En 1950 el ingreso por habitante de Bolivia era un 40% mayor al de Brasil, más de tres veces superior al de Corea, y cerca de cuatro veces más grande que el de China. Pero en 2022 el mismo indicador para Brasil era 126% mayor que el de Bolivia, el de China cuatro veces superior y el de Corea del Sur, 6,4 veces más grande (Maddison Database 2023). ¿Por qué nos quedamos atrás? Porque hemos seguido fundando nuestro desarrollo en la explotación de recursos naturales, en el rentismo: continuamos creyendo que la riqueza proviene de la suerte de encontrarlos, no de nuestro propio esfuerzo. Y nos equivocamos.
En efecto, en 1989 Fernando Fajnzylber, un experto de la CEPAL, descubrió que, en América Latina, o crecíamos o redistribuíamos, pero que el casillero “crecimiento con equidad” permanecía vacío. En cambio Corea del Sur no sólo había logrado crecer acelerada y sosteniblemente desde 1961 sin tener recursos naturales, sino hacerlo con equidad. Y ello gracias a que impulsó a sus empresas privadas a competir internacionalmente desarrollando tecnología para innovar. Y, como Robert Solow demostró en 1979, lo que lo que más valor crea: 4/5 partes, es la innovación tecnológica.
En cuanto a China, ante el fracaso del socialismo que pretendió instaurar Mao Tse Tung, y observando el crecimiento primero de Japón y luego de Corea del Sur, descubrieron que Marx sostenía que el socialismo sólo llegaría después de capitalismo: cuando éste llegara a convertirse en un freno para el desarrollo de las “fuerzas productivas”, es decir, de la tecnología. Y desde los 80 no sólo reinstauraron la empresa privada y establecieron la competencia para el funcionamiento microeconómico sino, esta última, también para los gobiernos subnacionales. Así China ha llegado a convertirse en el principal rival económico de los EE.UU., a tal extremo que ahora este país ha tenido que adoptar una política proteccionista para poder hacerle frente.
Investigando aún más a fondo por qué Corea del Sur y China lograron progresar tan rápidamente se descubre que, además, ambas estaban unificadas nacionalmente y contaban con Estados fuertes que hacían cumplir reglas del juego adecuadas. Continuando con los descubrimientos neoinstitucionalistas de Douglass North (1990), en 2014 Francis Fukuyama -otro profesor universitario estadounidense- comprobó que las naciones que se habían desarrollado habían contado con tres condiciones previas: a) un conjunto de normas fundamentales obligatorias para todos, hasta para los políticos más poderosos (entre éstas, el respeto a los derechos de propiedad y la obligación de cumplir contratos) sobre las que había un amplio consenso sustentado ideológicamente; b) un Estado capaz de desarrollar y aplicar estas normas y, sobre todo, de hacerlas cumplir, para lo que se requería, indispensablemente, de una burocracia meritocrática, y c) que los gobernantes estuvieran obligados a responder ante todo a los intereses de toda la sociedad.
Y Bolivia todavía no cumple ninguna de estas tres condiciones. Aún no hemos logrado ponernos de acuerdo en unas cuantas reglas de juego fundamentales sobre las que haya un consenso bien sustentado ideológicamente: hemos cambiado de Constitución ¡al menos 18 veces! y con mucha frecuencia nuestras infinitas normas son contradictorias entre sí, configurando un “Estado tranca”, como lo bautizó Mariano Baptista.
Tampoco hemos logrado un Estado que controle efectivamente el cumplimiento de las normas en todo el territorio. Si bien es normal que los colaboradores inmediatos de las autoridades electas -los ministros y los viceministros en el caso del Ejecutivo nacional- sean políticamente afines, para que el Estado funcione adecuadamente es indispensable que todas las burocracias inferiores a estos colaboradores inmediatos sean de carrera y meritocráticas, y que la corrupción tanto política como administrativa sea severa y efectivamente castigada. Pero nosotros no sólo no contamos con esas burocracias sino últimamente hemos llegado a ser segundos en corrupción a nivel mundial.
Y tampoco hemos logrado obligar a nuestros gobernantes a que respondan primordialmente a los intereses generales, no a los de determinadas clases, etnias u organizaciones sociales. Cuando se esperaba conseguirlo con la plena incorporación de todos los bolivianos en la política -gracias a la extensión del municipio, la base del Estado, al ámbito rural- se optó por el corporativismo bajo una ideología de reivindicación étnica.
La crisis actual es una oportunidad para -¡al fin!- crear las condiciones para desarrollarnos: es cierto que nuestra diversidad geográfica y étnica ha hecho particularmente difícil lograr consensos, pero actualmente ya estamos integrados, no sería difícil lograrlos y elaborar una Constitución definitiva sobre la base de nuestras propias convicciones, y mínima, para que sea estrictamente cumplida. Algunos de esos consensos -además del respeto a la propiedad y la obligatoriedad del cumplimiento de contratos- tienen que ser que los poderes sólo puedan ser constituidos democráticamente, que el Estado establezca soberanía nacional en todo el territorio, que las burocracias nacional y subnacionales se constituyan en forma estrictamente meritocrática y que los gobernantes respondan primordialmente a los intereses generales y no corporativos.
Con un Estado así sí sería posible lograr el progreso económico. El impresionante progreso de China ha demostrado una vez más que el camino es la competencia entre empresas, regulada por el Estado, y entre recursos humanos. A ello se debe añadir que el Estado no debe ser juez y parte, su misión es proveer sólo aquello que no puede ser provisto de otra manera: los bienes públicos puros. Y, para conciliar eficiencia con equidad, garantizar igualdad de oportunidades para todos.
Y también que en las funciones del Estado se debe preferir la descentralización: en el caso de los bienes territoriales, hacia gobiernos subnacionales que provean esos bienes en función de las diferentes características geográficas y sobre la base del respectivo aporte ciudadano -las transferencias del gobierno central den ser subsidiarias respecto a estos aportes-, y en el caso de la provisión de educación y salud, llegando hasta organizaciones sin fines de lucro, en competencia, y que las transferencias sean subsidiarias respecto a las decisiones y los ingresos familiares.
Que el progreso sólo sea posible con base en el conocimiento y el esfuerzo: abandonar definitivamente el rentismo y el extractivismo. Que, según ya se propuso anteriormente, la renta de los recursos naturales no renovables sea dedicada íntegramente a conseguir educación de máximo nivel desde el nivel preescolar, y a investigación: lo decisivo para poder desarrollar tecnología.
En esta dirección debe ir el modelo de desarrollo alternativo al del MAS para superar el atraso.
Iván Finot es economista, especializado en descentralización y desarrollo.