Desde hace un tiempo vemos un aumento de
los conflictos entre grupos del MAS. Lo que comenzó como una lucha contra el
“neoliberalismo” y por el “vivir bien” representada por Evo Morales en alianza
con los llamados “movimientos sociales”, hoy se ha convertido en una disputa
encarnizada entre él y el Presidente Arce. Muchos deben estarse preguntando –parafraseando
a Vargas Llosa– ¿cuándo se jodió el “proceso de cambio”?
La respuesta a esa interrogante es compleja y no es posible abordarla en una sola columna. Quiero detenerme sobre una dimensión que suele ignorarse en el debate político: el lugar del resentimiento en la vida cotidiana, como señala la filósofa Cynthia Fleury en su libro Aquí yace la amargura: Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas. En él, ella pretende ver más allá de los hechos y prestar atención a la forma cómo las personas, los grupos y las sociedades procesan la amargura y el resentimiento, a veces buscando justicia e igualdad y otras disparándose a los pies por no poder dejar de rumiar la rabia y el odio vividos, imaginados e inventados. Eso es lo que están haciendo ambos dirigentes que han decidido adjudicarse mutuamente los defectos, delitos y errores de los que culpaban a los considerados neoliberales: narcotraficantes, racistas y corruptos por mencionar solo algunos.
La historia de Bolivia se ha contado no solamente, como suele decirse, desde el punto de vista de los ganadores ya que como nación no podemos exhibir grandes victorias; ha prevalecido también una mirada pródiga en resentimiento a los invasores de la Colonia, a los chilenos que “nos quitaron el mar, a los indios, a quienes se ha culpado de nuestro atraso y a todos cuanto pueden considerarse “el otro” visto como culpable de nuestro sufrimiento. Rara vez contamos sobre nuestros dolores convertidos en resentimiento. Digo bien “el otro”, porque salvo los aportes de investigadoras feministas, la “historia oficial” –reconozco que es una generalización– no incluye a las mujeres salvo como actoras secundarias.
El libro de Fleury –cuya lectura recomiendo– permite una mirada hacia un aspecto que va más allá de los hechos subrayando la importancia de entender la lucha contra el resentimiento. Sus ideas pueden ser de gran utilidad para pasar de la sensación de impotencia, que a menudo nos invade, a enfrentar la construcción de una sociedad mejor. Sin duda que hay muchos campos como el de la igualdad, la economía, el medioambiente, el estado de derecho, el sistema político y la educación que deben ser abordados en profundidad, pero nos haría mucho bien comenzar por eliminar el hábito de rumiar nuestras frustraciones y odios. “Al amargado hay que enterrarlo” dice la filósofa. Si pues, todas y todos tenemos un amargado que nos habita al que muchas veces identificamos en un otro sin reconocer nuestra propia amargura.
La autora nos enseña que el término clave para entender el resentimiento es rumiar. Sí, algo que nos produce dolor y rabia puede permanecer en nuestras conductas por mucho tiempo aunque haya desaparecido el sujeto o motivo que las ocasiona, hasta convertirse en una manera de actuar contra todos y contra todo. La envidia, los celos, el desprecio que ostentan algunos líderes políticos inclusive contra los que hasta hace poco eran sus hermanos es una muestra de la manera cómo el resentimiento y el sufrimiento vividos, heredados o inventados se han convertido en la forma de descalificar al adversario; antes de preguntarse si algo de lo que él o ellos hicieron estaba mal, prefieren asignarle todos los rasgos que simbolizaban sus viejas frustraciones y odios.
Lo que hacen Evo Morales y sus partidarios para enfrentar a la otra fracción del MAS hoy en el Gobierno muestra que ellos siguen rumiando y se han intoxicado con su propio veneno. Rumiar los argumentos que les sirvieron para llegar el poder, además de ineficaz, se ha convertido en la forma más fácil de autoenvenenarse. Morales está pertrechado de esa rumia y busca disputarle a Arce la administración del Estado. Y el presidente, en lugar de innovar, ha preferido alimentarse de la carroña. Ambos dirigentes están disputándose la representación de la exclusión, la injusticia y el sufrimiento del pasado donde conviven verdades con falsedades, con las que se ha construido el relato de la “reserva moral de la humanidad” y otras frases cada día más lejanas de la verdad.
Pero sin duda no es esta la única muestra del resentimiento: está diseminado el heredado del período de dominación colonial; la historia de los odios regionales y el racismo; están los dolores vividos en la familia y en la calle y todo ello se acumulan en una rumia. Tomar conciencia de esto debería llevarnos a una reflexión para reconocer nuestros resentimientos e intentar ver en las otras y en los otros aquello que admiramos o tal vez envidiamos, y que sirva de reflexión para respetar y construir una comunidad democrática. No son Morales y Arce los únicos que necesitan desintoxicarse, pero ayudaría mucho si ellos desde el lugar que ocupan dieran el ejemplo de liberarse de esos odios. El resentimiento, además de servir de combustible que alimenta el motor de esa pelea, nos lleva a la desesperanza y de paso hace inviable la democracia.