En ese caótico devenir el único que ha mantenido una línea de acción ha sido el Primer Mandatario, con el costo de alejarse de la realidad. En la misma noche de las elecciones y con resultados adversos a la mano, se declaró ganador y amenazante dio línea del TSE: le pidió un “50,60” por ciento de votos como resultado final. A partir de ahí fue reiterando su convicción de victoria y aumentando, de acuerdo a lo que sucedía en el día, sus amenazas a la ciudadanía, a los jóvenes y a sus adversarios, particularmente Carlos Mesa. Olvidando aquello de que quien mucho habla, mucho yerra, sus discursos fueron cada vez más repetitivos e inconexos, manteniendo un rostro cuasi desfigurado por la ira.
Paralelamente, sus adláteres, con ataques de pánico por prever lo que se les puede venir, también han actuado sin rumbo ni dignidad. Qué decir de la gestión de los ministros de Relaciones Exteriores y ¿Justicia?, que creyeron que las relaciones internacionales podían ser manejadas como los órganos plurinacionales del país: a un simple telefonazo, y se han metido en honduras. El de gobierno que hace denuncias a troche y moche y no presenta una prueba. Muchos de sus parlamentarios y oficiosos portavoces que se prestan a lanzar las más alevosas mentiras. Algunos comandantes de la Policía que no ocultan su militancia masista…
Se trata de actitudes que lograron aunar a sus adversarios como pocas veces ha sucedido, que en el ámbito internacional la OEA y la Unión Europea se alineen en sus críticas al proceso electoral por las evidentes irregularidades cometidas y que sus bases de sustentación se reduzcan a los productores de coca del Chapare, venales dirigentes de algunas organizaciones populares y grupos radicales de choque que intentan sembrar miedo en la población.
Por el lado de la oposición, la actitud del gobierno logró que los ajustes de cuentas pasen a segundo plano y se organice un comité de coordinación entre las fuerzas políticas más importantes e instituciones de la sociedad que desde el 21 de febrero de 2016 trabajan en defensa de la democracia y el estado de derecho.
En el caso de Cochabamba resulta altamente motivante que ese comité sea encabezado por dos mujeres que, además de juventud y trabajo, han mostrado gran capacidad de movilización y convocatoria: Andrea Barrientos, senadora electa del departamento, y Shirley Franco que fue candidata a la Vicepresidencia.
Pero, al mismo tiempo, tanto en Cochabamba como en Santa Cruz, donde ha descollado con fuerza Luis Fernando Camacho, joven presidente de su Comité Cívico, han aparecido también voces, particularmente a través de las redes sociales, que pretenden hacer tabula rasa y no pueden enconder que detrás de ellas se encuentran viejas fuerzas conservadoras y autoritarias que aspiran a tener nuevamente vigencia aprovechando el río revuelto en que nos encontramos.
Por último, y mientras escribo esta columna, la consigna central que surgió la noche del 20 de octubre de exigir una segunda vuelta electoral, se está cambiando por exigir nuevas elecciones generales, una vez que los indicios de fraude se comprueban (en forma muy similar a 1978, cuando para evitar la victoria de la UDP, la fórmula del oficialismo de entonteces montó tal fraude que finalmente se tuvo que anular las elecciones y el delfín oficialista, Juan Pereda Asbún, terminó golpeando a su mentor, Hugo Banzer Suárez).
Con ese ritmo frenético de sucesos es difícil elaborar
escenarios. Es que, antes que los candidatos de la oposición o del oficialísimo
puedan ser denominados electos, se ha instalado en el país el reino de la
incertidumbre que podría durar… o ¿tal vez no?
Juan Cristóbal Soruco es periodista.