El fracaso del modelo del MAS demuestra una vez más que para progresar no hay otro camino que aprovechar el instinto básico de los humanos de lograr el progreso familiar con la colaboración de la comunidad. Pretender cambiar ese instinto por burocracia es una utopía que resulta perjudicial para la gran mayoría.
Una vez más está fracasando el estatismo, ya es hora de que superemos el atraso. Para empezar, superar la coyuntura y en eso hay consenso en que hay que dejar funcionar nuevamente las fuerzas del mercado, pero regulándolas para que el costo social sea el menor posible. Ahora bien: vencer la inflación puede hacerse relativamente rápido pero la superación de la crisis no será inmediata, llevará muchos años pagar el nuevo endeudamiento, y es imprescindible que desde los primeros pasos se tenga claro hacia dónde vamos, cuáles serán las reglas de juego con las que esta vez sí logremos vencer.
Una primera lección de la historia económica de Bolivia es que tenemos que superar el rentismo. No será fácil, porque nos inculcaron que España se enriqueció haciendo extraer con la mita la plata de Potosí y convirtiendo en divisas mundiales la plata que allí se acuñaba. Y lo que no se enseña es que no fue España la que se benefició de esa renta, sino que las monedas de Potosí fueron a parar a los países donde se desarrollaba la industria sobre la base del conocimiento: a Inglaterra, a Flandes y hasta a China. En 1800 el ingreso por habitante de España no llegaba a la tercera parte del de Bélgica (era el 31,5%), era el 39,4%% del de Inglaterra; y en 1900 seguía siendo muy inferior al de otros países europeos y no llegaba al 60% del de Argentina (Maddison Data Base 2023).
También nos ocurrió, ya en el siglo XX, que, después de que el país se endeudara para construir ferrocarriles y poder exportar los minerales provenientes de empresas originalmente bolivianas, las tres más grandes cambiaron de domicilio y sólo pagaban como impuesto el 3% del valor de sus exportaciones. Fueron expropiadas para contar con toda la moneda extranjera que generaban, pero los nuevos ingresos eran considerados como renta, la última prioridad era la exploración para encontrar nuevas vetas. Las minas se agotaron, no nos desarrollamos y lo que queda de COMIBOL es residual.
Algo similar ha ocurrido con el gobierno del MAS: después de que, gracias a inversión privada en exploración se pudo comprobar y cuantificar reservas de gas, las empresas que invirtieron fueron expropiadas y convertidas en una sola gran corporación estatal -YPFB- para, nuevamente, aprovechar la “renta” que se generaba, dejando la exploración como última prioridad. Y está ocurriendo algo similar a cuando se agotaron las minas de estaño.
¿Qué tenemos que aprender de estas experiencias? En primer lugar, que cambiar empresarios por políticos es la peor opción, es retroceder respecto a lograr un Estado meritocrático, la primera condición para el desarrollo. Es la peor opción porque el progreso de estos políticos no depende del de las empresas que controlan sino de lo que puedan obtener en su beneficio personal -y de quienes los nombraron- mientras duren en el cargo. En cambio, los que sí dependen enteramente de su empresa son los empresarios privados, que hubieran seguido invirtiendo en exploración para maximizar sus utilidades -y los impuestos provenientes de ellas.
¿Qué hacer? Para empezar, nunca más jugar al estatismo, establecer reglas del juego fundamentales según las cuales el interés privado y la competencia regulados por un Estado cuya misión sea velar por el interés común sean el motor de la economía.
En segundo lugar, tener en cuenta que “renta” no es toda la diferencia entre los ingresos y los gastos de las empresas que los extraen, sino solamente el aporte que ellas deben pagar por aprovechar los recursos que son de todos los bolivianos. Y dejar de fundar nuestro desarrollo en lo que se pueda encontrar en nuestro subsuelo sino hacerlo en el trabajo y el conocimiento. Los beneficios provenientes de los recursos naturales no deben distribuirse entre todos los ciudadanos actuales -sería otra forma de rentismo- sino en invertir en educación de máximo nivel de las futuras generaciones.
Educación que para alcanzar ese nivel no debe ser provista directamente por el Estado sino por entidades completamente descentralizadas -descentralizadas incluso para definir la mayor parte del contenido- no sólo hasta los gobiernos subnacionales sino hacia organizaciones públicas o privadas sin fines de lucro, entre las que primero los padres y luego los educandos mismos puedan escoger, sometiéndose a exámenes de competencia y contando con subsidios adecuados. Y empezar por dedicar desde ahora la renta de los recursos naturales no renovables a formar a los investigadores-profesores que educarán a esas nuevas generaciones, a formarlos aprendiendo de las mejores experiencias mundiales.
De lo que tienen que ocuparse primordialmente los gobiernos subnacionales en nuestra Bolivia tan diversa, con plena autonomía y sobre la base de tributos propios, pero contando también con abundantes transferencias, es de concertar con sus ciudadanos, y lograr, el respectivo desarrollo económico regional y local, para que todos realmente vivan mejor.
Iván Finot es economista especializado en descentralización y desarrollo.