Del censo 2024 se ha venido hablando bastante, y pasado el empadronamiento, se seguirá hablando todavía más. Sobre cómo se hizo y sobre los datos que vaya arrojando y los efectos que estos generen sobre la política, la economía, las regiones y las instituciones. En fin, tenemos en puertas un acontecimiento poliédrico.
Lupe Cajías (LC) en su columna “Bolivia tiene cuatro puntos cardinales” (El Deber, 22|03|24), destaca uno de esos rostros –después de hacer un repaso sobre los distintos censos, sus aportes y limitaciones–. Textual: “Es momento de que los bolivianos, sobre todo los políticos, entiendan que la geografía y la población boliviana ocupa más que la división de la Cordillera Andina. Los benianos no son orientales, son sobre todo nordestinos, con bosques tropicales alternados por pampas. La Paz es más amazónica que altiplánica. Chuquisaca tiene valles ardientes. Potosí es mucho más diverso que la foto del Cerro Rico. Ese extraño paisaje árido y de matorrales llamado Chaco es muy diferente a las llanuras donde se lo suele incluir en los discursos regionalistas. Ojalá el Censo ayude a superar los imaginarios anticuados”.
Si los datos son fiables, como plantea LC, el censo puede resultar un cable a tierra, inclusive un electroshock intelectual. Muchos imaginarios, numerosos espejos se pueden ver quebrados y sin carta de ciudadanía. Y tendencias que se veían ascendentes, ahora lo sean de una manera más concluyente. Un imaginario quebrado es el que sugiere LP: la Bolivia departamentalmente diversa, pero interna e intensamente homogénea. La realidad que puede emerger detrás del espejo es el de la diversidad en la diversidad y el fin de las identidades monolíticas y mayoritarias (ejemplo, los cruceños no son ya predominantes en Santa Cruz ni los indígenas ya son predominantes en Bolivia.
Así todas las mayorías acabarían dando paso a la heterogeneidad o, cuando menos, a mayorías precarias y coyunturales). Ingresaríamos de pleno en una “modernidad líquida”, fluida, calidoscópica y cambiante, para decirlo con un término atinado y trajinado del fallecido sociólogo Zygmunt Bauman. Y entraríamos de lleno en un oxímoron –esa figura retórica excéntrica donde se unen dos términos antitéticos, pero con gran sentido–: la inestabilidad de la estabilidad.
Todo aquello que se creía rígido, definitivo, oleado y sacramentado, por efecto de este censo líquido, se pondría en licuefacción, o sea, mucho de lo dicho en ámbitos intelectuales y académicos, y mucho de lo redicho en la arena política. Un censo que podría ratificar al filósofo Heráclito de Éfeso: “Ningún hombre se sumerge dos veces en el mismo río”. Y ese río se puede llevar mucho y a muchos.
César Rojas Ríos es comunicador social y sociólogo.