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Al Contrario | 05/12/2019

Tanto poder, tanta maldad

Robert Brockmann S.
Robert Brockmann S.

¿Notan cómo la gente se saluda más amablemente y hay más alegría en el ambiente? Es como si, tras la renuncia y fuga de Evo Morales, se hubiera levantado un velo sucio que nos atenuaba la luz. ¿Cuándo comenzó esta penumbra, cómo permitimos que nos cubriera? Para mí, comenzó el día en que Evo Morales ganó las elecciones, en diciembre de 2005. Lejos del discurso generoso del ganador que anuncia un gobierno para todos, esa noche Morales arremetió contra Salvador Romero Ballivián, presidente de la Corte Nacional Electoral, bajo cuyo cobijo Morales había ganado las elecciones. 

Su victoria concentró sobre su figura todos los símbolos, todos los remordimientos por culpas reales e imaginarias acumuladas por occidente, y Morales se convirtió, de la noche a la mañana, en ícono global, resplandeciente e invulnerable. 

La purga empezó pronto. El primer escarmiento fue para José María Bakovic, presidente de la Administradora Boliviana de Caminos, a quien le cayeron decenas de juicios inmerecidos en los nueve departamentos, que lo arruinaron y mataron de manera lenta, y con angustia. 

Le siguió el senador opositor beniano Roger Pinto, quien con otros tantos juicios en contra estuvo asilado 15 meses en la Embajada de Brasil en La Paz y consiguió huir a ese país, para morir mientras se ganaba la vida pilotando un avión fumigador. 

En esa vena, en 2009 fueron perseguidos, enjuiciados, encarcelados o asesinados dirigentes cívicos, periodistas y otros ciudadanos, especialmente en, y del oriente. Sólo podemos enumerar a los más prominentes: el general Gary Prado, enjuiciado, y el gobernador de Pando, Leopoldo Fernández, encarcelado. La dirigencia cruceña fue diezmada y escarmentada con el cada vez más dudoso caso Rosza. Más de 1.100 compatriotas huyeron al exilio. Vaya democracia.

Es difícil olvidar la mirada de odio de Morales cuando en 2008 acusaba al periodista Rafael Ramírez de La Prensa de falsas denuncias. Una vez vista esa foto, esa mirada se te queda. Los periodistas Andrés Gómez, Amalia Pando, Raúl Peñaranda, Carlos Valverde, Enrique Salazar, Juan Carlos Arana, John Arandia y Gonzalo Rivera tuvieron que dejar sus medios de comunicación, amenazados éstos con auditorias, privación de publicidad y otras presiones.

La impunidad del poder alentó otras inmoralidades a sus jueces y fiscales contra otros ciudadanos de a pie. ¿Recuerdan a Jacob Ostreicher? O recordemos otros encarcelamientos injustos: del doctor Jhiery Fernández, del albañil Rafael Chambi, que gritó un muera Evo, y desde luego, el encierro del líder cocalero yungueño Franclin Gutiérrez. Fue un gobierno de hombres malvados.

Las críticas esquivaban a Evo y se estrellaban contra sus colaboradores. “Evo no es malo”, decían. “Los malos son (elija usted aquí a sus villanos favoritos)”.

Pero esas injusticias ocurrían porque se le permitían arbitrariedades al Divino. Y si él “le metía nomás” y se salía con la suya, la impunidad caía en cascada a lo largo de todo su gobierno y ungía a sus funcionarios. Recordemos que existió un himno a Evo; que le compilaron una antología de poemas de niños, dedicados a él. Que humillaba a sus ministras, y ellas… Que castigó a una banda militar por no tocar diana en sus goles; recordemos el rodillazo futbolero en la ingle a Daniel Cartagena… y anotemos que no fue expulsado.

Dijo que “la separación de poderes es un invento gringo”, y no es. Quiso prorrogarse en el poder contra la Constitución y contra el resultado de un referéndum, y, de paso, quiso robarse la elección del 20-O más.

Cómo no íbamos a estar cubiertos por un velo sucio. Cómo no iba a salir el sol.

Robert Brockmann es periodista e historiador.



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