Rodrigo Paz envía señales ponderables. Su gabinete tecnocrático lo confirma y la llegada de gasolina sigue esta tendencia. Amerita aplaudir. Sin embargo, necesito comentar algunas señales que trasmite nuestro Primer Mandatario. ¿A qué me refiero? A una impronta no vista durante el periodo electoral que muestra a nuestra máxima autoridad impulsando un triplete de rasgos: negocia créditos con Estados Unidos, elige un gabinete de ministros meritocráticos y, sobre todo, promueve un acercamiento con Santa Cruz, simbolizado en la nominación de Justiniano y Romero liderando el agro y la planificación respectivamente. ¿Me parece bien este triplete de rasgos? Sí, me parece sensato y lógico. Era indispensable contar con gente de talento.
Empero, siento un débil acercamiento con el bastión electoral central del binomio Paz–Lara: el occidente, donde se obtuvo en primera vuelta el 75% del apoyo electoral. Veo, pues, un cambio de timón entre el periodo electoral y este periodo de la gestión pública visualizado en la “aparición” de estadounidenses, criollos y cruceños en la nueva política en curso.
Vivimos, pues, un notable cambio en relación a lo “vendido” durante la campaña electoral, menos propensa al acercamiento con los prestamistas gringos, más proclive al mundo mestizo–indígena de occidente donde se obtuvo el triunfo, y, “silenciosa”, en relación al capitalismo agroindustrial, que posiblemente se circunscribe al “capitalismo para todos” prometido.
Me recuerda lo sucedido en Perú y Argentina, en 1990 con Fujimori y en 1989 con Menem. ¿Qué sucedió en aquellos casos? ¡Un cambio de timón! Juraron ser de izquierda durante la elección y acabaron siendo "hombres de mercado” una vez elegidos. Es a esa situación que la notable politóloga estadounidense Susan Stokes llamó “neoliberalismo por sorpresa” (Mandates and democracy: neoliberalism by surprise in Latinamerica): el peronista de izquierda acabó poniendo en marcha el Plan de Convertibilidad en acercamiento permanente con Estados Unidos, a pesar de su promesa de trabajar “al margen del imperio”, y el populista progresista peruano, que criticaba con unción al “neoliberal” Mario Vargas Llosa, terminó (casi) cumpliendo el plan de gobierno propuesto por el grandioso escritor-candidato.
Se dieron la vuelta y optaron por la propuesta que solían criticar. Hoy Rodrigo da señales que se aproximan al plan de gobierno de Tuto. Ya Menem se acopló a las políticas propuestas por su rival Eduardo Angeloz y Fujimori a aquellas políticas lanzadas por Vargas Llosa. ¿Qué efectos puede tener este vuelco de campana en el país? No hay duda que es imprescindible mencionar a Lara. Este nuevo Vicepresidente representa a la población occidental. El “jaló” a ese electorado. ¿Significa esa certeza de que se debería tener ministros de este nuestro occidente de raigambre indígena teniendo en cuenta que esa población votó por la dupla vencedora? Sí, seguro, aunque no bajo el tenor masista.
No podemos ni debemos volver a posesionar a una autoridad de tanta relevancia sólo porque existen. ¡Ya no más! Lo que no significa que no se pueda tener autoridades meritocráticas de raíz indígena. ¡Claro que se puede! Dejar ese “vacío político” es abrir las compuertas a Lara para posicionarse como el opositor más destacado del gobierno. No digo que suceda, pero no se puede culpar a Lara si sucede.
Asimismo, se necesita comprender que los empresarios no están sólo en el oriente. Claro que no: en occidente hay contrabandistas, deforestadores, narcos, mineros informales y del oro. El error es verlos sólo como actores ilegales. Lo son, sin dudas, pero el desafío está en reconvertirlos a la legalidad, no en olvidarlos. ¿Se puede crear un ministerio de actores económicos informales? No lo sé, pero esa debe ser la premisa de partida teniendo en cuenta esa transformación decisiva de 2005 a 2025. ¡Sucedió!, y hoy las denominamos como burguesías aymaras, quechuas, indígenas. Han votado. Y sabemos por quién.
Insisto: ¿deberíamos promover un ministerio para interactuar con ellos? Tal vez. Ya dieron una satisfacción al país votando al margen de su identidad (y, consiguientemente, por Evo) y haciéndolo de acuerdo a su vocación económica (y, consecuentemente, por el PDC). Fueron empresarios votando. Finalmente, siguiendo esta línea, es vital priorizar una auténtica descentralización. El país está preparado para impulsar este proceso. La razón es contundente: de 1985 a 2005 el “bloque en el poder” (aquellos que mandaban) eran mineros medianos, burgueses agroindustriales, Estados Unidos y la Unión Europea; y de 2005 a 2025 ese bloque está conformado por cooperativistas mineros, campesinos, China y Rusia.
¿Se puede convivir en un país con esos dos bloques viviendo simultáneamente? Posiblemente y la descentralización parece ser el receptáculo elegido. No es ya una reforma administrativa. Es profundamente política, casi en un sentido de “diarquía” territorial –dos ejes territoriales visualizados geográficamente en el país: Santa Cruz y El Alto– como analizaba Javier Medina con notable capacidad proyectiva, allá por los 90.
¿Qué significa esta reflexión? Qué el vuelco de campana que ofrece Rodrigo al estilo Menem/Fujimori era necesario. No tengo dudas, pero ese vuelco desprovisto de lo “llenado en el tablero” durante las últimas dos décadas y teniendo a Lara como el representante ocasional de ese polo político–geográfico de Bolivia, parece que tiende a dar gusto a los agoreros de siempre. Agoreros que sólo ven el inminente retorno al neoliberalismo de los 90. No parece relevante esta inquietud hoy en día gracias a la popularidad de la dupla vencedora, pero lo será a medida que pase el tiempo…
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.