Este año murió Tom Wolfe, quien creara
del “Nuevo Periodismo” en los 60. Esta corriente innovó la cultura con una
mezcla de periodismo y literatura, alineando los métodos de investigación del
periodismo y los métodos de exposición de la literatura, para la descripción y
el análisis de las transformaciones de la vida social contemporánea.
Wolfe escribió brillantes crónicas (tal
es el género, la crónica, que el Nuevo Periodismo llevó a la cima) sobre
diversos temas. Destacó en especial por sus miradas lúcidamente conservadoras sobre
la cultura “pop” y sus turbulencias. También escribió una novela de inmenso
éxito, “La hoguera de las vanidades”, que lo convirtió en uno de los principales
escritores estadounidenses.
Sin embargo, nunca dejó de ejercer el
periodismo. El suyo dejó ser brillantemente formalista para tornarse más
clásico, aunque sin perder algunas marcas de estilo que eran vanguardistas en
los 60 y 70, y que luego devinieron en simplemente entrañables, como la
profusión de onomatopeyas (shissss, pummm, etc.)
En algunas piezas geniales, Wolfe ha
mezclado el comentario sociológico –y personal, ensayístico– con la divulgación
científica. Recuerdo con gran placer su relato del surgimiento de la industria
de las computadoras en Silicon Valley, que aparece en la compilación
“Periodismo canalla”. El último libro que llegó a escribir, con ochenta y más
años, también es una combinación de crónica e historia intelectual. El
resultado constituye uno de los ejemplos más poderosos y originales de periodismo
de divulgación que he conocido. Se llama “El reino del lenguaje” y acaba de ser
publicado en español por Anagrama.
El gran tema del libro es la teoría de la
evolución y el fracaso de esta en la tarea de explicar el lenguaje como
resultado final de una serie de mutaciones progresivas de la vida en su
adaptación a las condiciones externas. Darwin trató de derivar el lenguaje
humano del trinar de los pájaros y de los gruñidos de cariño de los simios,
pero estas hipótesis nunca fueron probadas y en realidad no es posible que lo sean.
Wolfe la pasa en grande burlándose del autor de “El origen del hombre” y su
condición de “Gran Caballero Británico”, esto es, de pijo o jailón, pero llega
a cotas aún más elevadas retratando al segundo gran hombre en la teoría evolutiva
del lenguaje, Noam Chomsky, el “Papa” de la lingüística y, simultáneamente, del
pensamiento político progresista. Lo pinta como un personaje autoritario y
dogmático, una descripción con la que puede fácilmente concordar quien haya
leído sus libros políticos. Pero al parecer lo es –o, dada su avanzada edad, al
menos lo ha sido– también en el campo lingüístico. Un verdadero monarca,
aquejado de infalibilidad…
Wolfe narra con su acostumbrada agudeza y
sentido del humor, y con una de las mejores prosas que ha habido, la forma en
que llegó al poder y cómo fue destronado, o está en proceso de ser sacado de
él. A diferencia de lo que plantea la lingüística “generativa” de Chomsky, dice
Wolfe, basándose en los últimos avances científicos, el lenguaje no es un hecho
evolutivo sino cultural. Es un invento.
“El reino del lenguaje” vale muchísimo la
pena: constituye una despedida con gran clase del principal inspirador de los
periodistas de mi generación, el inefable señor Wolfe.
Fernando Molina es periodista.