Hace algunos años, Siglo Veintiuno Editores lanzó la publicación del libro de Ricardo Sidicaro sobre la sociología de Marx, Durkheim y Weber. Por algún error, tal vez del equipo de diseño, en la tapa colocaron una fotografía de Émile Zola en vez de la fotografía del famoso sociólogo francés Émile Durkheim. Errores similares en la representación de famosos escritores han sido también el caso de la confusión del famoso filósofo Immanuel Kant con Friedrich Heinrich Jacobi. Así, en la tapa de la introducción al famoso filósofo alemán del “imperativo categórico”, de Manuel García Morente de la Editorial Cristiandad, tenemos a Jacobi en vez de a Kant. Zola y Durkheim no parecen haber tenido enemistad, pero, en esos juegos de la vida, Jacobi no comulgaba con las ideas de Kant. Tal vez se enojaría al saber que lo confundieron con su “enemigo” académico post mortem. Las tapas de los libros, sean dibujos, diseños o fotografías, importan. El viejo dicho, “no juzgues un libro por su portada”, si bien abre la posibilidad de ver más allá de la apariencia externa, olvida que los productos culturales pueden llegar a importar, particularmente en términos de representación. Claro está, estos franceses o alemanes no nos interesan tanto. ¿Quiénes somos nosotros, simples mortales, para darnos cuenta de las diferencias entre Zola y Durkheim? ¿Cómo podríamos diferenciar entre Kant y Jacobi? Pero la Chaskañawi sí, ella sí nos importa. Hace unas semanas, en el ya extinto 2024, se despertó un pequeño pero importante debate en el círculo de las letras en Bolivia debido a la nueva edición de La Chaskañawi de Carlos Medinaceli publicada por el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias. La tapa de la nueva edición tiene la representación de la chola Claudina como una mujer sonriendo con lo que parece un chal rojizo rodeada por hojas verdes. Un reconocido escritor paceño cuestionó el “blanqueamiento” de la Claudina en la nueva tapa y abogó por el respeto por el contenido y la tapa original de la obra, en la que se hablaba más de una “morena” Claudina. Otros miembros de la intelectualidad boliviana asociada a las letras coadyuvaron a mover las aguas en torno al tema. Los comentarios a favor y en contra de la tapa se organizaron tanto en relación con la dinámica de género y deseo masculino por la protagonista, las tensiones colonizadas entre lo indígena y lo blanco, las limitaciones de la representación, entre otras. Fuera de un debate netamente literario, es decir, si el autor realmente dijo que el personaje era “morena” y cuáles características fenotípicas se pueden o deben identificar como “morenas”, este pequeño debate en las letras responde a algo de lo que hemos venido insistiendo en esta columna. La pregunta étnico-racial en Bolivia está presente de forma constante en nuestra sociedad. Es tal vez la gran cuestionante de nuestra identidad como bolivianos. A veces lo pensamos en torno a nuestros apellidos, otras veces cuando pensamos en la pobreza en Bolivia o, en varios casos, cuando pensamos en las apariencias fenotípicas, como el color de piel. Yo también considero que hubo un intento de blanquear a la Chaskañawi en la nueva edición. ¿Es contradictorio que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias del Estado Plurinacional reproduzca esas aspiraciones de blanqueamiento? Técnicamente sí, pero no es sorprendente. El tema es siempre más complejo. El blanqueamiento en Bolivia, no solo en términos fenotípicos, sino también en otros aspectos como cambiarse el apellido, buscar casarse con alguien que parece “más blanco” o incluso en la actualidad tener una “pose” política libertaria, son estrategias para evitar las consecuencias de ser estigmatizado como indígena o, al menos, menos blanco o que no puedan pasar con el comodín de “mestizos”. Tal vez, en el imaginario de los artistas y demás que hicieron y aceptaron la tapa, hubo un esfuerzo por llenar ese vacío de desigualdades acumuladas. No creo que haya esos mismos debates en torno a las confusiones entre Durkheim y Zola, o Kant y Jacobi. Al color de piel o al blanqueamiento, me refiero. Tampoco creo que haya habido esos debates con las primeras ediciones de la famosa novela La Chaskañawi. Pero tal vez es momento de empezarlos. No podemos negar que podemos hablar mucho sobre el contenido de una novela en términos netamente literarios, pero también hay que cuestionar y debatir sobre cómo están representados los personajes en ella. Al final, este no es un tema exclusivo de la literatura. En el cine boliviano estas tensiones también están presentes. Hace un tiempo cuestioné al director de la película Averno (2018) que su personaje principal, un lustrabotas, estaba “blanqueado”. El aclamado director, en respuesta, me acusó de ser racista. En lugar de este tipo de acusaciones, necesitamos un diálogo que explore las raíces y las implicancias del blanqueamiento en nuestras producciones culturales. Tal vez no se trata solo de cómo representamos a nuestros personajes, sino de cómo seguimos definiendo quiénes somos como sociedad. Daniel Mollericona cursa un doctorado en la Universidad de Yale.