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Al Contrario | 01/04/2021

Tres matanzas, tres lecciones

Robert Brockmann S.
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1) Bolivia es el resultado del despotismo de la Audiencia de Charcas. La Audiencia era un territorio en donde la máxima autoridad era este cuerpo colegiado de oidores, una suerte de Corte Superior de Distrito, en teoría subordinada al Virreinato de Lima primero, y de Buenos Aires después. Pero los doctores españoles o criollos, que los hubo, eran un poder en sí mismo, eran dioses sobre este pedazo de tierra. Si te cruzabas con uno en la calle, debías bajarte de tu caballo, postrarte y ofrecérselo, si él iba a pie.

Podían sorprender con interpretaciones totalmente antojadizas de la ley y desobedecer a Lima o a Buenos Aires, o a Madrid, con total impunidad, dadas las grandes distancias. El gran Tomás Katari, agraviado por atropellos charquinos, caminó 800 lenguas hasta Buenos Aires en busca de la justicia del Virrey. La obtuvo, sólo para que, de regreso en Charcas, los oidores se hicieran pis sobre el papel virreinal. Agotadas las posibilidades legales, Katari optó por la justa rebelión, con el resultado de las ciudades de Charcas quemadas y saqueadas. Ahogada en sangre la rebelión, la conclusión de los oidores no fue “debimos administrar mejor justicia”, sino “debimos reprimir antes y más duramente”. No habían aprendido nada. Somos herederos de eso. Nada más colonial que la administración de justicia en Bolivia, que no es hija del derecho, sino de la conveniencia de los oidores coloniales.

2) Hermann Goering fue uno de los varios “número dos” del III Reich. En 1946, tras decenas de millones de muertos, cuando estaba siendo juzgado en Núremberg por crímenes contra la humanidad, dijo lo siguiente: “… después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y es siempre algo muy simple arrastrar al pueblo, tanto si es una democracia, o un régimen fascista, o un parlamento o una dictadura comunista […] el pueblo siempre puede ser arrastrado a los deseos de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que decirles es que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y poner al país en peligro. Funciona igual para todos los países". En Bolivia, hoy, mientras Ud. lee esto, tenemos a nuestros practicantes del cinismo goeriniano. Y el más conspicuo no ostenta ministerio alguno, pero sí feroz verbo y negras cejas.

3) En 1994, la mitad de los habitantes de Ruanda, los hutus, emprendieron a machetazos contra la otra mitad, los tutsis. Murieron 800.000 en 100 días, antes de que las Naciones Unidas, tarde y mal, frenaran la matanza. Decenas de responsables fueron juzgados y sentenciados por la Corte Penal Internacional y muchos otros expían penas en cárceles nacionales. La justicia africana, parece, funciona mejor que la boliviana. Un evento como el genocidio ruandés fracturaría a cualquier sociedad por muchas generaciones. Pero la sociedad ruandesa decidió reconciliarse.

De manera forzada y todavía incierta, casi 30 años después de su genocidio autoinfligido, Ruanda está en mejor camino a constituir una nación que ciertos países latinoamericanos que sufrieron dictaduras y que optaron por la destructiva divisa “ni olvido ni perdón”. El caso ruandés debiera colocar a esos latinoamericanos ante el dilema real de seguir ahondando en lo que separó a nuestras sociedades en el pasado, o de mirar al futuro enfatizando en lo que nos une. Ernest Renan decía a fines del siglo XIX que nadie en Francia sabe si es de tal o cual antigua etnia gala, ni recuerda si sus antepasados fueron víctimas de tal o cual matanza histórica.

“Para construir nación se debe saber olvidar”, decía con sabiduría. Hoy los bolivianos estamos, motu proprio, encerrados en un angosto callejón que nos conduce al desastre, y la voz del Estado llama al odio y a la confrontación.

Robert Brockmann es periodista y docente universitario.



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