En los años 40, el expresionismo abstracto buscaba explorar los sentimientos más profundos del artista. Jackson Pollock, figura clave de este movimiento, afirmó: “Pintar es un autodescubrimiento. Cualquier buen artista pinta lo que es él”
Esta idea de autodescubrimiento artístico sirve como marco para analizar una reciente controversia en la moda sostenible en Perú, donde la desigualdad y el racismo emergen disfrazados de “colaboración”. Los involucrados fueron Anis Samanez, diseñadora de moda, y José Forteza, editor de Vogue Latinoamérica.
Durante un evento de moda sostenible denominado Orígenes 2024, Anís Samanez expresó su inconformidad cuando una comunidad indígena Shipibo-Konibo le solicitó un pago de 5.000 dólares por realizar una “colaboración”.
Para Samanez, la colaboración consistía en que ellos compartieran su cultura mientras ella, a cambio, les “enseñaba” su experiencia en moda. Su indignación radicaba en que le cobraran, ya que, según ella, esa cultura también le pertenece por ser peruana. En sus propias palabras: “Yo también soy peruana. Que yo haya nacido en la costa no significa que sea menos peruana que ellos. Somos exactamente iguales (…)”.
El apoyo de José Forteza no fue menos polémico. Según él, el “patrimonio de la humanidad” otorga un pase libre para apropiarse de cualquier expresión cultural. En sus palabras:
“Por eso una comunidad no puede pedirle cuentas a ella. Cuando yo, porque soy del Caribe, de acá, de allá o de esta zona o de la otra, estoy utilizando un signo estético, una técnica o incluso un material de otro sitio, es porque patrimonio de la humanidad significa lo que es de todos”.
Este evento, organizado por la Asociación de Moda Sostenible del Perú y Vogue Latinoamérica, ilustra la peligrosa simplicidad de un discurso de igualdad desde espacios elitistas, donde se tienen mayores posibilidades de explotar a grupos marginalizados de forma “suave” o “cariñosamente”. Durante siglos, las comunidades indígenas han sido excluidas por sus características culturales y explotadas económicamente. Ahora, en sus escasos intentos de soberanía y autodeterminación cultural, sus demandas suelen ser percibidas como “absurdas”.
Esto ocurre muy seguido en una industria como la moda, donde el dinero que se mueve es exorbitante, pero el interés económico de las comunidades indígenas sigue siendo cuestionado. Al final, el branding de la sostenibilidad es más utilizado como estrategia de marketing que como una aproximación ética y política para abordar desigualdades estructurales. Forteza resumió esta postura al decir:
“Si no fuera porque ella (Samanez) hizo esto, tú sigues muriéndote de hambre (refiriéndose a las comunidades indígenas)”.
Sin embargo, ¿y si pensamos al revés? ¿Qué pasaría si quien se estuviera muriendo de hambre fuera la persona que depende del conocimiento indígena para poder hacer su arte? Este caso nos invita a reflexionar sobre dinámicas similares en Bolivia, donde la alta cocina y la moda emergente han comenzado a “usar” conocimientos indígenas para posicionarse globalmente. En nuestro caso, ¿se está garantizando el respeto y la retribución justa a las comunidades indígenas que proveen estos conocimientos? ¿O, como en el caso de Samanez, se asume que el conocimiento indígena pertenece automáticamente a los artistas de élite por el simple hecho de ser bolivianos?
En una de las tantas ironías de la vida, resulta que Samanez es representante del movimiento “Slow Fashion”. Este movimiento implica la creación de prendas con respeto a las cadenas de producción locales, dignificando a los artesanos y promoviendo justicia ambiental. Sin embargo, lo que Samanez demostró tiene nombre y apellido: explotación cultural. Y la explotación cultural es racismo.
Si reorganizamos lo que dijo Jackson Pollock: “Diseñar es un autodescubrimiento. Toda buena diseñadora pinta lo que es”. Tal vez, las malas diseñadoras evitan el autodescubrimiento porque no quieren enfrentarse a lo que son: racistas. Así, terminan siendo parte del movimiento del “Slow Racism”.
Daniel Mollericona cursa un doctorado en sociología en Yale.