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Con la boca abierta | 21/12/2025

Un regalo poco probable

Sonia Montaño Virreira
Sonia Montaño Virreira
Empecé a escribir esta columna evocando los cambios en la celebración de la Navidad; sin embargo, cuando vi al Vicepresidente Lara, que se ha vuelto una presencia ineludible en redes y algunos noticieros, cuando lo vi encabezar una inaceptable denuncia a su propio gobierno, enturbiando el ambiente social, en concomitancia con Tuto y Evo Morales, pensé que, en realidad, los tiempos han cambiado. Se ha pasado del chocolate al pavo relleno y la traición se hace sin cubrirse la cara.

Cuando el que traía los regalos de Navidad era el Niñito teníamos que portarnos bien. Cada año lo engalanábamos gracias al trabajo meticuloso de la costurera amiga de mi papá. Lo entregaba brillando y lo poníamos al pie de un arbolito, más bien una rama de pino, que con los años se sustituyó por el plástico y las lucecitas. 

En cuanto comenzaban las vacaciones íbamos a recoger piñones de pino, ramas bonitas y pintábamos papel madera para que se arme el pesebre, donde la vaca y el burro eran infaltables. Con el tiempo se sumaron el Pato Donald y el Micky Mouse, considerados intrusos aceptables. 

El catálogo de regalos era limitado: ropa y zapatos para todo el año. Muñeca para mí y algún juguete para los chicos. Comíamos rico.  Recuerdo especialmente la crema chantilly para el postre. 

La rutina cambió cuando mis padres se divorciaron. Mi papá se volvió a casar y formó una nueva familia. La Navidad se volvió una complicación porque, por un lado, se mantuvo la “tradición” de la cena familiar con mamá. El pollo al horno había llegado para siempre a disputar el escenario con la picana y, de año en cuando, con el pavo. 

Mi mamá se esmeraba siempre. Antes de la cena íbamos a visitar a mi  papá y a su familia. Nos ofrecían un menú espectacular de pastelitos fritos rellenos de queso y carne que su esposa preparaba con cariño.  Comer antes de la media noche tuvo sus complicaciones. 

En cuanto a los regalos, no era requisito portarse bien. Todos recibíamos baratijas, golosinas menos durables. Casi nunca eran lo que los niños deseaban.  Algo así le pasa a Lara, que ha confundido a sus votantes con el éxito en Tik Tok, lo que le ha valido para ser invitado por el Presidente y ganar votos, al punto de que ya no es ni el Niñito ni Papa Noel los que lo recompensan. La única credencial es la cantidad de seguidores en las redes

Cuando celebraba las fiestas de Navidad con mis hijos estábamos en la primera fase –por llamarlo de alguna manera– de la sociedad de consumo, que se instaló para siempre con el neoliberalismo y se reforzó durante los 20 años del MAS.

Recuerdo muchas navidades con feroces aguaceros, caminando apurada para cenar con mi madre. Los niños durmiendo a medio camino y sin ganas de comer después de la comilona donde el abuelo. Todo esto caminando de subida y bajada en la Ciudad Maravilla, nunca tan odiosa como cuando no había en qué moverse. Llegar tarde era frecuente.

Uno de los cambios visibles es que con el tiempo los regalos fueron adquiriendo una importancia excesiva y empezamos a ver las facetas populistas de nuestra sociedad. Pasaron de ser un gesto cristiano y amistoso a un hecho social y político. 

Cómo no recordar al padre Perez que convirtió la entrega de regalos a los niños en un momento de alegría imitado por varios políticos. Hoy me he enterado que el inefable Vicepresidente Lara ha lanzado la campaña “Por la sonrisa del niño boliviano”, con la que  otorgará regalos, seguramente para borrar con el codo lo que hace con la mano.

 Darse aire de bueno es importante para un tiktoker.  Mientras conspira abiertamente contra el nuevo gobierno –su gobierno–,  mostrando lo peor faceta de su personalidad, quiere que los niños sonrían. Es el diablo repartiendo regalos. 

La mayoría de los niños, probablemente, no entienden el divorcio entre Lara y Paz, como yo tampoco entendí el divorcio de mis padres. Me tomó un tiempo hasta que agradecí a la vida que Bolivia tenga una ley de divorcio, y que las personas pueden decidir con quién conviven. 

No es el caso del matrimonio Paz–Lara, que ni aparentan quererse ni disimulan sus odios. El Presidente lo mata con la indiferencia. Lara llora en público y le pone cuernos con sus peores enemigos. 

La Ley Electoral no establece una causal de “divorcio” en estos casos. Por eso, aunque no soy creyente, quiero pedirle al Niñito, que Lara se calle, que la Asamblea Legislativa lo siga frenando para que Paz tenga  tiempo de gobernar. No es mucho pedir, ¿o sí?

Sonia Montaño es feminista.


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