3. En tal caso, tomará en cuenta que: i) la abstención concedería al oficialismo más de dos tercios en el parlamento; ii) la abstención aseguraría el triunfo electoral de Evo o, lo que es igual, cerraría por completo la posibilidad de ganarle (que en caso de seguir otro camino no es una posibilidad muy clara, pero al menos existe); iii) la abstención clausuraría toda vía pacífica de acceso al poder y en esa medida favorecería una deriva hacia la violencia (igual que hace la reiterada manipulación de las reglas electorales por parte del oficialismo).
4. Digo “la” oposición, pero es probable que este dilema termine dividiendo a esta en dos frentes, uno más moderado y otro más radical. Como es lógico, tal división favorecerá la posición oficialista. En el plano prescriptivo, lo deseable sería que no existiera. Pero en el plano de la realidad hay que contar con ella.
5. Aun si la oposición se partiera en dos grupos, uno radical muy mayoritario, y otro moderado muy minoritario, este último, al participar en las elecciones, neutralizaría la estrategia abstencionista del primero. Por esto es difícil que los partidos con gran caudal electoral prefieran la abstención. Pero incluso si los grandes partidos optaran por la abstención, lo que con probidad y certeza debería hacer la facción remanente, aún al precio del ostracismo, es seguir la estrategia que corresponde y que mejor ayuda a la acumulación política opositora, que no es otra que la participación electoral.
6. Aun en el caso de que el MAS tomara medidas que terminaran volviendo más cuestionable la elección (recurriendo al fraude, por decir algo), no por ello la estrategia electoral de la oposición se revelaría falsa. Todo lo contrario, sería gracias a ella, y no pese a ella, que el MAS se vería obligado a mostrar sus cartas (en el supuesto caso de que las cartas del fraude y hasta las del golpe fueran las suyas). En otras palabras, la participación electoral de la oposición también agudizaría las contradicciones democráticas, pero en un escenario más amplio, más efectivo y más pacífico –las elecciones– que la acción de masas. En un plano, además, menos riesgoso para los protagonistas y para el país.
7. La peor amenaza histórica para Bolivia no es tanto que Evo se eternice en el poder, sino que al hacerlo arrastre al país a la violencia fratricida. La participación electoral de la oposición no conjura del todo la posibilidad de la violencia, pero la disminuye. Es una oportunidad y vale la pena apostar por ella.
8. “La enfermedad infantil” o el “aventurerismo” es la tendencia a desesperarse y tratar de sustituir un seguimiento cabal de la maduración de la situación política por alguna clase de voluntarismo, generalmente irreal.
Normalmente se da en la izquierda, que es más transformadora de lo dado, pero nada impide que se dé también en la derecha.
El aventurerismo siempre opera con una “ética de los principios”.
Fernando Molina es periodista