El nuevo gobierno está apurado. No hay un día que no anuncie titulares, a veces, y otros asuntos importantes como que ya hay gasolina y que el dólar ha bajado.
El que sabemos tampoco se detiene y ya es parte del paisaje político. Se avecinan grandes debates y ojalá buenas soluciones. Como estoy en modo minimalista me contento con poco, que ya es mucho, si comparamos con lo que toleramos durante el masismo. De eso no me quiero olvidar.Por eso cuando anuncian que el turismo es nuestra salvación deseo fervientemente que comiencen por los baños y los basureros para que los turistas tengan donde “desaguar”.
Cuando escucho hablar de políticas de cuidado quiero que abran guarderías decentes para que las mujeres puedan salir a trabajar sin miedo. Por eso en la semana, cuando nombraron a la periodista Ximena Galarza como directora general de Comunicación Estratégica del gobierno sentí un gran optimismo.
Su nominación ha causado satisfacción entre periodistas y buscadores de la verdad. Galarza, de amplia trayectoria, logró destapar, en su programa "Jaque Mate", el fraude electoral en las elecciones presidenciales de octubre de 2019.
Un acto de valentía que le significó quedarse sin trabajo, perseguida y hostigada al igual que tantos periodistas por haber dicho la verdad. Ella pertenece a una generación que ejerció durante el gobierno misógino y corrupto de Evo Morales, lo que la enaltece y permite valorar su decisión de ingresar al servicio público para estar –como ella dice– al otro lado del mostrador.
Es significativo que el gobierno de Paz incluya a mujeres de su talla, quizás para compensar la ceguera previa; la escasez de ministras y mujeres en la primera línea de las candidaturas y el gabinete con la que ganó su sorprendente elección parece que se está corrigiendo.
Los machistas, no podrán –estoy segura– contra Galarza. Ese nombramiento, que ya fue motivo de alegría, se superó con la entrega del Premio Nacional de Periodismo a Amalia Pando. Un reconocimiento de sus pares a mi amiga, compañera de infancia y mucho más. Una mujer que está envejeciendo más joven que nunca. Su vigencia es resultado de su inteligencia, curiosidad, persistencia y hasta terquedad con la que la conocemos.
Los medios se han llenado de felicitaciones, inclusive de quienes aprovecharon la ocasión para marcar sus diferencias lanzando dardos, aunque –nobleza obliga– reconociendo la legitimidad del premio. Carlos Mesa siempre decente, publicó una entrañable foto donde aparece junto a Amalia cuando ella tenía cara de wawa y ya era una gran figura.
Compartí con Amalia la clase social (nuestros padres y madres fueron amigos), fuimos al mismo colegio; subimos y bajamos la Landaeta durante años exhibiendo nuestras flacas piernas y los ponchos de lana de llama con los que nos protegíamos del frío antes del calentamiento global.
Compartimos un breve episodio de ingenuidad política discutiendo cuál era la contradicción principal: un frente antifascista o un frente de clase. La independencia de clase era un valor fundamental aunque “la clase” ya no eran solamente los que vendían su fuerza de trabajo.
Eran tiempos en que varios pequeño burgueses, como nosotras, se proletarizaron; no los nombro porque todavía están en el desván de los secretos o tal vez de los olvidos. Siempre fue periodista, ardiente, comprometida. En aquellos tiempos ella era responsable de un periódico impreso que vendíamos en el mercado Lanza y en la avenida Buenos Aires para horror de nuestras familias, en primer lugar, y para repudio de otros trosquistas que nos acusaban de desviaciones ideológicas.
Durante mucho tiempo nuestros caminos siguieron rumbos diferentes. Ella se volvió empresaria y yo burócrata internacional. La maternidad nos hermanó, aunque la muerte de nuestros hijos fue el lazo definitivo que nos tiene unidas para siempre.
Ella sigue siendo periodista de la A a la Z y yo ando confundida de la Z a la A. ¿Por qué junté la historia de Amalia con la de Ximena? Porque hay algo que las une y debe servir para inspirar a la juventud. Amalia acaba de confesar cómo su hijo Manuel perdía la paciencia ante su analfabetismo digital (el de ella) y yo recordé como mi Lucía, que estará con Manuel, en el cielo, preferiría bajar las aplicaciones a la velocidad de un rayo, en lugar de tener la paciencia de enseñarme.
Ellos estaban apurados y nosotras ya presentíamos que, aunque no dominemos la IA, todavía tenemos un encanto natural que nos permite celebrar su premio y el surgimiento de funcionarias que heredan el fruto de otras luchas.
Amalia es hija del 52 y Ximena pertenece al tiempo de las dictaduras y la autocracia. Ambas encontraron la forma de vencer el miedo y ahora las tendremos, seguramente a una preguntando y a la otra respondiendo desde su lugar, brindando un ejemplo democrático.
Sonia Montaño es feminista.