Con la caída del
régimen de Evo Morales a fines de 2019 ha quedado definitivamente cerrado el
ciclo histórico de la Revolución Nacional de 1952. Marcado por la corrupción y
por el irrefrenable deseo de Morales de convertirse en presidente de Bolivia
hasta el final de los tiempos, ese régimen prolongó, por un lado, el impulso dado
por el “nacionalismo revolucionario” de 1952 al desarrollo del capitalismo de
Estado, pero esta vez con el MAS en combinación con una desembozada política
neoliberal de libre mercado a favor del tráfico de cocaína, la expansión de la
economía informal, la apertura a la inclemente desforestación ganadera, agroindustrial
y colonizadora, la abierta penetración del capital transnacional asiático en el
país y un reaccionario “antiimperialismo” prodrogas.
Efectivamente, el “modelo de economía plural” del régimen de Morales fue una conjunción de estatismo y de mercado libre y desregulado con la que el MAS dio continuidad parcial al ciclo de 1952. El estatismo del MAS fue un generador de nuevos ricos y de grupos de nuevos grandes adinerados vía los diferenciales salariales y/o la corrupción en las empresas estatales nacionalizantes.
El MAS ha permitido y estimulado un mercado libre y desregulado para saciar los apetitos de ganancia y beneficios de las empresas capitalistas de Estado gasíferas, del gran, mediano y pequeño comercio expansivo informal y de contrabando, de grandes y gigantes transnacionales mineras y de construcción de infraestructuras camineras, de transporte, civiles y de transformación de materias primas, del cooperativismo capitalista minero, de la gran ganadería, la agroindustria industrial y la colonización “intercultural” en el oriente de las tierras bajas del país, de la expansiva frontera cocalera y el cada vez más abierto tráfico de la pichicata, y de la banca transnacional y nacional de soporte financiero del “modelo”.
La opción del MAS es por una “economía plural” de rentismo extractivista desatado y de nefastas consecuencias de depredación ambiental respecto de los bosques, la calidad de los suelos, el ciclo hidrológico y las aguas, los nevados y la atmósfera.
Por el otro lado, en paralelo con su fallida experimentación de capitalismo de Estado y “pluralismo” económico ahora ya en crisis, el régimen de Morales ha cerrado definitivamente el ciclo de desarrollo de 1952 y la construcción identitaria “nacional” motivada desde el “nacionalismo revolucionario” –ya sea con inflexiones chauvinistas o de nacionalismo soberanista de Estado– con propensión a la disolución de las particularidades etno y geoculturales del país.
El MAS ha pasado a sustituir el ciclo del nation building dominante previo con una agenda constitucional marcada por un etnonacionalismo de construcciones identitarias fragmentaristas –el “Estado Plurinacional”–, que ha comenzado a poner en jaque las perspectivas de desarrollo –abiertas en los 1990s– de una unidad complementaria de las diversidades culturales en el país.
La agenda etnonacionalista inscrita en las disposiciones de la nueva CPE con la que el régimen de Morales dio a luz al Estado Plurinacional podría ser explosiva si se sigue combinando con el despótico antirrepublicanismo del MAS. Este partido –que ha encallado en un autoritarismo cada vez más violento por obra y efecto del perfil de su abusivo caudillo, ahora él personalmente en todo caso cada vez más débil políticamente– puede, en la presente gestión gubernamental de Luis Arce, terminar fecundando peligrosamente, con su sectarismo y acciones represivas contra sus adversarios, las peores tendencias de odio y revanchismo del faccionalismo étnico que está reapareciendo en el escenario de Bolivia.
Haciendo gala diaria de su poder de abuso judicial y de su fuerza represiva policiaca, el MAS está siendo una peligrosa caja de resonancia y hasta de inducción para que la violencia política se haga parte normal de la vida del país. Ya como parte de esa normalización de la violencia, el faccionalismo étnico –previsible en el marco de cualquier desarrollo del etnonacionalismo en un país– ha comenzado a aparecer también en Bolivia en los medios y en la prensa con peligros discursos de odio racial y cultural, con amenazas vociferantes de quema de domicilios y ajustes de cuenta contra los “enemigos”, y, acompañando la violencia verbal de tales estremecedores pronunciamientos de ira, con demostraciones abiertas de armas enarboladas en alto como amenaza de muerte y sangre.
Del “¡Ahora sí, guerra
civil!” del MAS a fines de 2019, ¿se pretende pasar a un “¡Ahora sí, guerra
étnica!”? El ciclo del “nacionalismo revolucionario” de 1952 ha concluido:
¿está comenzando el ciclo del etnonacionalismo y de la fragmentación y del
faccionalismo étnico y racial en Bolivia? ¿Cuál es nuestro horizonte de destino
en lo que sigue? Seguramente hay opciones. ¿Cuáles?
Ricardo Calla es sociólogo.
@brjula.digital.bo