Recibió un nombre que es mandato. Su padre desde Chile escuchaba las noticias de la Segunda Guerra Mundial. Cuando supo de la resistencia a la invasión de las tropas nazis en la ciudad belga Namur en 1940, no tuvo duda: así sería nombrada su hija que acababa de nacer.
Namur Corral estudió psicología en Santiago. Muy joven empezó su militancia política y trabajó cercana a Salvador Allende. El día del golpe de Estado en 1973, ella estaba en La Moneda. Sintió las bombas, el miedo, la rabia, la impotencia. La historia cambiaba ante sus ojos. Logró huir escuchando en la espalda el peso de la violencia.
Llegó a Bélgica. Jovial, guapa, encantadora. Guy Bajoit, mi entrañable maestro y amigo fue a buscarla al aeropuerto por solidaridad con los exiliados chilenos. Fue un imán, no pudo desprenderse.
La conocí cuando llegué a Lovaina, en 1996. En el ambiente académico a menudo pesado, hermético y performativo. Su presencia siempre imprimía frescura, franqueza e inteligencia. Pasaba por su casa cada que podía. Con Guy discutíamos de sociología, con Namur de la vida. Las veladas eran interminables, largas y gozosas. Comíamos, bebíamos, disfrutábamos.
Nos visitó varias veces, en México, en París. Paseamos por calles y plazas, hablamos de política –ella siempre contundente, clara, sin concesiones–, de la ecología o de la cultura. Nos contaba sus “formaciones”, los cursos que daba en sectores marginales en Bélgica o sus contactos con el mundo zapatista, al que visitó cuando estuvo por México.
La última vez que vi a Guy y Namur fue en mi casa, en París, en 2019. Vinieron por unos días. Compartimos nuestra desesperanza y las ganas de cambiar el mundo, alimentando las pequeñas luces que todavía no se apagan. Luego llegó la pandemia, los conflictos familiares, los desplazamientos. Quedamos de vernos lo antes posible, pero el destino es caprichoso, y el espacio implacable.
Hace un año, cuando estuve en Santiago, intentamos coincidir para una cena. No se pudo. En estos días que ando en La Serena, en Chile, también procuré sin éxito un encuentro. No fue posible, estaban justamente en Bélgica. No siempre es fácil coincidir.
Hace unos días un amigo me comentó que Namur fue hospitalizada con un diagnóstico delicado. El siguiente mensaje fue: está agonizando. El próximo: falleció.
Salí a la playa, a reclamarle al mar, y a repasar los recuerdos de Namur. Me quedé embarcado en la memoria, en su sonrisa encantadora, en su dulzura, en su solidaridad, en su cariño. Mandé un mensaje a Guy: comparto contigo el dolor en este aciago día.
Descansa en paz, Namur Corral.