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Columna de columnas | 25/11/2024

Elección axial

César Rojas Ríos
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“¿Por qué ante la crisis la población no protesta activamente?”. Esta pregunta se hace Hugo Siles Espada (HSE) en su reciente columna que lleva el mismo título (Brújula Digital, |18|11|24|). Se trata de una gran pregunta, casi me atrevería a decir que se trata de la pregunta más relevante de la coyuntura.

En un país tan conflictivo como Bolivia uno podría pensar que la relación entre malestar y protesta es de tipo causal. Acción/reacción. Como retirar inmediatamente la mano ante la presencia del fuego. Pero en el mundo social nada es lineal y llano.

HSE primero recurre a la historia para otear su respuesta: la hiperinflación propiciada por la UDP generó una hiperinflación de movilizaciones; la crisis económica ahondada en el segundo gobierno de Sánchez de Lozada encendió las llamas de la protesta; pero hoy: “por más de lo que pasó a mediados de los 80 o de 2003, la gente no sale a las calles en forma activa y sostenida a protestar. Nadie dice nada en forma continua”.

Y HSE esboza tres hipótesis para aclararse y aclararnos, para sacarnos de la turbia inconsciencia: primera, la gente no quiere luchar sin estar segura de conseguir un cambio real (equilibrio entre costos y beneficios); la segunda, no quiere ser “escalera” de algún partido político o líder político (desequilibrio entre costos y beneficios); y la tercera, trabajamos nuestra capacidad de resiliencia (ajustar la relación entre costos y beneficios).

Ahora toca cultivar la pregunta mediante la problematización para tratar de conjurar ese agujero negro que hoy aparece como inexplorado: “¿Por qué ante la crisis la población no protesta activamente?”.

Uno, ya se aprecia que entre crisis y protesta no existe una relación directa, sino mediada por una serie de factores. Dos, ¿cuáles son esos factores? HSE señala que la gente no quiere realizar gastos de energía social infructuosos, sobre todo cuando se tiene a pocos meses por delante una elección general (con la esperanza de cambio que apareja toda elección). Tres, las elecciones, por tanto, se convierten en un acontecimiento condensador de expectativas de cambio generadas por una multiplicidad de malestares acumulados y que se podría disponer como en una torta de tres pisos: abajo, los malestares estructurales ligados al subdesarrollo, la pobreza y la desigualdad; en medio, los políticos asociados a los déficits de rendimiento de los sucesivos gobiernos del MAS; y arriba, los coyunturales, ocasionados por la crisis económica. Cuatro, las elecciones pueden ser una efectiva palanca de cambio que canalicen las expectativas sociales motorizadas por las frustraciones ante los sucesivos gobiernos del MAS; pero, si las elecciones presentan alguna irregularidad o se postergan, podemos estar nuevamente ante un pandemónium social. El país se podría nuevamente resituar en un octubre de 2019 pero más caldeado, donde prime la radicalidad del todo/nada que convierte la sociedad en un aluvión de fuego.

Dicho esto, entonces las elecciones de 2025 asumen un rostro bifronte: una palanca de cambios tranquilizadores o un disparador de malestares acumulados. Esperanza o ira se dibujan en el horizonte inquieto de este 2025.



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