Rodrigo Paz y Edman Lara han obtenido el 32% de los votos. No es un dato menor y permite a esta fórmula electoral ir a la segunda vuelta. Lo llamativo es que ya han surgido voces que ven en los candidatos del Partido Demócrata Cristiano la continuación del MAS. Veamos, en tres partes, si esta tesis es cierta.
Una primera parte se pregunta sobre el porcentaje de votos que tuvo Luis Arce. La respuesta es 55% de los votos. Un análisis agudo esbozado por el periodista Raúl Peñaranda sugiere que de ese porcentaje sólo un dato menor responde al MAS. Veamos: del 19% de votos en blanco, al menos 15% responden al evismo; un 13% al apoyo a Andrónico y Del Castillo. ¿Cuánto vamos? Un 28%.
Podemos imaginar que un 4 o 5% fue a parar a Samuel Doria Medina y un 2 o 3% a Tuto Quiroga. Vale decir, un 7 u 8% se diluyó entre ambos candidatos. ¿Qué porcentaje vamos sumando? Un 35/36%. Si además suponemos que al menos un 10 o 12% de los votos provienen de un “masismo simpatizante”, llegamos al 45 o 47%. ¿Cuál es, pues, la conclusión? La conclusión es que no más del 8 al 10% de los votos a favor de Paz–Lara provienen del masismo radical. Por ende, Paz–Lara no son masistas. Perfecto, pero, si no son masistas, ¿qué son?
Vamos a una segunda parte: si Paz–Lara no son masistas, ¿qué son? Dos columnas de Andrés Gómez responden esta pregunta con innegable claridad. Una primera columna, escrita el 1 de junio, como “premonición científica” (“la mayoría ya decidió por quienes no votar”): “¿Qué pasa en las filas de las clases medias populares? Para la mayoría, los candidatos de la oposición son “neoliberales”, “vendepatrias” y “enemigos” (…) tampoco ya creen en los candidatos del masismo. Las evidencias empíricas generadas por la crisis económica chocan con sus encuadres y alteran la armonía de sus creencias, sus acciones y sus comportamientos. ¿Cómo volver a votar por los que hundieron a Bolivia? ¿Cómo volver a confiar en uno de ellos si en 18 años callaron los abusos de su jefe mientras se beneficiaban con cargos públicos?” Ergo: ni candidatos neoliberales, ni candidatos masistas.
Gómez ratifica esta intuición después de la elección (“La primera impresión de Lara”): “El PDC atrajo al electorado popular que durante años respaldó al MAS por tres razones: 1) Lara encarna al outsider que buscaba casi la mitad del electorado; 2) Quiroga, Doria Medina y Reyes Villa simbolizan un pasado enterrado en 2005; y 3) la crisis económica y moral provocada por la élite masista.
El voto por Paz–Lara fue a la vez rechazo a la “vieja política” y castigo al MAS.” ¿Qué es lo que corrobora este columnista? Lo que es usual en la política electoral: ganan los candidatos que se plantan en el centro. En este caso, un centro que no es ese “pasado enterrado en 2005” ni es apego por ese masismo que generó “la crisis económica y moral”.
Ya lo vimos en antiguas coyunturas electorales: Carlos Mesa se instaló en ese centro en 2019, no siendo esa derecha dura ni siendo masista y hasta el mismo Evo Morales no fue en 2005 ni el “neo–liberalismo decadente” ni el indigenismo de Felipe Quispe. Paz–Lara son ese centro.
El mismo Álvaro García Linera ratifica aquello (“García Linera admite fracaso catastrófico”): “la gente vota por Paz cansada de las peleas del MAS, (aunque) tampoco quiere votar por los empresarios y la derecha radical”. Vale decir, hasta acá las palabras de Hernán Terrazas son incuestionablemente ciertas: “la gente ya no quiere disyuntivas ideológicas (eres de izquierda o eres de derecha) sino alternativas de unidad (“Ni derecha, ni izquierda, Rodrigo Paz y Edman Lara”).
De acuerdo. Sin embargo, la segunda vuelta trastoca este “centro”. Veamos la tercera parte: Paz–Lara tendrán que acudir al voto masista. ¿Porqué? Porque así lo exige la torpe dualidad nítidamente señalada por Hugo San Martín (“Segunda vuelta electoral, otra herencia innecesaria del MAS” del 20 de agosto) entre “presidencialismo de consenso” versus “presidencialismo de mayoría”.
¿Qué quiere decir esto? Que el MAS, en su periodo de dominio pleno (2009–2026) se quiso cuidar la espalda en caso de no ganar en primera vuelta, facilitando una segunda vuelta que decidiera, igualmente, por mayoría. El MAS apostó siempre por esa “democracia de mayoría” con un efecto indiscutible: Bolivia se polarizó. El enfrentamiento repetía machaconamente la pugna entre “ellos” contra “nosotros” y la segunda vuelta tan sólo ratificaba aquello.
En nuestro presidencialismo, a diferencia del “presidencialismo de consenso”, tan sólo debes acumular votos: Paz–Lara se aproximará al voto del MAS tanto como Tuto se acercará al voto de secesionistas, radicales de derecha, racistas, etcétera. ¡Todo sirve! ¿Es aquello peligroso? Sin dudas. Ese es el desenlace de esta valla institucional: debes recurrir a quien sea. Tan simple como eso.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.