Esta noche se realizará el debate entre Rodrigo Paz Pereira, quien obtuvo la primera mayoría en las elecciones del 178 de agosto pasado, y Jorge Tuto Quiroga, que salió segundo. Ambos son actores del primer balotaje que se realiza en la historia democrática del país.
Como se recordará, hasta la reforma constitucional de 2007, si ninguno de los postulantes a la Presidencia obtenía la mayoría absoluta de los votos, esta elección era dirimida en el Congreso. Se trataba de un mecanismo que obligaba a los partidos con representación parlamentaria a suscribir pactos y formar alianzas a veces poco santas porque, además de la elección del Presidente y su Vicepresidente, esas negociaciones eran clave para la gobernanza.
Por esas alianzas, que en varias circunstancias no expresaban fielmente el resultado electoral, este sistema fue perdiendo legitimidad y creció la demanda de instituir el balotaje que, por la forma en que se ha desarrollado en esta primera oportunidad, muchos quisieran (entre los que me encuentro) reponer el viejo sistema de elección.
Es que, lamentablemente, la ambición desmedida por llegar al gobierno ha desvirtuado la campaña electoral, convirtiéndola en un espacio de cruel confrontación, desaprovechando la oportunidad que ofrecía a los eventuales adversarios de presentar visiones de país y propuestas para hacerlas realidad, sobre todo después de casi 20 años de hegemonía masista.
Esa actitud de confrontación ha opacado los espacios de debate entre adversarios, en los que, respetando sus diferencias, se percibía una voluntad para alcanzar futuros acuerdos bajo un común denominador: recuperar al país y la democracia luego de 20 años de la presencia hegemónica de un proyecto totalitario, como ha sido el del MAS.
Para peor, en esa avasalladora carrera por ganar, no se ha dudado, incluso, de tratar de recuperar al derrotado “evismo”, poniéndolo de árbitro de facto sólo para crear polarizaciones que ayuden –irradiando miedo e incertidumbre– a desorientar a una ciudadanía, a la que, con alevosía y premeditación, se ha desinformado en forma sistemática.
Al margen, se debe estar atentos a que, bajo el pretexto de combatir al socialismo populista del Siglo XXI, trata de sentar pie en la región, a las buenas o a las malas, una corriente también populista que se reclama libertaria. Ambos proyectos tienen un común denominador: son profundamente antidemocráticos y autoritarios, y sus representantes locales tienen características similares, una de ellas es el un absoluto desprecio por la verdad, si ésta no les conviene.
Pese a ello, y por haber conocido el intercambio respetuoso de ideas y propuestas entre representantes de ambos candidatos en temas específicos a los que he hecho mención, es que me sumo a quienes tienen la esperanza de que luego de la elección retornará la cordura a las relaciones políticas. Además, porque sólo así se terminará de derrotar al autoritarismo vigente en la sociedad, que con tanta irresponsabilidad y asesoramiento externo se ha atizado.
No sé, mientras escribo esta columna, si veré el debate entre Paz y Quiroga esta noche. Son tan poco espontáneas las intervenciones, que no creo que ayuden a clarificar posiciones, y estoy convencido de que los pacistas creerán que su candidato ha sido el mejor y, a la inversa, los quiroguistas dirán que ha sido el suyo.
En ese sentido, lo que ahora más ambiciono es que ambos candidatos prometan solemnemente que respetarán el resultado del balotaje. Si eso se consigue, el encuentro habrá valido la pena; de lo contrario, comencemos a temblar.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.