La amenaza de la violencia por parte el gobierno del MAS contra las movilizaciones ciudadanas y opositoras en defensa del voto mayoritario expresado en el referendo del 21 de febrero de 2016 ya está en el aire. Acusando nada menos que a Carlos Mesa, Waldo Albarracín y Tuto Quiroga de buscar “generar violencia”, por afirmar que la decisión de Evo Morales de aferrarse contra viento y marea –y de modo indefinido– al cargo de Presidente de Bolivia está generando y genera una tensión política evidente en el país, distintos voceros del MAS han expresado en los días pasados el sin sentido de que quienes reclaman por el respeto a la Constitución y las leyes son los que quieren la violencia.
Peor aún, esos voceros afirman que en los casos de Venezuela y de Nicaragua –a los que se compara el caso de Bolivia–, las movilizaciones ciudadanas y opositoras contra el prorroguismo de los regímenes de Maduro y de Ortega, respectivamente, ¡serían las responsables de la violencia en esos países! ¿Es que acaso los cientos de muertos en ambos países no son justamente los asesinados a sangre fría por esos regímenes de Maduro y Ortega que ya hacen parte de la vergüenza –junto con las estirpes de los Somoza, Stroessner, Pinochet, Banzer, Videla y tantos otros– de una América Latina cuyos sueños de democracia y justicia son una y otra vez destruidos?
¿Es que los grupos de irresponsables, ambiciosos y déspotas que una y otra vez pretenden apropiarse de modo permanente del poder político de los países como en los casos de los regímenes de Maduro, Ortega y Morales son algo más que émulos mediocres de la tiranía como lacra humana siempre al acecho de la democracia y el Estado de derecho? ¿Cómo es posible que el tiránico MAS arguya, para ejercer la violencia, que los que cuestionan su despotismo son los violentos?
Es preciso recordar algunas cosas básicas. Entre otras, que fue ya en la edad arcaica de Grecia, cuando comenzaban allí a florecer las ciudades como núcleos de gobierno –hace ya cerca de tres milenios–, que empezaron al mismo tiempo también a aparecer los primeros tiranos. Aquellos que fracturaban los brotes de vida ciudadana relativamente equilibrada que esa sociedad hacía germinar una y otra vez.
El término tirano, tyrannos, designaba entonces –lo remarca Francois Chamoux, un especialista en la Grecia antigua– a aquellos que pretendían el poder supremo usurpándolo, para enriquecerse, apelando a las necesidades de los descontentos, los pobres, los desposeídos, los marginados.
Un conocido caso fue el de Teágenes, quién logró ascender al poder luego de degollar los rebaños de los ricos para luego el mismo gozar de fastos y riquezas inigualables para el común de las gentes.
Hubo en ese lejano pasado de la primera Grecia tiranos que provenían de todo origen. Estaban quienes provenían de los sectores ricos y adinerados. Pero muchos también eran de orígenes muy humildes. Como personas enérgicas y sin escrúpulos, los tiranos han mostrado siempre una fuerte propensión a la violencia, y las tiranías a la represión de quienes las cuestionan.
Definida la tiranía en el Diccionario de la Real Academia Española como el “abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad”, la tiranía política es el gobierno del abuso y de la prepotencia extremas, que sin frenos concluye inevitablemente en violencia. El MAS, a cuya cabeza Evo Morales busca prorrogarse en el poder “para siempre”, muestra ya todos los rasgos de una tiranía en proceso de despliegue.
Habiendo capturado el gobierno, apelando en un principio al descontento de los de abajo, ahora este partido pretende usurpar por tiempo indefinido el poder político de Bolivia para continuar medrando de las riquezas y el fasto en el que ha encallado moralmente. La pulsión hacia la violencia del gobernante MAS ya ha sido entrevista innumerables veces durante los 12 años que van de su desgobierno. Queda lo peor seguramente para más adelante y pronto.
Entretanto, los que defienden la democracia y el Estado de derecho deben afirmar su vocación pacífica y pacifista como el único camino posible fuera de toda tiranía, abuso y prepotencia. Bolivia dijo NO, efectivamente. Hay que repetirlo como oración de paz y deponiendo todo encono e ira. Hay que afirmarlo con el espíritu de la esperanza que solamente la paz del alma brinda.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo