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Sociedad | 09/07/2024

|OPINIÓN|La magia del fútbol|Gerardo Garret|

EFE

Hoy conversaba en familia sobre cuánto he disfrutado y cuánto sigo disfrutando la Copa América y la Eurocopa. Por si acaso, escribo estas líneas a una semana del final de ambas competencias. En todo caso, en estas semanas intenté sacarle tiempo al tiempo para mirar la mayoría de los partidos de ambos campeonatos.

El objetivo se cumplió casi a cabalidad. Debo haber visto el 80% de los partidos en ambos torneos. Incluso olvidé involuntariamente mi permanente interés y seguimiento por el torneo profesional del fútbol boliviano en receso temporal. Reconozco sí que vi un par de partidos del campeonato amateur paceño. Lo importante de este tiempo fue esbozar algunas reflexiones sobre lo que muchos denominan “pasión de multitudes”, haciendo hincapié, ante todo, en nuestra propia realidad.

En efecto, el primer aspecto que destaco es que “no perdí el tiempo” frente a la pantalla del televisor en estas casi tres semanas. Era mi costo de oportunidad. Vi lo bueno, lo malo y lo feo del fútbol mundial.

Lo segundo es que tampoco intento aquí comparar si un torneo es mejor que el otro. Cada cual tiene sus particularidades y sus idiosincrasias, sus fortalezas y sus debilidades, sus aciertos y sus dislates.

Lo tercero, concluyente, es que el fútbol, donde se juegue y como se juegue, es una actividad que atrae a multitudes, alegra y entristece, crea sentimientos encontrados, fomenta pasiones desesperadas o descontroladas, une o desune a naciones, pinta colores, canta esperanzas. Es la inquebrantable cultura del fútbol.

Y es en este tercer aspecto en el que me quiero precisamente detener. El fútbol es, por supuesto, deporte. Y deporte se resume en competir y ganar. Así de simple o de complicado. Sin embargo, el fútbol hoy es más que eso. Es una conjunción de actitudes y comportamientos del ser humano para conseguir no solamente participar y obtener un triunfo, sino, lograr un sentimiento de genuino placer - o de frustración, en el caso inverso -.

En este propósito de competir, ganar y generar placer, el simple rodar de la pelota reúne culturas, trasciende fronteras, ocasiona pasiones y envidias, genera riqueza (más para unos que para la mayoría), despierta intereses (claros y oscuros), trae y atrae polémica (de la buena y de la mala) y distrae atenciones (políticas y de otros calibres).

Diría, con algo de inusitado atrevimiento, que ninguna otra actividad humana aglutina genuinamente tanta expectativa reflejada en alegrías o desazones colectivas. En todo caso, dejo a la sociología explicar las razones para ello. Para mí, todo esto, es simple y llanamente, la magia del fútbol.

En un intento de extrapolar esta magia del fútbol a la realidad boliviana, la magia se torna más bien en desencanto. Lo claro –o lo no tan claro– aquí es que los resultados obtenidos por nuestra selección en la Copa América –bajo el nefasto concepto de “competir para ganar experiencia” o de “competir pensando en el próximo campeonato” en lugar del positivo, optimista y desafiante sentido de “competir para ganar”– muestran una especie de complejo de inferioridad que parece insalvable como parte de nuestra idiosincrasia criolla.

En este devenir, la selección boliviana de fútbol es tan solo el trágico reflejo del fútbol nacional en su integridad. No sabemos competir de igual a igual o tenemos miedo de hacerlo. La distancia física y mental de nuestros deportistas y cuerpos técnicos respecto de nuestros pares latinoamericanos es abismal. Miramos el piso sin alzar la frente. En la propia jerga futbolística, en los últimos años hemos ido “de más a menos”. Yo iría más allá: “de más a mucho menos”.

Los motivos de esta situación y algunos planteamientos de solución los había explicado en un artículo titulado “La hora crucial del fútbol boliviano” publicado hace un par de semanas. En mi entender, esos conceptos siguen válidos hoy, pero de ninguna manera son palabra única o final. El debate es indispensable.

Sea cual sea el camino por seguir, revertir la situación del fútbol boliviano tomará convencimiento, compromiso, trabajo y tiempo. Ojalá que así vuelva la magia del fútbol a nuestro país. Lo necesitamos y lo merecemos.

Gerardo Garrett es hincha del fútbol boliviano.






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