La pregunta lanzada cruelmente por el reportero Brian Glenn al presidente ucraniano Volodímir Zelensky (“¿por qué no viste un traje?”) en la Casa Blanca el pasado viernes 28 de febrero no solo fue un acto de humillación, envuelto de ignorancia, que le hace un flaco favor al periodismo, sino fue el reflejo de una sociedad que se doblegó a hombres sin humanidad, elegidos para liderar el país del norte. La vestimenta de Zelensky es militar y funcional, adaptada a las circunstancias de la guerra y su rol como líder en tiempos de conflicto. Vivimos en un mundo donde la agresión y la banalización de los eventos más graves se han normalizado. Nos hemos vuelto insensibles a la realidad del sufrimiento humano, afincados en la comodidad del ego y lo superficial.
Los que tuvimos la oportunidad de estar en Ucrania sabemos lo que significa estar en el epicentro de una guerra que no es solo física, sino que denota una crisis profundamente humana. En esta cacería del hombre al hombre, Walt Whitman, poeta norteamericano en “Leaves of Grass” (Hojas de hierba), escribió una declaración fundamental sobre la humanidad que resuena profundamente hoy:
“Celebro mi ser, y canto mi ser / Porque cada átomo que me pertenece, igual te pertenece a ti”.
En esta reflexión y eco desde la poesía, le comparto, querido lector, un verso de mi autoría, que Brújula Digital presentó para su descarga gratuita el pasado viernes 24 de febrero; el libro abarca en verso, crónica y fotografía mi labor como corresponsal de guerra. De “Invasión” extraigo:
¿Es la humanidad una palabra sin sentido?
Estas palabras se sienten tan distantes en un mundo donde el otro ha dejado de ser un igual, donde la violencia y la deshumanización han roto el lazo fundamental entre todos nosotros. Esa conexión se ha perdido en buena parte del planeta, lo dice la tormenta de conflictos armados que se suscitan al día de hoy. Ya no reconocemos al otro como parte de nuestra humanidad compartida. Esto no solo refleja la desesperación ante la deshumanización que enfrentamos, sino que también subraya la honda crisis que estamos viviendo. Lo que antes era un concepto claro, la humanidad, parece haber perdido su significado en un mundo que parece olvidar lo que nos conecta, lo que nos hace verdaderamente humanos.
La frontera entre la humanidad y la barbarie se diluye cuando nos olvidamos de cuestionar nuestras acciones. El sometimiento de un pueblo, como la invasión de Ucrania, se ha convertido en una una práctica que revela lo peor de nuestra especie. También de invasión:
Cada vagón es una biblioteca,
Catálogo de lesiones y cicatrices,
súplicas enmudecidas que gritan el despojo de sus raíces.
Lo que está sucediendo en Ucrania, y lo que el mundo ignora en buena medida, es una crisis que va más allá de la política. Es un vacío humano, una ausencia absoluta de lo sensato y del diálogo, una falta de compasión que debe ser denunciada. Nos hemos olvidado de la dignidad humana, la de aquellos que huyen, la de los que luchan por sobrevivir, como Tymofiy Seidov, el niño sobreviviente encontrado en un sótano dibujando los monstruos que destruyeron su infancia.
Es fundamental frenar y reflexionar, así como crear espacios de dialogo en democracia, enseñar a dialogar desde los primeros años de formación. Estamos viviendo en tiempos de guerra, pero también en tiempos de deshumanización. Nos hemos acostumbrado a responder sin pensar, a atacar sin cuestionar, a humillar sin conciencia.
Seamus Heaney es un autor que ha profundizado en la relevancia de la poesía en tiempos de sufrimiento y conflicto es quien entendió las palabras como un refugio esencial en momentos de violencia y guerra. En su poema ”The Cure at Troy”, Heaney nos recuerda que la poesía no solo es un consuelo, sino una forma de resistencia, una herramienta capaz de restaurar lo que la brutalidad de la guerra ha roto.
En sus palabras:
La poesía es el remedio para lo que está roto / una cura para el sufrimiento que no puede ser ignorado /
Hoy, la poesía se vuelve urgente. En tiempos de guerra, no solo nos ayuda a enfrentar la brutalidad, sino que nos permite reflexionar sobre el dolor, rehumanizarnos y resistir la deshumanización. Las palabras, en su capacidad de sanar y de resistir, se convierten en un refugio frente a la desesperación, en un acto de humanidad ante lo que nos destruye.
Urge abrir el corazón, urge la compasión. Urge entender que la guerra no es solo un conflicto entre naciones, sino un conflicto dentro de nosotros mismos, dentro de nuestra humanidad. Urge que nos volvamos a reconocer como seres humanos, capaces de sentir, de amar, de perdonar. Urge, sobre todo, que no sigamos perdiendo lo que nos hace humanos.