Es un placer para Brújula Digital tener entre sus columnistas al sociólogo e investigador de la UNAM, Hugo José Suárez. Sus textos aparecerán los jueves quincenalmente en esta sección.
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Empiezo el año con una decisión que a ratos me parece insensata: alimentar una columna quincenal. Durante varios años he mantenido la costumbre de escribir regularmente en prensa, he pasado por varios matutinos que me han recibido con generosidad. La última experiencia se agotó por razones ajenas. Me quedé en el aire, pensando si valía la pena volver a empezar. Y aquí me tienen.
Son muchas las virtudes de escribir en prensa. Desde la posibilidad de alimentar ideas en la discusión pública, hasta la práctica escritural y tener aceitada la maquinaria que se despliega cuando debemos sostener una entrega. Además, lo decía Fernando del Paso, algo sucede en el “acto de escribir”, alguna magia aparece alrededor y se dibuja con las teclas una imagen que antes no había sido concebida. Es la sensación que tenían los fotógrafos de antaño en un cuarto oscuro, cuando se revelaba entre las aguas y los químicos, las formas de una fotografía tomada con anterioridad. Sí, lo confieso: creo en la escritura, creo como creen los creyentes. Y la disfruto intensamente.
¿Por qué escribir? ¿por qué apostar a las letras cuando lo que pega está en otro registro? No lo sé. Hay algo en las palabras, un encanto difícil de explicar, una atracción que desborda, como una amante irresponsable, traviesa, irreverente, irremediable que discretamente te acompaña y no te deja partir. Vuelves, reincides, repites.
Pero esta columna tendrá otras características distintas a lo que he hecho hasta ahora. Será un espacio para todo lo que pasa por mi vereda, una especie de repositorio de la vida cotidiana. Un día compartiré la indignación política, al día siguiente mi impresión sobre una película, o las citas anárquicas del último libro que leí, o los retazos de un cómic que me marcó, o las aburridas que me tocan en las reuniones de padres de familia o en los consultorios médicos. Cabrá todo.
Por supuesto que este tipo de apuesta no es nueva. Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos explica sus páginas que albergan tanto a Man Ray, a Verne, a su gato Adorno, al jazz o Lezama Lima. “Ir y venir en pedazos de estrella”; de eso se trata, redactar sin ruta trazada, sin unidad ni linealidad, sin orden preestablecido, dando valor a lo espontáneo, a lo cotidiano, a lo disonante. “Escribir y respirar”; “fluyo y reflujo”. También me inspiran otros enormes narradores como el mexicano Alfonso Reyes, que como nadie atravesó tantos géneros como temas, desde el ensayo hasta las epístolas, y podía reflexionar sobre la “Dignidad de la cebolla”, como sobre la Historia, o el sentido de la originalidad en la creación.
He dudado qué título poner a este espacio, pues bien sabemos que el nombre es mandato. Primero se me ocurrió “Cajón de sastre”, como un doble homenaje, por un lado al periodista mexicano ya fallecido Miguel Ángel Granados Chapa que, la parte final de su columna, traía una sección así titulada; y por otro lado al oficio del sastre que, retomando los pedazos de telas aparentemente sobrantes, construye algo nuevo o remienda lo viejo dándole otra vida. Es una metáfora de la creación intelectual. Pero finalmente opté por una doble combinación: diario vagabundo.
El diario es un género que me fascina, he escrito tres de ellos en distintos países –además de llevar uno personal hace varias décadas– y parte de mis clases las dedico a rastrear sus bondades para las ciencias sociales. Y la idea de vagabundear, no en su acepción negativa que se refiere a la flojera o la indigencia, sino como esa sensación de constante búsqueda, de insatisfacción y de movimiento. Tengo por supuesto los versos de Joan Manuel Serrat como revoloteo cuando evoco esa la palabra, pero sobre todo, un bello cuadro de mi madre en el que se ve una mujer mirando la montaña a través de una ventana con una frase abajo: “la verdadera libertad es el vagabundaje”.
En fin, prometo regularidad en estas palabras y buscaré que sea el momento más gozoso de mi jornada cuando me toque escribirla. Y lo haré, como siempre, desde donde sucede lo bueno: en algún café de la ciudad. Los invito, los espero.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.