Respuesta a “Mi causa Palestina”, de Alfonso Gumucio
No he estado ni de lejos en tantos lugares cool como Alfonso Gumucio, ni tendría nada bueno que decir sobre Yasser Arafat, el líder palestino involucrado en numerosos actos de violencia, incluidos secuestros de aviones, atentados suicidas y otras formas de terrorismo que resultaron en la muerte de civiles israelíes y de otras nacionalidades. Pero sí he visitado campos de concentración nazis y me considero un estudioso del nacionalsocialismo. Me he curado de horror y he desarrollado antenas finas para detectar el antisemitismo. Es por eso que, dado el cosmopolitismo que Gumucio luce en cada una de sus columnas y su innegable y amplia cultura, no dejan de sorprenderme algunas afirmaciones suyas vertidas en su artículo Mi causa palestina, publicado en Brújula Digital el sábado 4 de mayo.
Comencemos. Gumucio escribe que “Las nuevas
generaciones, tan ufanas en su ignorancia de la historia, no saben que el
Estado de Israel fue un invento de Inglaterra y otras potencias europeas
después de la Segunda Guerra Mundial”. Convengamos en que una columna no da
para un tratado, pero afirmar que el Estado de Israel es un “invento de
Inglaterra” es una simplificación excesiva y engañosa. El Mandato Británico de
Palestina fue una consecuencia del desplome del Imperio Otomano tras la Primera
Guerra Mundial. Como potencia mandataria, Gran Bretaña se comprometió a
facilitar el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina, como ya
figuraba en la Declaración Balfour de 1917. Su Mandato también incluía
disposiciones para salvaguardar los derechos civiles y religiosos de la
población árabe.
Pero se interpuso el Holocausto. El surgimiento del nazismo en Alemania hizo que la migración judía a Palestina explote durante el Mandato Británico. Ello llevó a tensiones crecientes entre la comunidad judía y la población árabe local. Gumucio escribe que “De todo el mundo llegaron judíos errantes que nunca antes habían estado (en el) territorio que les fue mañosamente cedido”.
¿Por qué “mañosamente cedido”, Alfonso? ¿A dónde se suponía que fueran los judíos perseguidos de Europa tras siglos de pogromos, expulsiones y persecuciones? En nuestro libro “Escape a los Andes” (Aguilar, 2023), Raúl Peñaranda y yo enumeramos decenas de estudios realizados en vísperas de la Shoa, para encontrarle un hogar al pueblo judío, dado que gran Bretaña se negaba a abrirles Palestina, su hogar histórico, ni siquiera como refugio temporal. Al punto de que hubo enfrentamientos armados entre colonos judíos –ilegales– y tropas británicas. Aquellos estudios analizaron la posibilidad de que los judíos se asentaran en Madagascar, las Guayanas, Surinam, Rodesia del Norte (la actual Zambia), Tanganica (la actual Tanzania); la isla Socotra en Yemen; se consideró Costa Rica y brevemente Venezuela y Ecuador, e incluso, Alaska en Estados Unidos. Todo resultaba financiera, social, política y soberanamente inviable. Como resultado, los judíos fueron masacrados en el Holocausto nazi. ¿A dónde ir después? ¿De dónde venían? ¿Cuál era su hogar histórico?
Para hacer la historia corta, desde el siglo XIII a.C. los judíos, provenientes de Babilonia, se establecieron en la tierra de Canaan. Fundaron ciudades y edificaron los reinos de Judá e Israel, cuya historia es la del Antiguo Testamento. Casi mil años antes de Cristo, el rey Salomón construyó el primer Templo de Jerusalén, el centro espiritual de los judíos. En el año 63 a.C. el general romano Pompeyo incorporó el reino de Judea en el Imperio Romano. En el año 70 d.C. los romanos, hastiados por sus constantes revueltas, expulsaron a los judíos de su tierra, arrasaron el Templo y, como medida para humillarlos y borrar su vínculo con esa tierra, cambiaron el nombre de “provincia de Judea” a “Siria Palestina”, nombre que se conservaría hasta el siglo XX. Aunque no hay consenso académico, se supone que el nombre “Palestina” tiene su origen en el término “filisteo”, en referencia al antiguo pueblo que habitaba la región costera en, precisamente, Gaza. Seis siglos después de la expulsión de los judíos, llegaron poblaciones árabes a la región, impulsadas por la expansión del islam.
