El primer día de julio salió una noticia cuyo titular decía: “Gobierno defiende avances tecnológicos en el agro y anuncia ley para regular uso de biotecnología”. A simple vista, podría causar profunda alegría en varios de nosotros, afines a esta amplia disciplina de la ciencia y tecnología.
El ministro de Desarrollo Rural, Yamil Flores, defendió los avances tecnológicos impulsados por el Estado, asegurando que la producción de ciertos cultivos ha aumentado hasta un 500 % gracias a técnicas desarrolladas en laboratorios públicos. Se destacaron logros en cultivos como zanahoria, remolacha, ajo, papa, piña, plátano, quinua y cañahua, resaltando su resistencia a las plagas y la adaptación climática de estas variedades.
Acá viene el primer punto de sorpresa. Son tan buenas esas técnicas que están utilizando, y que pertenecen al grupo de mejoramientos convencionales más que al campo de la biotecnología, que, claro, contamos con publicaciones del tipo científico para realmente enterarnos de la maravilla que realizaron. Al menos, ese debería ser uno de los logros si los laboratorios realmente se dedican a realizar investigación para el mejoramiento de cultivos. No hallará tales publicaciones; más allá de una declaración, realmente no podremos tener certeza de que tal aseveración es cierta. ¿Nos tocará creer no más?
La nota también menciona que estos trabajos hechos en laboratorio han permitido garantizar la seguridad alimentaria y contar con excedentes para exportación. En contraste, esta semana el precio de 30 huevos se ha incrementado en más del 40 % (mucho más), y ya ni hablemos del pollo, fuente principal de proteína para la población en general.
Los canastos de pan también se quedan vacíos en muchas zonas, y si usted halla otro tipo de pan, no será al precio oficial. “No hay harina”, “está bien caro el quintal”, son los comentarios que uno escucha cuando conversa con los panaderos o en algunas panaderías. Tanta investigación y, hasta hoy, no hay una solución clara a la producción nacional de trigo.
Cabe aclarar algunos puntos. Sí, la normativa boliviana en este ámbito sigue siendo un desastre que arrastramos por más de 20 años, ante una terquedad ideológica de implementar medidas claras que nos abrirán muchas puertas para la investigación real y desarrollo de la biotecnología. Tampoco ha habido verdadera voluntad en este tiempo para formar funcionarios públicos en este tema, y aún hoy, pese a que ya hay un programa de posgrado en el país que toca el tema de normativa específica, no veremos tampoco a las personas que requieren formar más capacidad en el mismo.
Los cultivos mencionados en la nota no han sido desarrollados con biotecnología. Aunque en Bolivia muchos agrónomos insisten en que un cultivo in vitro, hidroponía o cualquier otra técnica antigua es biotecnología. No lo es. Y tan simple es esto, porque no tenemos laboratorios del Estado para ello. Un par de universidades públicas cuentan con un laboratorio más adecuado, pero acá viene la otra ironía. Así se realizarán investigaciones con verdadera biotecnología, el candado normativo actual no permite que los resultados positivos puedan ser utilizados por los productores locales.
Jóvenes investigadores con talento para esta área tenemos, aunque muchos ahora optan por salir del país y hallar verdaderas oportunidades. La biotecnología, por tanto, no es una solución mágica, sino una herramienta que debe integrarse a una política agraria coherente y de largo plazo, donde la voluntad política y la inversión en ciencia y tecnología se traduzcan en soluciones reales y sostenibles para la seguridad alimentaria de Bolivia.