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Diario vagabundo | 20/11/2025

Objetos perdidos

Hugo José Suárez
Hugo José Suárez
Suelo guardar, a veces esconder, pequeños objetos en lugares insólitos. No hay un plan, un patrón, un manual. Simplemente los dejo en algún lugar, el cual, probablemente, vuelva a visitar en otro momento, cuando el instinto así lo decida.

Las sorpresas suelen ser gratas. En el cajón de mis libretas pasadas aparece la entrada a una película que me marcó. De la gaveta que alberga mis cámaras fotográficas, surge un muñequito comprado en Tepoztlán en el último viaje. Pero mi lugar predilecto es el estante de los libros. 

Un día me encontré con el anuncio de la conferencia de Benoit Peeters, en París, en la que iba a hablar sobre el cómic francés. En otra ocasión, surgió el boleto del bus de mi viaje a Potosí y Sucre en 2022, el último desplazamiento con mi familia antes de la diáspora que nos dispersó por el mundo. Lo bonito de jugar a ser el duende de los objetos perdidos, que los devuelve sólo si el azar lo decide. Además, las cosas guardan historias, despiertan episodios pasados, no olvidados, pero sí sumergidos en varias capas de recuerdos. 

Hace unos días, saqué de mi biblioteca el libro de Sebastián Salgado, el magnífico fotógrafo brasilero que murió recientemente. Navegando entre sus fotos y su vida, me encontré con una carta mía de hace unos ocho años -no tiene fecha- en la que me dirigía al profesor de matemáticas de mi hija Canela, cuando estaba en la secundaria. Le explicaba que ella estuvo haciendo sus deberes hasta las diez de la noche de manera mecánica y aburrida. Argumentaba que el sentido pedagógico se había esfumado entre los minutos perdidos, había desaparecido todo interés por el aprendizaje y, más bien, el trabajo tenía tono de castigo. “Ojalá se pudiera calibrar mejor la carga de la tarea, el tiempo que tomará a los niños resolverla, y la calidad del aprendizaje que de ella emerge”, concluía. 

La carta, que por alguna razón volvió a mí años más tarde, -no recuerdo si llegó a su destinatario-, me recordó que mi padre hacía lo propio cuando lo veía necesario.

Guardo imágenes de cuando le escribió a un maestro luego de que éste me agredió; eran varias hojas en las que le daba una lección de pedagogía, tratando de hacerle entender que el aprender debe ir de la mano de gozar; que castigar no ayuda a comprender; por el contrario, lo que queda es el agravio, no un conocimiento nuevo. 

A menudo intentamos encontrarle un sentido al caos, ordenar nuestra vida en un relato coherente, articulado, como si las cosas siguieran un ritmo, un libreto, que sólo hay que repetirlo. Nos olvidamos que es “terriblemente absurdo estar vivo” -diría Aute-, que no hay razones para coincidir en “tantos mundos, tanto espacio” -añade Mexicanto-. Que a menudo el azar gobierna, y para bien. Que el gusto de las cosas está en que el guiño del destino siempre tiene alguna grata sorpresa a la vuelta de la esquina.

No lo dudo: seguiré jugando a esconder cositas entre los libros, a regalarme recuerdos que, tarde o temprano, me arrancarán una sonrisa.Tomo la carta que me provocó estas letras, la meto en otro libro que acomodo en mi estante. Seguro que más adelante aparecerá, justo cuando la necesite.

Hugo José Suárez. Sociólogo, investigador de la UNAM. 

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