Pasó mi cuerpo / por muchas guerras / aquí y allá / mutilaron mi ser. / Soy una isla / en un océano de tierra / y llevo dentro / un mar interior. / De pequeño aprendí a crecer solo / y a crecer contra la hostilidad / y contra la indiferencia del vecino / mi llanto no tuvo eco. / Me amamantó la lecha blanca / de las nieves eternas / y en mi memoria como en mi sangre / revueltos incas y españoles. / Pero también las guerras intestinas / hermanos contra hermanos / por el pan, por el vino, por el estaño / En fin… ¡por lo que sea! / Desde que nacimos / no hubo más sol que la violencia / ni mayor grandeza / que ser contra la pena. / Las ideas, también los intereses / acabaron por hacer de la tierra, un campo de espinas, un rugido de dolor. / Nace una flor y luego otra / y mueren apenas han nacido / y se enturbian las aguas del río / entonces no hay semilla que fructifique. / Y las sanguijuelas / ayer saltando del balcón / hoy del televisor / y penosamente dicen nada. / Aplausos, vítores, fiesta / y el alcohol también / y despertar y haber tenido / una ilusión, un sueño: dos calaveras. / Y los niños que hoy ríen y mañana se apedrean / y el otro niño y el perro / disputando un trozo de pan / sobre la delgada cinta asfáltica del progreso. / Pueblo sufrido / la aridez del Altiplano / también la aridez del alma / y el silencio del cielo. / Pueblo partido / alma en pena que vaga / dando tumbos por la cordillera / y extraviada en la selva. / Somos / tierra de saqueo / desfile de militares / puerto de imperios / tarima de políticos. / Somos y no somos nada / pudiendo ser todo / nosotros mismos: un pueblo / uno y fraterno. / Hoy, ayer / ¿también mañana? / ser y no haber sido nunca / ¡un trazo, un destino!
César Rojas es comunicador social y sociólogo.