución Política del Estado.
Y ni qué decir de la inconsecuencia y falta de dignidad con la que actúa la mayoría de esta nueva casta. Basta seguir un solo caso para demostrar esas características: la actuación de las autoridades e intelectuales afines sobre la reforma de la justicia en el país. Rápido se olvidó, por ejemplo, el Ministro de ¿Justicia?, que no bien posesionado prometió impulsar esa reforma y ahora es el principal obstáculo para cumplir esta tarea que la sociedad civil ha tomado en sus manos.
O escuchar al Vicepresidente emitir esotéricas ideas sobre reconciliación nacional, mientras los esbirros oficiales y paraoficiales del gobierno reprimen a sectores de la población cansados de tanto uso arbitrario de la fuerza y el poder.
O cómo interpretan los gobernantes, sea por malicia o ignorancia, informes de organizaciones multilaterales que interpelan al gobierno sobre todo en el campo de los derechos humanos, convirtiendo las críticas en supuesto apoyo a su gestión.
En estos momentos de depresión, recuerdo lo que una vez me dijo René Zavaleta Mercado, en Quito, en 1980: no es suficiente el autoritarismo y la corrupción para mantenerse en el poder; de ser así, el mundo estaría gobernando por alguno de los descendientes de Atila o de Al Capone.
Tal vez esto deberían recordar los conductores de esta nueva casta en el poder… y yo no tendría que escribir lo que no quiero escribir.