Saltemos a 1948. Tras casi 2.000 años de diáspora, expulsiones y pogromos, los judíos en fuga del Holocausto nazi fundaron el Estado de Israel. Cuando le preguntaron a David Ben-Gurion, que sería el primer jefe de Gobierno, por qué se creaba Israel precisamente en Palestina, en lugar de otro sitio menos conflictivo, él respondió con una analogía: “¿Por qué ir a visitar a varios ancianos que viven más cerca, cuando quieres visitar a tu abuela?”.
Sobre la fundación de ese Estado, Gumucio dice que “En lugar de optar por una política de buena vecindad, en las décadas siguientes Israel se fue apropiando del territorio mediante guerras sucesivas, arrinconando a los palestinos en el estrecho de Gaza y otros territorios ocupados (…). Israel no ha cesado de atacar durante décadas territorio palestino y de asesinar a líderes de organizaciones palestinas en otros países vecinos”.
En dos frases Gumucio incurre en varias falacias. Israel fue creada el 14 de mayo de 1948. La mayoría de los países árabes se conjuraron para la destrucción de ese cuerpo extraño, y menos de 24 horas después de su fundación, los países vecinos lanzaron un ataque militar coordinado, marcando el inicio de la Guerra de Independencia de Israel, 1948-1949. A pesar de su inmadurez, su inferioridad numérica y de recursos, las embrionarias Fuerzas de Defensa de Israel (de allí el nombre) utilizando tácticas de guerra móvil y aprovechando el terreno, ganaron un conflicto desigual que sentó las bases para su desarrollo como Estado. Tuvieron apoyo checoslovaco y (poco) apoyo estadounidense. Pero no quiero extenderme.
¿Por qué el golpe bajo de sus vecinos árabes en el primer minuto? En 1947, la ONU había adoptado la Resolución 181 (también conocida como el Plan de partición de Palestina), que recomendaba la división de Palestina en dos estados independientes, uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo control internacional debido a su importancia religiosa. Aunque la comunidad judía aceptó el plan, la comunidad árabe lo rechazó, lo que llevó al ataque y subsecuente guerra. Pero la guerra de 1948-49 fue solo la primera de siete guerras que libró Israel. Veamos las causas.
La segunda tuvo lugar en 1956. En respuesta a los bloqueos egipcios del canal de Suez y de los estrechos de Tirán, a la acumulación de tropas egipcias en su frontera, y a la alianza militar de Egipto con Siria y Jordania, Israel capturó la franja de Gaza y el Sinaí en una operación de ocho días. Derrotado, Egipto reanudó la libre navegación por Suez y reabrió el acceso al Mar Rojo. Israel se retiró de todo el territorio conquistado.
La tercera fue la Guerra de los Seis días, en 1967, cuando Israel, siempre en minoría numérica, lanzó un ataque preventivo contra Egipto y Jordania, por los mismos motivos que en 1956, resultando en la captura de territorios y la reunificación de Jerusalén, dividida desde 1949.
La cuarta fue la Guerra del Yom Kipur, en octubre de 1973. Egipto y Siria atacaron a Israel en 1973, pero Israel revirtió los avances, llegando incluso a adentrarse en territorio enemigo. A pesar de la victoria, Israel devolvió todos los territorios capturados incluso en 1967 y firmó tratados de paz con Egipto y Siria.
