Subordinado por su propia voluntad y por sus ambiciones políticas a los intereses de la gran agroindustria y la gran ganadería desforestadoras del maravilloso y verde oriente boliviano, y empecinado en dotar tierras de bosque sin vocación agrícola para someter y manipular políticamente a las masas empobrecidas de campesinos, colonizadores y cocaleros que los relegados y majestuosos altiplanos y valles intercordilleranos del país expulsan día a día desde las tierras altas, el régimen de Evo Morales empieza ya a mostrar los rasgos de una nueva extrema derecha en el subcontinente.
Y es que el gobernante MAS, en sus 14 años en el poder, ha terminado estructurando toda una política económica para reproducir, amplificada y en expansión imparable, una sociedad de desiguales marcada por agudos y hasta inhumanos diferenciales de ingresos y estatus económico allí donde crece, como una mancha de cáncer indetenible, la frontera agraria, cocalera y ganadera en las tierras bajas bolivianas.
Así, por un lado se evidencia la presencia y proliferación de masas de agricultores en extrema pobreza que impulsados por su miseria de origen aceptan las condiciones más adversas para abrirle ruta a la agresiva expansión de la frontera agrícola promovida por las oligarquías terratenientes ávidas de tomarse esas tierras bajas del país cada vez más penetradas. Como contrapunto, por el otro lado, junto a la persistente y aguda pobreza de los de abajo, la política económica del MAS no solamente ha terminado por aceptar, sino que ahora además promueve la reproducción y emergencia de una élite oligárquica de cada vez más ricos y poderosos grandes agroganaderos con fortunas ahora ya semejantes a las de sus pares en el viejo Brasil colindante.
En las tierras bajas de Bolivia se arrasa e incendia hoy el bosque para la constitución y reproducción de una sociedad hiperclasista de ricos cada vez más ricos y de pobres siempre pobres y más pobres: tal la anómala perversidad de la política económica de un régimen que solamente se ha de ver forzado a declarar un estado de desastre nacional en la Chiquitania si el país asume de verdad con indignación y viste de luto y se levanta por lo que está ocurriendo en esos bosques.
Ha llegado la hora de levantarnos. Es la hora de la indignación. Y es que ahora doblan las campanas para todos. Incluso también para quienes hasta hoy han creído que el cuidado de la naturaleza y del medioambiente solamente es cuestión de algunos idealismos sin sentido de verdad urgente. Las campanas esta vez doblan su luto por ti, por mí, por el bosque, por nosotros. Pero principalmente estas horas, estos últimos tres días, las campanas doblan por Pablo Miguel Suárez Núñez. Por él vestimos de luto. Él es el bosque.
Ricardo Calla es sociólogo.
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