Más tardaba el señor Hernández en plantar la trampa, que estos periodistas en caer en ella. Cierto que algunos se arrepintieron en pleno vuelo y trataron de retroceder, pero ya era tarde. Por mucho que hicieran “ajustes” a sus enfoques iniciales, lo cierto es que no consiguieron un par de paracaídas. Lo sabe muy bien el Coyote: una vez en el aire, no queda otra que hinchar los ojos y poner cara de idiota mientras el Correcaminos –que en esta alegoría representa a los funcionarios que fueron responsables de contratar a Neurona y le pagaron muy bonitas sumas– te mira sonreído, aferradas sus patas al borde de la cornisa, cubierto por las sombras.
El señor Hernández es un hombre de estos tiempos. Ha demostrado que sabe cómo construir noticias falsas y usarlas en un país en el que hay periodistas-coyote y periodistas-chorlito.
Por ejemplo, puedo apostar dos a uno que pocos de los que han seguido este caso pueden diferenciar entre las fotos con ponchos rojos y las fotos de la cena, pues no saben que las primeras se tomaron en 2014, y en ellas estaba Hernández, y las segundas se tomaron en 2019, y en ellas no estaba Hernández ni nadie de Neurona. Y no pueden hacer esta distinción porque ninguno de los medios que las reprodujeron una y otra vez la hizo.
Cierto es que a Hernández lo ayudó el pobre estado de nuestro debate público. En la caricatura opaca en la que vivimos por la falta de información oficial, cualquier declaración, cualquier tuit, reviste la importancia de una gran novedad. En México Hérnandez no tiene éxito. Aquí la rompe.
El gobierno no ha hecho una excepción a su mutismo ni siquiera para evitar que se sospeche de los suyos que no son. ¿Por qué? ¿Quién está detrás del señor Hernández? ¿Por qué nadie del oficialismo le ha salido al paso, pese a que su acción -y su misma existencia- debilitan la “causa sagrada” de la reelección presidencial?
Hay que considerar esto, pero no al punto de olvidar quién finalmente fue le que giró hacia el precipicio. Este fue el Coyote, con sus largas orejas caídas y su sonrisa dentuda, y nadie más que él. ¿Le fallará un poco el olfato? Concedamos que no es normal que un tipo investigado se ponga a dar detalles de sus actividades y a felicitar a sus supuestos contactos en el gobierno, poniéndolos en la mira. Que no es normal que un tipo que dice que quiere el éxito del gobierno publique una foto en la que señala que allí donde se está planificando el lanzamiento del documental que, según él mismo, es la “clave” de la campaña oficial, aparece un “doble agente” (yo) que quedará inutilizado por la publicación que hace. ¿Por qué Hernández compartiría fotos que iban a darle argumentos a los opositores y que perjudicarían la causa que dice defender? Hasta la sombra de la parte trasera de la cola del Coyote podría darse cuenta de que esta conducta no es normal, lógica o psicológicamente verosímil. Y esto debería haber bastado para sospechar. “Ojo, alguien giró la señal y ahora apunta al precipicio”… Al menos algunos de los que hicieron esta cobertura tuvieron que pensarlo.
Me parece imposible que no fuera así.
O quizá en efecto es imposible.
Y entonces haya que replantear la tesis.
Tal vez lo que en verdad pasó es que al Coyote no le importa capturar al Correcaminos. Tal vez lo que ocurrió se deba a que el Coyote ama el escándalo, el fragor del chisme, las carreritas hacia ninguna parte, el vértigo de la zambullida…