La quinta fue la llamada operación Paz para Galilea, en 1982. Tras más de una década de ataques terroristas, Israel ingresó al Líbano para destruir la infraestructura militar de la OLP y proteger a los civiles israelíes. Luego de su retirada, la actividad terrorista cesó casi por completo.
La sexta fue la primera Guerra del Golfo, en 1990-1991. Aunque Israel no era país beligerante, Irak lanzó misiles Scud contra Israel, causando daños serios, pero Israel optó por no tomar represalias.
Y la séptima fue el ataque de la organización terrorista Hamás el 7 de octubre de 2023. No vamos a abundar en ello. Gumucio dice que “Una vez más Israel ataca con todo su poderío militar, es un país que vive para la guerra”. Cómo no va a ser Israel un país que viva para la guerra si hay naciones en el vecindario juramentadas para su aniquilación, y en un buen día lo mínimo que espera es un acuchillamiento de sus ciudadanos, usualmente los más indefensos.
Luego, Gumucio nos recuerda que “Hamás ganó en 2007 las elecciones en Gaza, y constituyó un gobierno de unidad legítimo”. Pues si bien es cierto que las elecciones palestinas de 2006 (no 2007) fueron regulares, desde entonces Hamás no ha vuelto a llamar a los palestinos a las urnas. Agreguémosle a esto el contenido de su Carta Constitutiva (1988), titulada “Carta del Movimiento de Resistencia Islámica” (Hamás por su acrónimo en árabe), en la que este grupo, clasificado por buenos motivos en Occidente como terrorista, llama a la destrucción de Israel con citas a Irán:
· Preámbulo: “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como ha borrado a otros antes”.
· Artículo 7: “No vendrá el Día del Juicio hasta que los musulmanes combatan a los judíos. Hasta que los judíos se escondan tras las montañas y los árboles, los cuales gritarán: ‘¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás mío, ¡ven y mátalo!’”.
· Artículo 13: “Las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales contradicen los principios del Movimiento de Resistencia Islámica [...] Estas conferencias no son más que un medio para designar infieles como árbitros en las tierras del Islam. No existe ninguna solución al problema palestino que no sea la Yihad”.
Luego Gumucio entra en consideraciones sobre las causas del actual conflicto, que es el estéril debate de si el huevo o la gallina. Lo que sí vale la pena es discurrir sobre su argumento de cierre, que es la madre de todos los argumentos antisemitas: “… trae a la memoria los orígenes de la era cristiana, cuando los judíos del Templo de Jerusalén entregaron a Jesús a los romanos para que lo ajusticiaran, supuestamente porque con su discurso rebelde violaba preceptos de la religión judía…”, etc. Ah, los judíos, que mataron a Jesús. El argumento favorito de la Inquisición española y del catolicismo antisemita soterrado. Aquí los israelitas de Gumucio ya no son “judíos errantes que nunca antes habían estado allí”. Sí habían estado ahí, pero con un propósito. Cinco mil años de construcción de historia occidental (greco-romana, judeo-cristiana) reducidos a una frase que, llevada a sus últimas consecuencias, nos lleva al Holocausto y nos mutila como civilización.
Lamento, como cualquier ser humano, el sufrimiento causado por este conflicto. La primera víctima de esta guerra ha sido la verdad. Los vencedores, hasta ahora, son las fake news, los clichés y los lugares comunes no verificados, eslóganes memorizados hace décadas para proclamarlos en marchas por las calles de París. No creo ni una pizca en las cifras de víctimas que emita la organización terrorista Hamás hasta que sean contabilizadas por entidades independientes una vez terminada la guerra. Y en cuanto a que esta termine, dicen que una guerra que no resuelva el conflicto que la causó, habrá sido una guerra en vano. Ojalá las cosas fueran diferentes. Pero son como son.
… Yo soy un moro judío
Que vive con los cristianos
No sé qué dios es el mío
Ni cuáles son mis hermanos
—Jorge Drexler, cantautor uruguayo