El 10 de octubre amanecí contenta. Tres noticias “en desarrollo” me aportaron una dosis de optimismo moderado. El cese al fuego entre Israel y Hamas, el Premio Nobel de la Paz para Corina Machado y la decisión de la justicia francesa de extender la pena de prisión al único hombre que apeló la condena por violación a Gisèle Pelicot.
El cese al fuego en Medio Oriente es ,a mi juicio, el más destacado y, tal vez, el más vulnerable. No le funcionó a Trump para que le otorguen el Premio Nobel, tampoco se hace referencia al genocidio provocado por Israel y el desarme total está por verse. Pero ver que las tropas se retiran y que la ayuda humanitaria para paliar la tragedia de la población civil comienza a llegar, que aparece el agua y la luz, son cambios fundamentales, si pensamos en la población civil, la niñez y todas las víctimas que estuvieron al borde de la muerte durante dos años.
Los presos serán liberados. Cambia el escenario geopolítico, pero claro, es solo un pequeño paso hacia un nuevo orden mundial. Estamos ante la paradoja de que Trump, el peor de todos, ha sido artífice de este acuerdo y, muy a su pesar, no obtuvo el premio que pedía.
Cómo me habría gustado esconderme en las deliberaciones del comité noruego que otorgó el premio a Machado. Cuáles fueron sus argumentos para no elegir ni a Trump ni a Greta Thunberg, la joven sueca cuyo nombre circulaba de manera persistente para recibir el premio. Ella, con su temprano y significativo activismo ambientalista, formó parte de la flotilla que intentó llegar a Gaza a ofrecer ayuda a los palestinos, pero fue detenida y deportada. Yo creo que hubiera sido mejor premiar a sus padres, que alentaron su activismo y habrán sufrido lo indecible al ver a esa criatura expuesta a riesgos tal vez innecesarios.
El Premio Nobel de la Paz ha sido siempre motivo de controversia. En este caso, Corina Machado simboliza la lucha persistente por la democracia en Venezuela. No la premian por su ideología ni su posición política, la premian por su compromiso, terco y sostenido contra la dictadura de Maduro, quien representa el abuso de poder, la violación de todos los derechos humanos, la fusión entre la política y el crimen organizado.
Emociona imaginar al pueblo venezolano y a la diáspora venezolana cuando Machado los incluye entre los protagonistas de un cambio que aún no llega. Corina Machado representa la defensa de un triunfo electoral legítimo arrebatado por un gobierno cada vez más apoyado por militares y élites corruptas. Alienta la defensa de la democracia en todos los países donde se han erigido poderes similares, donde la corrupción es una parte esencial de la manera de gobernar y se han cerrado los espacios de deliberación democrática.
Pero claro, este reconocimiento no asegura que las cosas cambien de la noche a la mañana, porque ni la izquierda que gobierna cederá fácilmente, ni la derecha abandonará sus proyectos de poder. Puede que una derrota de Maduro bajo el único liderazgo existente favorezca el reencuentro y la alternancia en el poder.
Otra noticia que me hace feliz es la decisión de la justicia francesa de rechazar la apelación de uno de los violadores de Gisele Pelicot, la mujer de 72 años que fue abusada sexualmente durante una década por decenas de perpetradores amparados por la complicidad de su marido, quien la drogaba y la exponía a una violencia sexual sistemática. La justicia de Francia decidió incrementar la condena a 10 años.
Esta heroína fundamental, para que la “vergüenza cambie de lado”, va en beneficio de una lucha que libran las mujeres y las feministas contra una ofensiva global de negar la existencia de este crimen que trabaja globalmente para acabar con los derechos de las mujeres.
¿Qué tienen en común estos tres hechos? Los tres reconocen el valor de líderes cuya actuación tiene un impacto global, pues reivindican aspectos centrales de los derechos humanos y de la democracia. Los tres han conseguido una numerosa y significativa movilización de la sociedad civil y han tenido lugar a pesar de la debilidad de los organismos internacionales.
Son vientos que alientan la pérdida de miedo y nos recuerdan que, si bien el poder político, económico y militar está en manos de unos pocos, a ratos hace bien respirar aires frescos.
Sonia Montaño es feminista.