El
fitomejoramiento es la práctica para renovar continuamente las semillas que
usamos para sembrar cultivos para alimentar a la humanidad. Hace miles de años
se realizó por ensayo y error. Luego se empezó a entender que los genes tenían
que ver en este proceso y actualmente la biotecnología brinda herramientas más
precisas para lograr resultados favorables.
Primero recordemos que absolutamente nada de lo que usted se come, existe así en la naturaleza. Se estipula que la papa puede ser una de las primeras plantas que se domesticó entre 8000 a 5000 años antes de Cristo. A lo largo de la historia humana, los mejoramientos a plantas de cultivo han tomado más de una década y se hacían cometiendo muchos errores.
El fitomejoramiento basado en ciencia, inició hace poco más de 120 años. Aún cuando el científico y sacerdote Gregor Mendel halló el mecanismo genético que explicaba la herencia de caracteres deseados de parentales a la descendencia, su propuesta no fue adoptada de inmediato por los apasionados de mejorar especies de cultivo.
Muchos alimentos como el kiwi o las manzanas verdes (variedad Granny Smith) no siempre existieron. Son producto del trabajo de mejoramiento realizado para obtener mejores sabores, menos pubescencia en la cáscara, mayor contenido en vitaminas u algún otro nutriente. Para el productor, también se buscan beneficios directos: mejor rendimiento, resistencia a plagas, facilidad de cosecha y adaptación al estrés ambiental, por ejemplo.
En 1917, se desarrolla el primer híbrido comercial de maíz por Donald Jones. Un híbrido resulta de la cruza de dos variedades distintas de la misma especie, buscando siempre los mejores rasgos. Las semillas híbridas, pueden guardarse, pero si no son nuevas, la descendencia no se promete que sea igual de exitosa como cuando se siembra cada vez nuevas semillas.
Luego de 1920, se empezó a utilizar distintas herramientas como la esterilidad de citoplasma masculino (maíz), generación de tetraploides (duplicar la carga genética) y uso de transposones (genes saltarines en maíz), entre otras.
En los 50, se utilizaron marcadores moleculares, reproducción de mutaciones (exposición a radiación o químicos orgánicos que dañan todo el núcleo y generan mutaciones espontáneas), poliploidía, fusión de protoplastos y hasta cultivo de tejidos. A finales del siglo pasado, llegó la transgénesis, cisgénesis e intragénesis.
Estas generaron revuelo y hoy quedan como un modelo de celular Nokia 3310. Con el avance de la genética y la biología molecular, ya es posible realizar el mejoramiento de cultivos con mayor precisión. Hoy se puede editar directamente el ADN de la planta, sin tener que prestarme genes foráneos o aplicar radiación gamma o rayos X, sin sorpresas en los productos finales y permitiendo rastrear con precisión los cambios que se realizaron y cualquier alteración, antes que salga al mercado.
Las herramientas más utilizadas en esta nueva serie son: nucleasa con dedos de zinc, TALENs y CRISPR/Cas. Estas son utilizadas hasta por países en África y ni hablar de nuestros vecinos Argentina o Brasil. Esto está logrando cortar una dependencia que se tenía de las grandes compañías para el desarrollo de variedades mejoradas.
Estas herramientas modernas se tornan claves para combatir plagas, reducir el uso de agroinsumos y sobre todo, hacer frente a las variaciones de temperatura o precipitación en un tiempo más reducido que las técnicas de siglos pasados. Sin nuevas variedades, estamos destinados a depender de importaciones y mayor deterioro de nuestros ecosistemas.
En Bolivia, resulta más cómodo protestar por el uso de la biotecnología o incluso sugerir el no usar tecnología alguna para producir alimentos. Pero casi nunca se habla de buscar maneras para que nuestros profesionales, institutos de investigación generen estas variedades. Quizás hay que pasar la situación extrema de Sri Lanka para recapacitar. Esperemos no tener que llegar a ese extremo.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología