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Cultura y farándula | 13/08/2025   07:22

|CRÍTICA|Los dos Neruda|Alfonso Gumucio Dagron|

Imagen de Pablo Neruda con Delia del Carril
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Además de los libros que escribió sobre sí mismo, publicados después de su muerte en 1973, y de los poemas en clave autobiográfica, Pablo Neruda ha sido sujeto de múltiples biografías, en particular aquellas que escribió su amigo cercano y comilitón Volodia Teitelboim. La publicación de Neruda en su laberinto pasional (2023, Plural) de Verónica Ormachea, arroja nuevas luces sobre la personalidad del poeta galardonado con el premio Nobel de Literatura el año 1971. La particularidad del libro de Ormachea es que se trata de una novela biográfica, o si se quiere, de una biografía novelada. Por una parte, profundiza en las motivaciones poéticas, y por otra se concentra en las relaciones amorosas del poeta chileno, fundamentales en casi todos sus libros, pasando revista por todas las mujeres que ocuparon en su vida un lugar de importancia. 

Para completar este trabajo de narrativa la autora le ha dedicado mucho tiempo a la investigación, por lo que podemos colegir que la obra se apega a hitos biográficos reales, aunque ejerce su derecho creativo de inventar situaciones. La “bibliografía esencial” que menciona al final, consta de 24 lecturas fundamentales. La parte inventada son los diálogos atribuidos a los personajes, y las cavilaciones de estos en primera persona. 

Cuando leo obras de amigos, suelo tardar bastante porque lo hago a conciencia, tomando notas mientras avanzo en el texto. En este caso, veintiséis páginas de notas a mano las he resumido en este comentario que habla tanto del libro como de mi propia percepción sobre Pablo Neruda, poeta al que leí desde mi adolescencia (como no podía ser de otra manera), cuando ya había publicado sus libros más importantes. No influenció mi propia poesía, como creo que lo hizo en cambio Nicanor Parra, César Vallejo o Cortázar, entre otros.

La novela de Verónica ratifica algunas de mis percepciones sobre el poeta chileno: por una parte, que fue un personaje mimado desde muy joven por su entorno de relaciones, hasta bien avanzada la primera mitad de su vida, y que a partir de allí nace un segundo Neruda, a mi juicio más interesante que el primero (que estuvo enfrascado en una poesía amorosa bastante “cursi”, según la apreciación de Jorge Luis Borges). Lo que yo no tenía claro (en parte porque las propias “memorias” de Neruda son tramposas y ocultan más de lo que revelan), es el papel fundamental que tuvieron en su vida las mujeres, desde su madre que murió cuando Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (su nombre de pila) tenía apenas dos meses de edad, hasta que pensó sus últimos versos antes de morir envenenado, 12 días después del golpe militar de Augusto Pinochet. 

Para saber cuál de sus mujeres tuvo mayor influencia sobre su vida y sobre su poesía, está el libro de Verónica Ormachea, que deja suficiente espacio a los lectores para que se hagan una idea por sí mismos, a pesar de las once páginas introductorias (antes del Capítulo I) en las que Neruda en su lecho de muerte, reflexiona en retrospectiva aleccionando al lector. Quizás debí saltarme esas páginas también, como me salté el prólogo de Darío Villanueva (exdirector de la Real Academia Española), porque creo que una obra de ficción no debería estar precedida por una opinión que influya en el lector. 

La novela me atrapó y recorrí sus 466 páginas en mucho menos tiempo del que yo mismo había calculado: la vida de Neruda es interesante para contarla, por lo bueno y por lo menos bueno del personaje y de su obra literaria. 

“¿Hay algo más definitivo que la muerte?”, se pregunta al inicio Neruda, por boca de la autora de la novela. Claro que sí, me digo como lector: el olvido. Por suerte obras como esta luchan contra el olvido y lo hacen de manera polémica, invitando al lector a pensar críticamente, sin caer en la hagiografía, aunque el propio poeta-personaje no resiste la vanidad del auto-elogio: “… mi poesía me salvará, porque si yo muero, ella no morirá y yo viviré así para siempre, al menos en los corazones del mundo”. Con esa sentencia parece responder a la pregunta que él mismo se hizo minutos antes, mientras vomitaba en esa ófrica habitación pintada de verde del hospital donde agoniza aquejado de un cáncer de próstata. 

Dicen que la vida entera pasa como una película en la mente de quienes están a punto de morir. En este caso, en la versión de Verónica Ormachea Gutiérrez, los recuerdos más vividos tienen que ver con la vida lúdica y casi secreta de los amores y de los deseos sexuales que Neruda no consignó en su autobiografía. Aquí, su vida pública pasa a un segundo plano al menos en la primera parte del libro. Lo que le interesa a la autora es desvelar la intimidad del poeta, amante del amor, más allá de los nombres de esos amores acumulados en 69 años de vida: Matilde Urrutia de la Cerda (para nombrar primero a la última), pero también Teresa León (su primer amor), Albertina Azócar, Vicenta Vidal, Laura Arrué, Ma Nyo Teh (la amante birmana), María Antonieta Hagenaar (su primera esposa indonesia), Loreto Bombal, la muy importante Delia del Carril, Beatriz Bracamonte, y al final, Alicia Urrutia, la sobrina de Matilde. 

La construcción del personaje

Las páginas introductorias sintetizan lo más obvio para el lector menos informado: “Jamás me imaginé que me convertiría en uno de los poetas más universales del siglo XX, traducido a todos los idiomas…” Quizás no era imprescindible decirlo así, ya que quienes se acercan a esta obra ya conocen lo esencial sobre Neruda, cuyos poemas se leen desde los primeros cursos en el colegio. Ese “autorretrato” ficcional inicial, que resume lo que leemos después en la novela, sale sobrando: primero, porque la obra de Neruda es ampliamente conocida, y segundo, porque tratándose de una novela, no es necesario y se convierte en una suerte de “spoiler”. Las auto-valoraciones de Neruda (como protagonista de la novela), le quitan al lector la libertad de deducir por sí mismo, a lo largo de la obra, la personalidad íntima y secreta del personaje: “Y las engañé a todas, a todas mis mujeres, fui un eterno infiel. ¡Qué fresco fui!” —equivale a revelar en las primeras páginas de una novela policial, el nombre y las motivaciones del asesino. 

Lo que fascina en la novela desde su primer capítulo es la historia desmenuzada de este “adonis con nariz de tucán y ojos caídos” que se convierte en un conquistador de mujeres y usa sus poemas para encantarlas y emborracharlas de ilusión. 

La escritura suele ser un ejercicio de introspección psicológica. Aquí la autora actúa como “médium” para adelantarse en las motivaciones primarias de Neruda, y sugiere que estas tienen origen en la primera infancia, cuando Neftalí pierde a su madre. Esa ausencia de la mujer-madre recién parida, habría determinado su manera de relacionarse con todas las mujeres de su vida: amor | separación | abandono | venganza. 

La novela cita textualmente versos de Neruda cada vez que estos sirven para marcar un episodio de su vida. Sabemos desde siempre que toda poesía es autobiográfica, pero la de Neruda lo es explícitamente y eso le sirve a la autora para incorporarla como complemento en el relato biográfico novelado. Verónica supone que, en su lecho de muerte, Neruda se arrepiente de su egoísmo y de todo el dolor que causó a lo largo de su vida, pero no conozco evidencia de que haya manifestado en la vida real, remordimientos por sus malas acciones. Como se trata de una novela, toda interpretación es legítima mientras sea verosímil en el contexto de la propia narración: “Mis enemigos decían que no he sido capaz de amar a nadie más que a mí mismo”. Quizás también sus amigos, que lo conocieron mejor.

Su madre lo parió, pero la primera mujer de su vida fue su Mamadre, es decir su madrastra que lo cuidó como a su propio hijo, tal como hizo con Laura y Rodolfo, hijos del mismo padre al que detestaban, aunque no por las mismas razones. La fuga desde Temuco hacia Santiago era el único camino para el poeta en ciernes. Escribir poesía febrilmente era un proceso de catarsis que al mismo tiempo le permitía ser aceptado y seducir a hombres y mujeres que pertenecían a un estrato social más alto. La novela sugiere que el poeta se enamoraba no necesariamente de las mujeres más bellas ni de las más sensuales, sino de aquellas que podían inspirar mejor sus poemas. Es decir, estaba enamorado de su propia poesía, estaba enamorado de sí mismo, con ese narcisismo que lo acompañó toda su vida. 

Las mujeres le abren puertas para darse a conocer. Para ilustrar esa habilidad de Neruda, Verónica Ormachea introduce a un personaje paradigmático: tenía apenas 20 años de edad cuando en casa del diplomático boliviano Ricardo Jaimes Freyre conoce al ya famoso Vicente Huidobro, poeta “ateo y comunista” que vivía en París mantenido por su familia oligarca. Así, gracias a Patricia, la sofisticada y atractiva sobrina de Jaime Freire, Neruda ingresa al mundo de los intelectuales más conocidos, que su pobreza le había vetado hasta entonces. Su sentido utilitario de las mujeres daba un nuevo giro: ya no eran sólo musas, sino peldaños. 

Desde el punto de vista narrativo la novela es una polifonía de voces. No solamente habla Pablo, sino cada uno de los personajes de su vida, y por supuesto, la autora de la novela, que no se limita a hacer descripciones en tercera persona, sino que interroga al poeta y responde en nombre del lector. En este retrato dibujado a través de diálogos, Neruda aparece como un personaje cínico, que se siente herido y traicionado cada vez que una mujer lo abandona, pero olvida el “detalle” de que él mantiene relaciones con dos o tres mujeres al mismo tiempo. 

Las descripciones menos adjetivadas son las más bellas: “El poeta guardaba sus versos y cartas en un paraguas ahí colgado. El único adorno que tenían era una botella color azul”. 

Aunque pasó momentos de mucha precariedad económica cuando su padre dejó de enviarle dinero desde Temuco, sorprende la suerte que tuvo para conseguir fácilmente su primer puesto diplomático como cónsul en Birmania, mientras Carlos Ibáñez del Campo (1929-1931), presidía un gobierno dictatorial y represivo. Neruda encadenó, uno tras otro, puestos diplomáticos entre 1927 y 1935 como cónsul en Rangún, Ceilán, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid, con tres gobiernos de distinta orientación política. Empezó con una dictadura y siguió con el gobierno de Arturo Alessandri Palma. No le importaba tanto la ideología del gobierno mientras él pudiera seguir escribiendo poesía y sellando ocasionalmente algún documento consular. La impresión que tiene el lector es que siempre tuvo puestos que no le demandaban trabajo, aunque eso iba a cambiar con la Guerra Civil en España. 

Barcelona en 1936, en puertas de la Guerra Civil, era el lugar donde había que estar para conectarse con los principales intelectuales progresistas del mundo. Su amistad con García Lorca, Alberti, Rubén Darío, entre muchos otros, la aprovechó bien para establecerse como escritor antes que diplomático. Su vida había cambiado completamente en apenas 10 años: de ser un poeta pobretón que nunca había salido de Chile, a convertirse en uno de los escritores más queridos en lengua castellana. Su objetivo no era representar a su país sino a sí mismo, y absolutamente todo lo que hacía apuntaba en esa dirección. 

Verónica Ormachea enriquece su novela con muchas anécdotas que la hacen entretenida, aunque a veces su imaginación desborde. Por ejemplo, en una primera brevísima visita a París, Pablo y su amigo Álvaro Hinojosa tienen un encuentro (tan casual como improbable) con César Vallejo, en el café La Rotonde, donde ambos se leen versos mutuamente, lo cual no es muy verosímil. El encuentro existió, pero no fue tan íntimo: en sus memorias póstumas Confieso que he vivido, Neruda afirma (p. 97-98) en tres líneas: “Por esos días conocí a César Vallejo, el gran cholo: poeta de poesía arrugada, difícil al tacto como piel selvática, pero poesía grandiosa, de dimensiones sobrehumanas”. Se conocieron en la calle Montpensier, cerca de Palais Royal, en febrero de 1927. 

Con frecuencia, la novela usa expresiones coloquiales que suenan bien en boca de los personajes, pero no necesariamente en la voz narradora que uno espera algo más “neutra”, aunque no quiere serlo, ya que interpela constantemente a Neruda y a quienes lo rodean. 

Mujeres fundamentales 

Uno de los episodios mejor narrados es el encuentro con la primera mujer con la que compartió la vida cotidiana, la “pantera birmana”, Ma Nyo Teh. Su relación amorosa cargada de sexualidad se exacerba y se hace tan posesiva, que en un momento dado el poeta tiene que huir precipitadamente a otro país, literalmente, para alejarse de la mujer que lo persigue con un cuchillo. Neruda logra que su gobierno lo nombre cónsul en Colombo (Ceilán), por entonces todavía bajo la dominación británica. Toda la experiencia asiática de aquellos tiempos tuvo que ser fascinante, pero no se reflejó en su poesía porque Neruda se sentía desgraciado “al otro lado del mundo”, lejos de occidente y de países de habla hispana, donde él pensaba que su poesía estaba destinada a florecer. Nunca estuvo conforme con sus destinos consulares, aunque desde el inicio le cayeron del cielo, desde muy joven, sin mérito alguno y le dieron tranquilidad económica para seguir escribiendo. No le gustó Rangún, tampoco Colombo, ni Batavia. Estuvo mejor en Buenos Aires, pero Barcelona le pareció poca cosa porque la actividad intelectual estaba en Madrid. La novela consigna una anécdota (cierta o inventada) muy elocuente: Neruda convence a Gabriela Mistral, que era cónsul en Madrid, de intercambiar de ciudad de manera que él pudiera estar en la capital española donde la actividad literaria era mayor. La Mistral, su protectora, accedió.

El riesgo de escribir una obra de ficción sobre una biografía verdadera, es que el lector siente el impulso (justificado o no) de cotejar y verificar datos. Sin embargo, si bien hay algunos límites para la invención de los hechos, el narrador puede interpretarlos a su guisa con libertad creativa. Pienso, por ejemplo, en la novela del periodista peruano Jaime Bayly sobre el anecdótico puñete que Vargas Llosa le propinó a García Márquez: los hechos principales no han sido alterados, aunque la interpretación es una elaboración fabulada. 

Como los volubles personajes de Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, Neruda ama locamente un día y siente repulsa al día siguiente, pero la culpa nunca es suya: sus mujeres se transfiguran según su conveniencia. Un día son dulces amantes que le amarran los zapatos al vate y poco después peligrosas o frígidas a los ojos del poeta, por tanto, ya no le sirven. 

La novela reconstruye acertadamente la personalidad (a mi juicio) acomplejada y arribista de Neruda, que sólo se sentía seguro de sí mismo cuando era amado (o servido), es decir, cuando se le rendían las mujeres o los aduladores, entonces se “inflaba como pavo real”. En soledad, se sentía desgraciado. Adquiría seguridad y aplomo cuando se codeaba con grandes poetas o cuando seducía a mujeres de alta clase social. Era la revancha del niño de provincia que sufrió la indiferencia de su padre durante su niñez y adolescencia. La poesía podía ser, en aquellos años, un oficio que permitía ganar respeto y admiración. Ya no lo es más. 

Me pregunto si la incursión tardía de Neruda en la poesía social y comprometida no fue también oportunista, primero para satisfacer a sus amigos españoles republicanos y a todos los extranjeros solidarios con la República, y luego para adherirse a la tendencia progresista de los gobiernos chilenos, que culminó con la llegada al poder de Salvador Allende, de quien fue embajador en Francia hasta febrero de 1973. No escribió poemas combativos mientras sirvió a gobiernos conservadores quizás porque no quería arriesgar la comodidad de su vida diplomática. El mismo Neruda reconoce en sus memorias que la guerra de España cambió su poesía, en gran parte gracias a Delia del Carril. 

Cuando Rafael Alberti lo invita a París, al Congreso Mundial de Escritores Antifascistas, el año 1936, Pablo acepta más por la oportunidad de dar a conocer su poesía que por solidaridad con la causa. Pero, al fin de cuentas, fue un momento de quiebre en su vida, porque comienza a pensar en los demás. Su transformación tiene fecha: el 17 de julio de 1936, con el estallido de la guerra civil y la división de España en dos bandos. Delia del Carril fue fundamental en su aproximación a los republicanos y comunistas. Cuando el gobierno de Alessandri lo destituyó por ese motivo, Neruda se quejaba de la falta de ingresos, aunque también se quejaba cuando los tenía en abundancia. Era un bon vivant que gastaba a manos llenas y se endeudaba. 

A su regreso a Chile en 1941 con “la hormiguita” (Delia del Carril), se involucra inmediatamente en actividades culturales y políticas, aunque sólo meses después va a visitar a su familia a Temuco. Su indiferencia con los más cercanos era a veces sorprendente. 

El Winnipeg social

Neruda apoyó en 1938 al candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, no sólo por convicción sino por cálculo político. “Su ilusión era que, si ganaba el candidato, podría obtener algún cargo y ayudar de alguna forma a sus amigos republicanos”, leemos en la novela. Con el triunfo de Aguirre Cerda, Pablo le comenta a Delia: “Sacaremos réditos de esto. He trabajado como esclavo viajando hasta el último rincón de Chile hablando con el pueblo”. El nuevo presidente lo nombró Cónsul Especial para la Inmigración Española, con sede en París, y le dio carta blanca para traer un barco de refugiados españoles, el famoso Winnipeg, quizás su acción humanitaria más importante. ¿Podría compensar con ello todos sus desamores? 

Compatibilizaba su actividad política en París con una intensa vida social. En casa de Rafael Alberti recibía a sus amigos, gastando sin reparo en comilonas y engordando cada vez más, pero en ningún momento se le ocurrió, en ese periodo, ir a La Haya para visitar a la que todavía era legalmente su esposa, Maryka, y a su hija con hidrocefalia. Ambas sobrevivían con muchas dificultades económicas a unas pocas horas de distancia. ¿Puede un buen poeta ser un mal tipo? 

Finalmente, el 4 de agosto de 1939 zarpa de Burdeos el barco canadiense Winnipeg, con lo que la misión humanitaria de Neruda culmina. Verónica Ormachea elabora emotivas escenas de la travesía y de la llegada de los 2000 refugiados al puerto de Valparaíso el 30 de agosto de 1939.

“Pig” —como lo llamaba su esposa holandesa con un dejo de reclamo a pesar del cariño que todavía le tenía— viaja finalmente a La Haya para visitar a Maryka y a su hija Malva Marina.  El reencuentro fue incómodo para el poeta, porque la culpa la llevaba clavada como una espina, pero fue más fuerte su egoísmo y le hizo entender que él ya no deseaba ninguna relación con ella y más tarde, inició el trámite de divorcio citando como causal (cínica, por decir lo menos), el “abandono injustificado del domicilio conyugal y de las obligaciones inherentes al matrimonio”, lo que le permitió casarse con Delia en 1943 en Tetecala, un pequeño pueblo de México, al sur de Cuernavaca.

A lo largo de la obra Verónica impone su estilo personal, con expresiones coloquiales que atribuye ya sea a los personajes o a la voz “neutra” (que nunca lo es). Expresiones como: “Raimundo y todo el mundo”, “estaba en su salsa”, “cuidaba su físico como hueso santo”, “perdió el norte”, “echó el grito al cielo”, “como Dios manda”, “con el corazón en la boca”, “tirar la casa por la ventana”, “a gil y mil”, y otras sembradas en el desarrollo de la narración. 

Mientras leía la novela, ratificaba para mi coleto (como decía Jaime Sáenz) impresiones que he tenido sobre Neruda desde hace mucho tiempo, pero difíciles de expresar, porque es una suerte de sacrilegio tocar con las manos sucias al gran vate. Pero bueno, siempre me pareció un poeta sobrevalorado, inferior a César Vallejo (con el que Neruda detestaba que lo comparen), a Octavio Paz, a Miguel Hernández, y a otros de su generación. Incluso algunos libros como Residencia en la tierra, donde busca una poesía más profunda, tienen algo de gimnasia de imágenes y algo de poesía automática (sobre todo la primera parte), que con humor provocador ejercitaban los surrealistas, sus contemporáneos. En cualquier caso, material abundante que daba para interpretaciones perspicaces. La novela también facilita la lectura de la poesía: el poema “Tango del viudo” es un relato literal de la primera experiencia de Neruda en Rangún y su tormentosa relación con la “pantera birmana”. 

En su momento, me maravillé con Canto general (1950), que hoy me parece más cercano a un ejercicio mecánico de alinear una colección de paisajes, banderas y nombres heroicos de toda nuestra América. De esa colección alargada de versos, no hay más de un centenar que me dejaron pensando. Entonces me quedo con Residencia en la tierra porque me parece una poesía más sincera. 

Demasiado severo, Borges se preguntaba, en sus conversaciones con Bioy Casares, si Neruda había escrito algún verso memorable, supongo que refiriéndose sobre todo a la poesía amorosa. La novela no aborda la poética sino tangencialmente, para concentrarse en las relaciones humanas del poeta, y en especial con las parejas que fueron esenciales en su vida. Ahí, Verónica Ormachea adopta una mirada solidaria con las mujeres que, de varias maneras, fueron víctimas de Neruda, sin desestimar la propia responsabilidad de cada una de ellas, ya sea por amor, por fragilidad o por dependencia económica. 

Uno de los episodios más apasionantes en la novela es el relato de Neruda perseguido durante un año por el dictador González Videla. Luego de permanecer escondido en más de veinte casas de amigos o desconocidos solidarios, finalmente huye a caballo por Futrono a San Martín de los Andes, atravesando la frontera con Argentina el 4 de marzo de 1949, irreconocible por la barba que había crecido durante el periodo de su clandestinidad, y luego viaja a Europa donde se reafirma como una figura mundial, acogida decenas de veces en los países comunistas, incluso por el mismo Stalin. En el circuito comunista es honrado en congresos y con premios importantes, junto a Picasso, Louis Aragon, y otros intelectuales comunistas. Por primera vez tiene suficiente dinero para alquilar o comprar viviendas, en México y en París. 

La tristeza final

En México, Delia emplea a la joven chilena Matilde Urrutia para cuidar de Pablo que tenía sobrepeso y flebitis. La llevan repetidas veces como acompañante en sus viajes trasatlánticos y, como no podía ser de otra manera, Pablo la seduce y se enamoran, sin que Delia sospeche al principio. Otra vez Neruda se siente rejuvenecido por una relación amorosa que al principio tiene mucho de sexual. Esta sería la relación definitiva, o casi… Neruda se comporta una vez más como adolescente enamorado, escribiendo versos cursis que entregaba en secreto a su nuevo amor. Verónica Ormachea hace una hermosa descripción del casamiento simbólico de Neruda con Matilde bajo la luna llena de Capri, donde viven juntos en una suerte de paraíso escondido. En la ceremonia nocturna, sólo están los dos, vestidos para la ocasión, solos con su perro Nyon. Se repite algo que es una constante con todas sus amantes antes de convertirse en parejas reconocidas públicamente: la clandestinidad parecía excitarlo. 

La muerte de Eva Perón el 26 de julio de 1952, ocurre cuando Neruda y Matilde regresan en barco a Uruguay y Argentina. (No tiene nada que ver, pero casualmente ese día yo llegaba a Villazón en tren, con mi madre). 

Mi lectura de la novela me hace pensar que la mujer más importante en la vida de Neruda fue Delia del Carril. Gracias a ella emergió como poeta comprometido políticamente y adquirió por ello fama mundial. Cuando Delia hizo su testamento le dejó todo lo suyo, sin saber que ya vivía con Matilde. Mientras tanto, María Antonieta muere en la pobreza absoluta, enterrada en una fosa común en Holanda, luego de una vida desgraciada por su amor y lealtad no correspondida por Neruda.  

Como se sabe desde el inicio de la novela (y de la historia reciente), la muerte le llegó al poeta 12 días después del golpe de Pinochet, no de tristeza ni por el cáncer de próstata que había hecho metástasis, sino por envenenamiento, según comprobó la comisión forense que exhumó sus restos el año 2017 y emitió un informe definitivo en febrero del 2023. El panel internacional de expertos descubrió en la osamenta trazas de la bacteria Clostridium botulinum, que le habrían inyectado cuando se encontraba en el hospital.

Como sucede en casi todos libros, los diablillos de plomo (que ahora son digitales) han introducido algunas erratas y errores en el texto, que sólo lectores lentos y meticulosos solemos descubrir. Por ello es aconsejable varias miradas indagadoras antes de publicar una obra. Apoyándose en el propio Neruda, Verónica incluye una frase muy cierta: “no hay peor corrector de su trabajo que uno mismo”. 

Uno concluye la lectura de la obra con el placer de haber abarcado la vida del poeta chileno, quizás el más declamado en lengua castellana, porque sus versos de amor y de vocación popular son al fin y al cabo memorables, contrariamente a lo que pensaba Borges. 

Hizo bien Verónica de escribir su novela con una visión crítica, y no creer demasiado al propio Neruda que en sus papeles autobiográficos se atribuye más méritos de los que realmente hizo, tanto en la política como en sus relaciones con otros escritores, y con las mujeres. También en lo poético exagera. Sin mucha modestia, Neruda se atribuye una influencia literaria sobre Miguel Hernández, el poeta español de origen campesino al que supuestamente acogió en su casa en Madrid. Según su relato, también García Lorca habría sido influenciado cuando leía sus poemas a su amigo: “No sigas, no sigas, que me influencias” … Ni Hernández ni García Lorca vivieron mucho tiempo para contradecirlo, y Neruda se cuidó de no publicar sus memorias en vida.

En su poesía, como en sus escritos autobiográficos, Neruda escondió a sus mujeres, no dijo cuán importantes fueron en su vida y todo lo que les quedó debiendo. Las invisibilizó, pero Verónica Ormachea, apoyada en otros testimonios valiosos que interpreta, las reivindica en su novela. 

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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