Por segunda vez los gobiernos de Bolivia nos han endeudado por jugar a ser empresarios, y por segunda vez están fracasando y el crecimiento económico quedará frenado por mucho tiempo porque tendremos que pagar la deuda.
Los que llegan al gobierno no aprenden que, si bien el estado puede conducir la economía, el motor de ésta, como lo demuestra China, es la competencia económica, no la política. Y la competencia, también lo demuestra China, no sólo entre empresas sino también entre estudiantes y trabajadores calificados.
Los gobiernos que en Bolivia por primera vez jugaron a empresarios fueron los militares de los 70: el de Banzer –su dictadura– fue el que más empresas públicas creó (Mesa C. 2016) y en los 80 -la década perdida- se pagó la crisis de la deuda atrasándonos. Y los del MAS, de nuevo, se han dedicado a endeudarnos para crear empresas públicas y estamos volviendo a lo mismo.
¿Por qué a los políticos que logran el gobierno les gusta crear empresas públicas? Porque, así como el empresario busca maximizar utilidades, el político busca maximizar poder, y también el económico. Y para justificarlo el MAS adoptó el “modelo” denominado “económico-social-comunitario-productivo” de Carlos Villegas y Luis Arce (1999), quienes postulaban que se puede llegar al socialismo creando y privilegiando empresas públicas.
Y al socialismo, no en términos socialdemócratas, sino marxistas: llegar a suprimir la propiedad privada demostrando la superioridad del estado empresario. No tomaron en cuenta que ese socialismo ya se intentó, en la Unión Soviética y países vecinos, y fracasó: en economía nada puede sustituir al instinto individual de sobrevivencia, por el que cada ser humano busca el máximo beneficio con menor costo para sí y su familia.
La clave del desarrollo está en lograr que este instinto sea debidamente regulado para lograr el máximo beneficio social. Dinamarca es un buen ejemplo de esto: está tan bien económicamente porque las empresas pueden contratar y prescindir libremente de trabajadores, porque todos -y sobre todo los empresarios- pagan impuestos suficientes para financiar un seguro que paga a los cesantes el mismo sueldo que ganaban, hasta por un año, siempre que éstos aprovechen este tiempo para mejorar su calificación.
Pero no se trata de copiar sino, como lo demuestran los últimos premios Nobel en Economía, Daron Acemoglu y James Robinson, contar con “instituciones”: reglas del juego –y, más importante aún, medios de cumplimiento de estas reglas– inclusivas. Y en Bolivia las predominantes son aún extractivas, las de la Colonia: el clientelismo y el prebendalismo.
El clientelismo es normal en las sociedades atrasadas: los que logran el poder no sólo tienen una deuda con los que los ayudaron y tienen que devolverla, sino que éstos son aquellos en los que más confían. Y el prebendalismo es parte del premio: otorgarles no solamente la seguridad de un salario mensual, aguinaldo, seguro de salud y aportes para una posible jubilación (¡qué privilegios en una sociedad donde predomina la informalidad!), sino hacer la vista gorda cuando consiguen sobornos, para que ahorren: las pegas no duran para siempre.
Ahora bien: para que la búsqueda de utilidad e invertir en educación de los hijos sean el motor de la economía no tiene que existir la alternativa de enriquecerse de otra manera. Y para hacer cumplir reglas, como lo demuestra Francis Fukuyama (2014), se requiere de un estado fuerte. La condición primordial para esto es contar con una burocracia integrada por un número limitado de profesionales de alto nivel y de carrera, que sean incorruptibles: bien pagados y duramente sancionados en caso de que delincan.
Iván Finot es experto en desarrollo.