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Mirada pública | 19/07/2025

Rieles sin retorno

Javier Viscarra
Javier Viscarra

Hay ideas que mueren solas. Otras se diluyen en la intrascendencia. Y algunas, como la “diplomacia de los pueblos por la vida”, simplemente se extinguen al contacto con la realidad. Si las próximas elecciones generales confirman el declive del partido que la promovió, lo que hoy parece torpeza pasará a ser capítulo de cierre.

Uno de sus últimos fracasos más reveladores amenaza abrumadoramente al país. Bolivia ha quedado virtualmente al margen de los dos principales proyectos de conexión interoceánica que reconfiguran el mapa logístico sudamericano. Primero fue el corredor vial bioceánico Capricornio. Ahora el ferrocarril entre el puerto brasileño de Ilheus y el megapuerto de Chancay, en Perú. En ambos casos, Bolivia figuró en los primeros esquemas… y luego desapareció, en los mapas, en los acuerdos, en la diplomacia.

Chancay no es un puerto más. Es un enclave estratégico financiado mayoritariamente por China, que apunta a convertirse en el nodo más importante entre América del Sur y Asia. Su profundidad permitirá recibir buques para 20.000 contenedores en un solo viaje, un salto logístico que transformará la competitividad regional. Quien no esté conectado a el estará desconectado del futuro.

Bolivia debería ser parte. Su ubicación geográfica no es un inconveniente sino una ventaja. El trazado ferroviario que une Ilheus con Chancay bordea en su diseño inicial territorio sobre el norte de nuestra frontera con Brasil, lo que permitiría una integración técnica sin excesos ni desvíos. Pero no hay negociaciones en curso para Bolivia. No hay embajador en Lima. No hay estrategia activa con China. Apenas declaraciones. Las del ministro Montaño, por ejemplo, quien asegura que “todo está arreglado” sin mostrar un solo documento que lo respalde.

Lo cierto es que, fuera de las fronteras nacionales, nadie parece contar con Bolivia. Ni Brasil, que firma memorandos con China para un trazado directo. Ni Perú, que avanza en la inauguración del puerto sin presencia diplomática boliviana. Ni la propia China, que busca minerales y rutas, pero encuentra en Bolivia apenas discursos.

La Cancillería, liderada por Celinda Sosa, parece más ocupada en sumar participaciones protocolarias que en gestionar vínculos sustantivos. Su ausencia en temas de infraestructura regional ya no es anecdótica, es estructural. La diplomacia no puede improvisarse ni tercerizarse a voluntad.

Aún hay margen, aunque cada vez más estrecho. China necesita recursos estratégicos que Bolivia posee. Y Bolivia necesita conectividad. Esa ecuación debería ser suficiente para sentarse a negociar con seriedad. Pero no bastan los recursos si no hay interlocución competente.

El aislamiento no es una fatalidad, es una absurda decisión. Y el silencio, en diplomacia, equivale a renuncia. Mientras otros países definen su lugar en los flujos globales, Bolivia continúa absorta en litigios internos, con una administración que ha hecho de la ideología un obstáculo y de la integración, una consigna vacía.

Cuando el ferrocarril de Ilheus en Brasil a Chancay en Perú comience a operar no habrá vuelta atrás. Será un riel sin retorno. Y si Bolivia no se mueve, quedará atrapada entre los rieles de una integración que ya no la espera.

Javier Viscarra es diplomático y periodista.



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