¿Tiene el MAS una estrategia de campaña? O, mejor, ¿tiene ese MAS arcista alguna posibilidad de plantear un programa electoral con ideas vistosas? ¡Para nada! Entonces, ¿cuál es el plan del primer mandatario que insiste en ser presidente? Podría pensarse que no tiene plan. Sin embargo, creerlo sería un grueso error. Tiene un plan, burdo y miserable, pero plan al fin. ¿En qué consiste? En soltar a los cuatro vientos una sola idea para Bolivia: “estamos bien”. Ah, caray. Sabemos, y él lo sabe perfectamente, que no estamos bien. ¿Por qué, pues, se anima a decirlo? He ahí el quid de su propuesta: no le propone al país un plan de cara al 2030. No, su plan es más simple: “yo les prometo no volver al neoliberalismo”. ¿Qué? ¡Ese es su plan de gobierno! Veamos.
No voy a negar que cada que escucho al presidente Arce tratando de mostrar que todo está en orden, siento hastío. ¡Me equivoco rotundamente! Me he movido constantemente entre dos opciones explicativas: o el tipo es un redomado mentiroso o es un ilustre idiota. Miente al contarnos que todo va bien o no se da cuenta de que todo va mal y que su modelo es y ha sido un rotundo fracaso. Pero no estoy en lo correcto. Y eso no significa que no crea que Arce es compulsivamente mentiroso o que es eficientemente in-inteligente. Empero, hay más. Algo que es central en la política: la generación de conformismo.
Explico: si una porción de la población se empieza a dar cuenta de que la plata ya no fluye a borbotones como en el pasado, se intranquiliza y, de su intranquilidad, pasa a otro sentimiento claramente definido: la rabia. La cosa está clara: estaba feliz ahora estoy cabreado. Pero lo realmente llamativo es prender la televisión o meterte a las redes y chocarte con la opinión masista edulcorada hasta el cansancio por el siempre sonriente presidente: “estamos bien”.
No tengo dudas que una gigantesca porción del electorado no le cree. Sin embargo, y acá está el detalle, es necesario considerar que hay otro bloque demográfico que solía creerle al MAS como San Pablo creía en Dios. Quizás ya no le crean, pero la sola posibilidad de que “los neoliberales estén mintiendo”, basta para dudar. Y afirmar que “Arce dice que no estamos mal”, rebasta. Basta dudar para retrotraerte al más oscuro conformismo: “no creo que tenga razón, pero a estos viejos políticos les creo menos”. Y cuando al frente tienes a candidatos que han durado en la política más o menos lo que el Víctor Paz del 52 tuvo que esperar para convertirse en el Víctor Paz del 85, las dudas se acrecientan permitiendo el advenimiento del siguiente sentimiento: conformismo. El MAS ya no busca aplastar con su “éxito económico”, busca hacerlo generando una armoniosa ambigüedad, generadora de conformismo.
Sepamos que ser conformista es ser un revolucionario de lo que ya tienes. Si durante el evismo te hiciste de un departamento, colegio para tus hijos, viajecito a Arica a fin de año, te has transformado en un ser humano tranquilón. Les has sacado jugo a tu cargo de funcionario público, aunque meses antes estabas apostado en las carreteras luchando contra los neoliberales. Has pasado de luchador callejero a burócrata conformista. ¡El revolucionario del cambio es hoy un revolucionario del estatus quo! Es a eso a lo que llamamos precisamente conformismo. No se tenga dudas que los “socialistas” van a pelear por sus salarios y no por la revolución. Lo han demostrado palmariamente acercándose rápidamente al “hermano” Arce. Ese es el conformismo que ha anidado sólidamente en el corazón de estos “líderes”, los 570 mil funcionarios públicos y miles de masistas más.
¿Cuál es la gasolina del conformismo? El miedo. Este hombre no tiene ideas, no tiene la menor propuesta para el país, pero tiene este infame regalito donde aparece el verdadero Arce: no el economista, un economista mediocre, menos aún el estadista, un hombre con sueños de futuro, que tampoco es. Aparece el Arce que genera temor: “no puede volver la antinación”, pringando el ambiente del mal menor: el MAS.
Aunque usted no lo crea, pues, este mediocre candidato tiene un chance. Un chance que nos obliga a escuchar seriamente sus gimoteos cargados de esa sonrisa de premio Nobel hablando a chimpancés con la única herramienta sólida de su campaña: la estupidez efectiva del “mejor nos quedamos, estos son peor”.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.