Las imprevisiones e improvisaciones de nuestra casi siempre precaria política exterior nos llevaron a ese decepcionante resultado que repitió las derrotas en el campo de batalla.
Brújula Digital|26|07|25|
Raúl Rivero
He leído con atención el artículo publicado este 24 del mes en curso en Brújula Digital “Hace 87 años se definieron las fronteras tras la guerra del Chaco, Bolivia logró mantener la zona petrolera”, el que requiere de algunas aclaraciones y precisiones.
Justamente me encuentro en la revisión final de mi nueva obra Las negociaciones de paz de postguerra del Chaco (1935-1938). Historia Confidencial en la que relato el día a día de esta larga y compleja etapa del conflicto que nos enfrentó al Paraguay por la posesión del territorio chaqueño. Precisamente, en ella se salvan los errores e imprecisiones que contiene la publicación periodística citada. Ahora, veamos algunos:
Primero, es importante hacer notar que la conferencia de paz de Buenos Aires comienza formalmente sus deliberaciones el primero de julio de 1935 –no “desde inicios de junio de 1938”–, luego de firmado el Protocolo de Paz, 18 días antes. Esta conferencia, constituida por Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay, estuvo presidida desde su primera sesión por el canciller argentino Carlos Saavedra Lamas –cuya animadversión por Bolivia y franco apoyo al Paraguay nos ocasionó serios perjuicios y contratiempos en las negociaciones, arrastrando varias veces en esa actitud perjudicial a los otros países mediadores–, hasta su renuncia en febrero de 1938, al no haber sido ratificado como cabeza de la Cancillería por el nuevo presidente Roberto Ortiz, quien se decantó por el diplomático José María Cantilo, que tampoco mostraba predisposición favorable hacia nuestro país, como se apreció en los memorables duelos verbales que sostuvo en el seno de la Liga de las Naciones con Adolfo Costa du Rels.
Cantilo presidió las deliberaciones de la conferencia desde abril de ese año, apenas arribó de Europa.
Segundo, en esos tres largos años de negociaciones, tanto Bolivia como Paraguay cambiaron varias veces de integrantes de sus delegaciones. En el caso boliviano, como destaco en mi nueva obra “Tomás M. Elío, pecó de ingenuidad y apuro en las dos oportunidades que le tocó encabezar la delegación boliviana, cayendo en el hechizo que emanaba de Saavedra Lamas y rindiéndose a él, sobre todo en la firma del protocolo de junio del 35.
En cuanto a sus sucesores: A Carlos Calvo le sobró optimismo y faltó carácter para actuar con más firmeza y apurar la solución de los temas secundarios del conflicto. David Alvéstegui, el más firme y convencido de cuál debería ser el resultado de lo que se negociaba (…) supo plantar cara a los argentinos y paraguayos, también pecó a momentos de intransigencia. Enrique Finot (…) mostró una inexplicable falta de criterio en las prioridades y la oportunidad con que debían tratarse los temas acordados en los protocolos de junio del 35 y enero del 36.
Por último, a Eduardo Diez de Medina le traicionó su exceso de orgullo y soberbia, rindiéndose también a las habilidades de la diplomacia argentina para pactar, a las apuradas, un acuerdo que acabó con la cesión por parte de Bolivia de casi la totalidad del territorio chaqueño en disputa.
Así que, luego de tres largos, arduos y frustrantes años de negociaciones, período en que el Paraguay supo jugar muy bien sus cartas y “estirar al máximo la pita de la paciencia de los mediadores”, con el agravante de que Bolivia nunca mantuvo una estrategia integral y consistente, sino que se atuvo a los disímiles criterios de quienes encabezaron su cancillería –¡nueve cancilleres, en total! –.
El Tratado de 21 de julio de 1938 y el resultado del arbitraje posterior no es que permitieron a Bolivia “conservar la zona petrolera”, más bien, además de dejarnos sin un puerto navegable todo el año sobre el río Paraguay, entregó al Paraguay más de doscientos sesenta mil kilómetros cuadrados de territorio.
Apegados al vano intento de agotar las negociaciones directas, a través de la conferencia de Buenos Aires, y llegar al arbitraje ante la Corte Permanente de Justicia Internacional de La Haya, donde esperábamos lograr se hagan valer nuestros consuetudinarios derechos que, en papeles, nos hacían dueños del Chaco Boreal.
Las imprevisiones e improvisaciones de nuestra casi siempre precaria política exterior nos llevaron a ese decepcionante resultado que repitió las derrotas sufridas en el campo de batalla durante otros tres duros años de guerra.
Raúl Rivero es economista y escritor.